Del sufrimiento al canto de la misericordia de Dios: sor María Rosa Pellesi, a los altares

Ha sido beatificada el domingo en la catedral de Rímini (Italia)

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RIMINI, lunes, 30 abril 2007 (ZENIT.org).- Cargada de sufrimientos, pidió a Dios poder cantar sus misericordias, y fue escuchada: así lo testimoniaba la religiosa italiana María Rosa Pellesi (1917-1972), beatificada el domingo en la catedral de Rímini.

Delegado del Papa, presidió el rito el cardenal José Saraiva Martins –prefecto de la Congregación vaticana para las Causas de los Santos-, quien en su homilía recalcó de la nueva beata: «Nos invita a la esperanza», «a no dejarnos encadenar por nuestras limitaciones».

Como ella, debemos rogar para que Jesús actúe en cada uno de nosotros «para construir sobre los escombros» de la debilidad humana «esa obra maestra que» Dios «ha prefijado desde la eternidad», exhortó el purpurado portugués.

Originaria de la provincia italiana de Módena, sor Maria Rosa de Jesús (en el siglo Bruna Pellesi) nació el 10 de noviembre de 1917. Era la menor de nueve hermanos; sus padres, campesinos de fe profunda.

«Joven vivaz, a quien le encantaba vestir bien», «era una de las bellezas del lugar» y «estaba llena del deseo de amar y de ser amada»; salió algún tiempo, a los 17 años, con un joven, pero «lo dejó porque su corazón ya latía por Otro: Cristo se convirtió en el fin exclusivo de su amor», relata el postulador de la causa de beatificación de Sor María Rosa, el padre Florio Tessari, en los micrófonos de «Radio Vaticana».

Tenía 23 años cuando ingresó en las Hermanas Franciscanas Misioneras de Cristo. A los tres años le golpeó una grave forma de tuberculosis pulmonar, enfermedad que le acompañó 27 años.

Tres años pasó en el sanatorio de Gaiato de Módena y 24 en el Pizzardi de Bolonia. Le llegaban a extraer líquido de los pulmones cinco veces al día. Jamás se le oyó una queja, comprobó la postulación.

En 1972 fue trasladada al Instituto San José de Sassuolo, donde vivió los últimos veinticinco días de su vida. Decía con un hilo de voz –recuerda el padre Tessari-: «…Lo que cuenta es amar al Señor. Soy feliz porque muero en el amor, soy feliz porque amo a todos». Fueron sus últimas palabras. Falleció el 1 de diciembre.

Su familia religiosa traza los rasgos biográficos de Sor María Rosa de Jesús: emitió los votos en 1942, en la congregación de las hermanas terciarias Franciscanas de San Onofrio, llamadas a continuación, tras su propia propuesta, Franciscanas Misioneras de Cristo.

Diplomada maestra de infancia, había mostrado su plena dedicación a los niños, primero en Sassuolo y luego en Ferrara.

«Ser de Jesús»

Con las primeras manifestaciones de su grave enfermedad, empezó a compartir con Cristo el padecimiento de la Cruz e inició su itinerario hospitalario donde «se hizo apóstol que socorre y consuela a toda persona afligida por el dolor», recuerda su Congregación.

Y es que «a cada uno prestaba atención y amoroso cuidado -añade-, sonrisas de alegría, palabras de alivio y un vivo testimonio de esperanza en Cristo», de forma que transformó su «propia experiencia diaria de sufrimiento en don de amor, con humildad y en lo escondido, ofreciéndose a sí misma por la Iglesia y por el mundo entero».

«Cuatro secretos» animaron la vida de la nueva beata, revela su postulador en la emisora pontificia: «»Ser de Jesús» fue su incansable anhelo, la primera ocupación y preocupación»; en segundo lugar «se entregó como un Cordero, no abrió la boca»; «la intimidad con la Eucaristía: ahí aprendía a callar, como Jesús en la Pasión: éste es el tercer secreto. «Hacer el bien siempre, mientras se pueda, a todos»: éste es su cuarto secreto».

Reconocía la religiosa en la Pascua de 1956: «Empecé mi vida hospitalaria llorando, pero pedí al buen Dios concluirla cantando sus misericordias, y fui escuchada… No sé que está sucediendo en mí. Sólo sé que siento a Jesús cerca, cerca […]. Él quiere todo, todo, alma, corazón, cuerpo. Dios mío, qué bella es la vida cuando Jesús, sólo, está en nuestro corazón».

Tres años antes de morir, con el sufrimiento añadido de una ceguera casi total, la religiosa insistía –cita el padre Tessari-: «Desearía hablar de mi alegría, del puro gozo da el Señor cuando se hace alegremente Su Voluntad. Cada día y muchas veces al día repito mi «Fiat voluntas tua, Domine» [«Hágase, Señor, Tu voluntad»], y Él me llena el corazón de paz y alegría».

Mensaje actual

El postulador de la causa de la beata María Rosa de Jesús, en sus declaraciones a la emisora pontificia, hace hincapié en la actualidad del mensaje de la religiosa.

«Sor María Rosa vivió fuera de los muros del convento, pero entre los del hospital –microcosmos entre reclusión y clausura- en un ambiente laico, y allí vivió en la cotidianeidad una extraordinaria intimidad con el Señor. Es como decir que la santidad es para todos y es posible en cualquier contexto», explica.

La realidad es que sor María Rosa de Jesús «vive en un espacio cerrado y restringido con una conciencia católica, esto es, un abrazo total al mundo y a la vida de la Iglesia», añade.

Y deja un testimonio de que «se puede ser feliz en la enfermedad» -concluye el padre Tessari-, de que «se puede experimentar el céntuplo prometido por Cristo en toda circunstancia de la vida», el secreto que hace de ella «una gran mujer» a la que beatifica la Iglesia.

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ZENIT Staff

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