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El rector de la iglesia de Santa Lucía del Gonfalone expuso la experiencia de la lectura integral de la Biblia que está haciendo la comunidad junto con la Iglesia valdense, y preguntó cuál es el valor de la palabra de Dios en la comunidad eclesial, cómo promover el conocimiento de la Biblia para que la Palabra forme a la comunidad también para un camino ecuménico. Usted tiene ciertamente una experiencia más concreta de cómo hacer esto. Ante todo, puedo decir que el próximo Sínodo tratará sobre la palabra de Dios. He visto ya los Lineamenta elaborados por el Consejo del Sínodo, y pienso que estarán bien presentadas las diversas dimensiones de la presencia de la Palabra en la Iglesia.
Sin duda alguna, la Biblia, en su integridad, es algo grandioso y que hay que descubrir poco a poco. Porque si la consideramos sólo parcialmente, a menudo puede resultar difícil comprender que se trata de la palabra de Dios: por ejemplo, en ciertas partes de los libros de los Reyes, con las crónicas, con el exterminio de los pueblos existentes en Tierra Santa. Muchas otras cosas son difíciles. Precisamente también el Qohélet puede ser aislado y puede resultar muy difícil: justamente parece teorizar la desesperación, porque nada permanece y porque también el sabio al final muere junto con los necios. Acabamos de leerlo ahora en el Breviario.
Un primer punto me parece precisamente leer la Sagrada Escritura en su unidad e integridad. Cada parte forma parte de un camino, y sólo viéndolas en su integridad, como un camino único, donde una parte explica la otra, podemos comprender esto. Detengámonos, por ejemplo, con el Qohélet. En otro tiempo estaba la palabra de la sabiduría, según la cual quien es bueno vive también bien, es decir, Dios premia a quien es bueno. Y después viene Job y se ve que no es así, y precisamente quien vive bien sufre más. Parece verdaderamente olvidado por Dios. Siguen los Salmos de aquel período, donde se dice: ¿qué hace Dios? Los ateos, los soberbios viven bien, están gordos, se alimentan bien, se ríen de nosotros y dicen: ¿dónde está Dios? No se interesa por nosotros, y nosotros hemos sido vendidos como ovejas de matadero ¿Qué haces con nosotros? ¿Por qué es así? Llega el momento en que el Qohélet dice: pero toda esta sabiduría, al final, ¿dónde permanece? Es un libro casi existencialista, en el que se afirma: todo es vano. Este primer camino no pierde su valor, sino que se abre a la nueva perspectiva que, al final, conduce hacia la cruz de Cristo, "el Santo de Dios", como dice san Pedro en el capítulo sexto del evangelio de san Juan. Termina con la cruz. Y precisamente así se demuestra la sabiduría de Dios, que luego nos describirá san Pablo.
Y, por tanto, sólo si consideramos todo como un único camino, paso a paso, y aprendemos a leer la Escritura en su unidad, podemos también realmente acceder a la belleza y a la riqueza de la Sagrada Escritura. Por consiguiente, leer todo, pero siempre teniendo presente la totalidad de la Sagrada Escritura, donde una parte explica la otra, un paso del camino explica el otro. La exégesis moderna puede ser de gran ayuda en lo que respecta a este punto. Consideremos, por ejemplo, el libro de Isaías, cuando los exegetas descubrieron que a partir del capítulo 40 el autor es otro, el Deutero-Isaías, como se dijo en aquel tiempo. Para la teología católica fue un momento de gran terror.
Alguno pensó que así se destruía Isaías y, al final, en el capítulo 53, la visión del Siervo de Dios ya no era del Isaías que había vivido casi 800 años antes de Cristo. ¿Qué hacemos?, se preguntaron. Ahora hemos comprendido que todo el libro es un camino de relecturas siempre nuevas, donde se entra cada vez con más profundidad en el misterio propuesto al inicio y se abre cada vez más plenamente cuanto estaba inicialmente presente, pero aún cerrado.
