CIUDAD DEL ATICANO, martes, 11 septiembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI el 6 de septiembre a los participantes en el XII Congreso Mundial de la Comisión Internacional de la Pastoral en las Cárceles.
* * *
Queridos amigos:
Os doy la bienvenida con alegría al reuniros en Roma con motivo del XII Congreso Mundial de la Comisión Internacional de la Pastoral en las Cárceles. Le doy las gracias, presidente, Christian Kuhn, por las cordiales palabras que me ha expresado en nombre del Comité Ejecutivo de la Comisión.
El tema de vuestro Congreso de este año: «Descubrir el rostro de Cristo en cada detenido» (Cf. Mateo 25, 36), describe a la perfección vuestro ministerio de intenso encuentro con el Señor. De hecho, en Cristo, «el amor a Dios y el amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios» («Deus caritas est», n. 15).
Vuestro ministerio exige mucha paciencia y perseverancia. Con frecuencia experimentáis desilusiones y frustraciones. Reforzar los vínculos que os unen con vuestros obispos os permitirá encontrar ese apoyo y esa guía que tanto necesitáis para aumentar la conciencia de vuestra misión. De hecho, este ministerio, en el seno de la comunidad cristiana local, alentará a los demás a unirse a vosotros en el cumplimiento de obras corporales de misericordia, enriqueciendo la vida eclesial de la diócesis.
Al mismo tiempo, esto contribuirá a llevar a quienes ofrecéis vuestro servicio hasta el corazón de la Iglesia universal, en particular, a través de la participación regular en los sacramentos de la Penitencia y de la santa Eucaristía (Cf. «Sacramentum caritatis» , n. 59).
Los detenidos pueden fácilmente dejarse aplastar por sentimientos de aislamiento, de vergüenza y rechazo que corren el riesgo de hacer añicos sus esperanzas y sus aspiraciones para el futuro. En este contexto, los capellanes y sus colaboradores están llamados a ser heraldos de la compasión y del perdón infinitos de Dios.
En colaboración con las autoridades civiles, tienen la tarea difícil de ayudar a los detenidos a redescubrir el sentido para sus vidas de manera que, con la gracia de Dios, puedan transformar su propia vida, reconciliarse con sus familias y amigos y, en la medida de los posible, asumir la responsabilidad y los deberes que les permitan llevar una vida honesta y recta en el seno de la sociedad.
Las instituciones judiciales y penales desempeñan un papel fundamental a la hora de tutelar a los ciudadanos y el bien común (Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2266). Al mismo tiempo, tienen que contribuir a recuperar las relaciones sociales destruidas por los actos criminales cometidos (Cf. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, n. 403).
Por su misma naturaleza, por tanto, estas instituciones tienen que contribuir a la rehabilitación de quien ha cometido el crimen, facilitando el paso de la desesperación a la esperanza, de la irresponsabilidad a la responsabilidad.
Cuando las condiciones en las cárceles obstaculizan el proceso de recuperación de la autoestima y la aceptación de los deberes relacionados con ella, estas instituciones dejan de cumplir uno de sus objetivos esenciales. Las autoridades públicas deben estar atentas en este ámbito, evitando todos los medios de castigo o corrección que socaven o degraden la dignidad humana del detenido. En este sentido, reitero que la prohibición de la tortura no puede ser infringida en ninguna circunstancia (Ibídem, n. 404).
Confío en que vuestro Congreso os sirva para compartir vuestras experiencias del misterioso rostro de Cristo que resplandece en los rostros de los detenidos. Os aliento en vuestro esfuerzo por mostrar ese rostro al mundo, promoviendo un mayor respeto por la dignidad de los detenidos.
Rezo por último para que vuestro Congreso os ofrezca también la oportunidad a vosotros mismos para apreciar nuevamente cómo, al satisfacer las necesidades de los detenidos, vuestros ojos se abren a las maravillas que Dios actúa por vosotros cada día (Cf. «Deus caritas est», n.18).
Con estos sentimientos os transmito mis mejores deseos para vosotros y para todos los participantes en el Congreso e imparto de todo corazón mi bendición apostólica a vosotros y a vuestros seres queridos.
[Traducción del original inglés realizada por Zenit
© Copyright 2007 – Libreria Editrice Vaticana]