CIUDAD DEL VATICANO, martes, 17 abril 2007 (ZENIT.org).- Benedicto XVI considera que es necesaria la fuerza de la fe pacificadora propia del cristianismo para evitar el anunciado conflicto entre culturas y civilizaciones.
Así lo constató este lunes, día de su cumpleaños, en un encuentro que mantuvo con el cardenal Friedrich Wetter, administrador apostólico de la archidiócesis de Munich y Freising, su sucesor en esa sede arzobispal, junto con una delegación de 50 miembros del capítulo metropolitano.
El pontífice informó superficialmente a sus amigos sobre las dos audiencias que acababa de conceder a Edmund Stoiber, ministro presidente de su Baviera natal, y a Peter Harry Carstensen, ministro presidente del land alemán de Schleswig-Holstein.
«A pesar de que proceden de ambientes y de que tienen temperamentos notablemente diferentes, los dos manifestaron la certeza interior de que la fe abre un futuro y de que en este momento de encuentro de las culturas, así como del amenazador conflicto entre las culturas, es sumamente importante que la fuerza interior, pacificadora y regeneradora de la fe cristiana, siga viva en nuestro pueblo, influenciando así como fuerza de bien el futuro», explicó el Papa.
El Papa contó detalles sobre la audiencia que había concedido poco antes al metropolita Ioannis Zizioulas de Pergamo, enviado del patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, uno de los grandes promotores del diálogo católico-ortodoxo.
«Está apoyado por una profunda convicción interior, según la cual, el encuentro entre Roma y la Ortodoxia es de importancia fundamental para el continente europeo y para el futuro de la historia universal», explicó.
El Santo Padre reveló que Su Eminencia Zizioulas, uno de los mayores teólogos ortodoxos, le comentó «tenemos que hacer todo esfuerzo posible para que este encuentro lleve verdaderamente a la comunión fraterna, para que de ella nazca después la bendición de la comunión de la fe: la bendición para que la humanidad pueda ver que somos “uno” y crea en Cristo».
«Creo que esta es la misión de todos nosotros –reconoció el Papa–: comprometernos, cada quien según su condición de vida, para que la fuerza de la fe se haga operativa en este mundo, sea eficaz como alegría, como confianza, como don en este momento».