ROMA, lunes, 26 marzo 2007 (ZENIT.org).- Con ocasión del 50º aniversario de la firma de los Tratados de Roma, más de 400 delegados de las Conferencias Episcopales, de las comunidades religiosas, de las organizaciones y movimientos católicos y de otras iglesias cristianas se han reunido en Roma del 23 al 25 de marzo, por invitación de la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Comunidad Europea (COMECE), en un congreso europeo sobre el tema «Valores y perspectivas para la Europa de mañana».
Estos delegados han dirigido el «Mensaje de Roma» a los jefes de Estado y de gobierno de los Estados miembros de la Unión Europea, al presidente del Parlamento Europeo y al Presiente de la Comisión Europea, reunidos el domingo en Berlín con ocasión del mencionado aniversario, en un solemne encuentro del Consejo Europeo.
En propia mano recogió el «Mensaje de Roma» el presiente del Consejo Italiano, Romano Prodi, comprometiéndose ante los congresistas a llevarlo personalmente a los convocados en la ciudad alemana.
Publicamos el texto íntegro de dicho Mensaje.
* * *
MENSAJE DE ROMA
1. A la luz de la historia de la Comunidad Europea, contemplamos los Tratados de Roma como una etapa importante en el camino de integración de los Estados y de los pueblos europeos. Agradecemos los esfuerzos de muchos representantes de nuestros pueblos en términos de compromiso a favor de la paz y de la reunificación europea, hasta ahora no completamente realizados. Aquellos líderes europeos supieron sacar enseñanzas adecuadas de las aberraciones de nacionalismos exacerbados e ideologías totalitarias que han llevado a guerras, destrucción y negación de las libertades. Los logros de estos cincuenta años se describen en el informe «Una Europa de los valores», del que el Congreso ha tomado nota. Consideramos nuestro deber realizar la construcción europea en el tiempo con la conciencia de que se trata de una construcción terrena. Necesitaban más de cien años nuestros antepasados para construir una catedral; en cincuenta años hemos construido una nueva «catedral» para todos los europeos.
2. Recordamos que todos los Estados miembros se han comprometido libremente en el proceso de integración europea con la firma y la ratificación de los Tratados de Roma y de los sucesivos acuerdos europeos. Hoy, en marzo de 2007, la Unión Europea tiene nuevamente ante sí desafíos importantes que superar para garantizar su propio futuro. Es necesario desarrollar la cooperación internacional para combatir la pobreza, especialmente en África, la explotación de las mujeres y de los niños, así como las violaciones de los derechos del hombre. Es necesario luchar contra las causas y las consecuencias del cambio climático. En este contexto es necesario armonizar las experiencias de un mayor número de países miembros de la UE, responder a las crecientes expectativas de los ciudadanos respecto a la UE en una situación de globalización y mantener una adecuada protección social. El reacercamiento de los ciudadanos a las instituciones políticas lejanas y difíciles de entender es cada vez más necesario. Todo ello requiere urgentemente que se confirme con vigor el camino ya recorrido hallando nuevos motivos para justificar la existencia de la Unión Europea. Ello le permitirá reencontrar su dinamismo original, a fin de que cada vez más jóvenes europeos se conviertan realmente en la mayor riqueza de Europa.
3. Seguimos con atención el diálogo entre los Jefes de Estado y de Gobierno, el presidente del Parlamento Europeo y el Presidente de la Comisión Europea, a fin de identificar una solución compartida que permita superar la actual pausa de reflexión en Europa. Pedimos que la solución institucional que se alcance tutele la dignidad humana y los valores que se derivan de ella, como la libertad religiosa en todas sus dimensiones, los derechos institucionales de las Iglesias y de las comunidades religiosas, y reconozca explícitamente el patrimonio cristiano de nuestro continente. En el diálogo sobre y por el bien común de los ciudadanos, contribuiremos a una fuerte cohesión social, hoy tan importante y necesaria para Europa.
4. Pedimos que la UE esté guiada por los valores y los principios que han inspirado la unificación europea desde el inicio, como: la dignidad humana, la igualdad entre el hombre y la mujer, la paz y la libertad, la reconciliación y el respeto recíproco, la solidaridad y la subsidiariedad, el Estado de Derecho, la búsqueda del bien común. Estos son indispensables, en particular frente al rebrote, en nuestros países, de tendencias nacionalistas, racistas, xenófobas, y de egoísmos nacionales. Las instituciones europeas deberán actuar en el ámbito de sus competencias y no en el que corresponda a los Estados nacionales. Y es por esto que nosotros apelamos a los Estados miembros, pidiéndoles que respeten, en el ámbito de la propia legislación democrática, la vida desde la concepción hasta su fin natural, y que promuevan la familia como unión natural entre el hombre y la mujer en el matrimonio. El respeto de los derechos civiles y jurídicos de los individuos no debe perjudicar el matrimonio y la familia como base de la sociedad.
5. Nosotros, cristianos, muestras comunidades, nuestras asociaciones y movimientos, contribuiremos con nuestro compromiso a sostener las iniciativas que respeten auténticamente la naturaleza humana creada a imagen y semejanza de Dios, como está revelada en la persona de Jesucristo, y que, en esta óptica, trabajen auténticamente a favor de la reconciliación, de la paz, de la libertad, de la solidaridad, de la subsidiariedad, de la justicia. En el proceso de integración del continente, como recordó el Papa Juan Pablo II, «es de importancia capital tener en cuenta que la unión no tendrá solidez si queda reducida sólo a la dimensión geográfica y económica, pues ha de consistir ante todo en una concordia sobre los valores, que se exprese en el derecho y en la vida» [ «Ecclesia in Europa», 110 ].
Que el Señor bendiga Europa y la Virgen María la proteja.
[Traducción del texto plurilingüe realizada por Zenit]
[La COMECE (www.comece.org), cuyo secretariado está en Bruselas, se creó en 1980 como un instrumento de enlace entre las Conferencias Episcopales y la Comunidad Europea. Acompaña la política de la Unión en todo campo de interés eclesial, le ofrece la colaboración de la Iglesia y se esfuerza por responder las peticiones de los responsables de las instituciones europeas. Ndr].