En un libro podemos comprender precisamente todo el camino de la Sagrada Escritura: se trata de una relectura permanente, un volver a comprender cuanto se ha dicho antes. La luz se va encendiendo lentamente y el cristiano puede comprender cuanto el Señor ha dicho a los discípulos de Emaús, explicándoles que todos los profetas habían hablado de él. El Señor nos abre la última relectura: Cristo es la clave de todo, y sólo uniéndose en el camino a los discípulos de Emaús, sólo caminando con Cristo, releyendo todo en su luz, con él crucificado y resucitado, entramos en la riqueza y en la belleza de la Sagrada Escritura.
Por esta razón, diría que el punto importante es no fragmentar la Sagrada Escritura. Precisamente la crítica moderna, como vemos ahora, nos ha hecho comprender que es un camino permanente. Y también podemos ver que es un camino que tiene una dirección y que Cristo es el punto de llegada. Comenzando desde Cristo podemos reanudar el camino y entrar en la profundidad de la Palabra.
Resumiendo, diría que la lectura de la Sagrada Escritura debe ser siempre una lectura a la luz de Cristo. Sólo así podemos leer y comprender, incluso en nuestro contexto actual, la Sagrada Escritura y obtener realmente de ella la luz. Debemos comprender esto: la Sagrada Escritura es un camino con una dirección. Quien conoce el punto de llegada también puede dar, ahora de nuevo, todos los pasos y aprender así, de modo más profundo, el misterio de Cristo. Comprendiendo esto, también hemos comprendido el carácter eclesial de la Sagrada Escritura, porque estos caminos, estos pasos del camino, son pasos de un pueblo. Es el pueblo de Dios que va adelante. El verdadero propietario de la Palabra es siempre el pueblo de Dios, guiado por el Espíritu Santo, y la inspiración es un proceso complejo: el Espíritu Santo guía adelante, y el pueblo recibe.
Es, pues, el camino de un pueblo, del pueblo de Dios. La sagrada Escritura hay que leerla bien. Pero esto sólo puede hacerse si caminamos dentro de este sujeto que es el pueblo de Dios que vive, que es renovado y fundado de nuevo por Cristo, pero que conserva siempre su identidad.
Por consiguiente, diría que hay tres dimensiones relacionadas y compenetradas entre sí: la dimensión histórica, la dimensión cristológica y la dimensión eclesiológica —del pueblo en camino—. En una lectura completa las tres dimensiones están presentes. Por eso, la liturgia —la lectura común y orante del pueblo de Dios— sigue siendo el lugar privilegiado para la comprensión de la Palabra, porque precisamente aquí la lectura se convierte en oración y se une a la oración de Cristo en la Plegaria eucarística.
Quisiera añadir aún una cosa, que han subrayado todos los Padres de la Iglesia. Pienso, sobre todo, en un bellísimo texto de san Efrén y en otro de san Agustín, en los que se dice: si has comprendido poco, acepta, no pienses que has comprendido todo. La Palabra sigue siendo siempre mucho más grande de lo que has podido comprender. Y esto hay que decirlo ahora de modo crítico ante una cierta parte de la exégesis moderna, que piensa que ha comprendido todo y que por eso, después de la interpretación elaborada por ella, ya no se puede decir nada más. Esto no es verdad. La Palabra es siempre más grande que la exégesis de los Padres y que la exégesis crítica, porque también esta comprende sólo una parte, diría, más bien, una parte mínima. La Palabra es siempre más grande, este es nuestro gran consuelo. Y, por una parte, es hermoso saber que hemos comprendido solamente un poco. Es hermoso saber que existe aún un tesoro inagotable y que cada nueva generación redescubrirá nuevos tesoros e irá adelante con la grandeza de la palabra de Dios, que va siempre delante de nosotros, nos guía y es siempre más grande. Con esta certeza se debe leer la Escritura.
San Agustín dijo: beben de la fuente la liebre y el asno. El asno bebe más, pero cada uno bebe según su capacidad. Sea que seamos liebres, sea que seamos asnos, estemos agradec
idos porque el Señor nos permite beber de su agua.
[Traducción del original en italiano distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]
Presidida por el cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo de Cracovia
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