ROMA, domingo, 1 abril 2007 (ZENIT.org).- Hay un lugar en la Ciudad Eterna que muchos de nosotros detestaríamos conocer.
Si se pasa por algunas zonas de Roma y sus alrededores es muy probable ver a mujeres –o a menudo jovencitas- alineadas en las calles. Via Giulia es una de tales calles, conocida por la prostitución pero hay otras.
Para la mayor parte de la gente, estas mujeres y chicas son simplemente prostitutas, pero para la hermana Eugenia Bonetti, son víctimas del más deshumanizante tipo de esclavitud.
La hermana Eugenia, que es también presidenta de la Unión Italiana de Superioras Mayores, fue recientemente galardonada con el premio «Mujer de Coraje» por el Departamento de Estado, de Estados Unidos, por sus esfuerzos en combatir el tráfico de personas.
El trabajo de la religiosa fue también reconocido en 2004 cuando fue nombrada una de los seis «Héroes que Actúan para Acabar con la Esclavitud Moderna» en el informe anual publicado por el Departamento de Estado.
Primero en Roma, y ahora en todo el mundo, la hermana Eugenia ha formado a religiosas para que ofrezcan refugio y rehabilitación a mujeres rescatadas de la prostitución.
Según la religiosa, las mujeres jóvenes son las únicas castigadas por el delito de la prostitución. A veces, dijo, son arrestadas, metidas en una celda donde pueden ser maltratadas, y después arrojadas fuera de nuevo, mientras que los hombres que las utilizan se van libres.
Las mujeres son compradas y vendidas, objeto de comercio y desechadas, a capricho de los que trafican con ellas y los que abusan de ellas sexualmente, dijo.
«Las estadísticas son asombrosas –declara la hermana Eugenia–. La esclavitud sexual es problemática en todo el mundo, sucede aquí. Delante de nosotros».
«Este problema está destruyendo mujeres y familias. Cuando veo a un coche pararse con una sillita de niño detrás, sé que este hombre tiene una mujer y un hijo en casa».
«Cuando pido ayuda a la policía, a menudo arrestan a las chicas, y dejan irse a los hombres».
Según la hermana Eugenia, muchas de las mujeres que son compradas y vendidas para el sexo en Italia vienen al país con el sueño de un trabajo. Muchas vienen de Europa del Este y de Nigeria.
«Las chicas son metidas con engaño en esto –denuncia sor Eugenia–. Les ofrecen lo que ellas creen que son buenos trabajos».
«Una vez apartadas de los lazos que las unen a su casa, les retiran los documentos y son forzadas a vender sus cuerpos por dinero. Muchas de las chicas son casi adolescentes cuando son forzadas a la prostitución», dijo.
«Una chica nigeriana tiene que realizar una media de 4.000 encuentros antes de ser liberada –dice la religiosa–. ¿Quién puede sobrevivir a esto? Si una chica trata de sobrevivir físicamente, es un milagro que sobreviva psicológicamente».
A pesar de todo, sor Eugenia considera que hay esperanza para estas mujeres. Una vez que están a salvo, muchas se recuperan y aprenden a aceptarse a sí mismas. Las Misioneras de la Consolata proporcionan respiro y rehabilitación a chicas lo suficientemente valientes como para dejar a sus explotadores.
«Nuestras hermanas dejan la seguridad de sus conventos por la noche para llegar hasta estas chicas que no conocen la seguridad. Pero allí siempre hay peligro», reconoce la religiosa.
«Cuando una chica deja a sus captores, su familia en su país es a menudo amenazada. Muchas chicas tienen miedo de dejar a los traficantes».
«De algún modo, tenemos suerte en Italia porque nuestras leyes ofrecen cierta protección a estas chicas. Cuando cooperan con las autoridades, reciben otros beneficios y pueden recibir la ciudadanía».
Junto con otras hermanas religiosas, las Misioneras de la Consolata han establecido una red internacional de refugios entre religiosas de varias denominaciones.
«Las religiosas pueden hacer este trabajo –dijo sor Eugenia–. Cuando las chicas nos ven, saben que pueden confiar en nosotras. Nos ven como madres, y saben que son amadas. Cuando visito a las chicas, me llaman “mamá”».