CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 10 enero 2008 (ZENIT.org).- Los jesuitas viven «el tiempo de la espera» en su deseo de regresar a China, país en el que estuvieron presentes desde los orígenes de la Compañía de Jesús.
Lo revela su prepósito general, el padre Peter-Hans Kolvenbach, que ha presentado su dimisión, aceptada por Benedicto XVI por razones de edad (este año cumple 80 años).
Este lunes, se abrió en Roma la 35 Congregación General de la Compañía de Jesús, convocada para aceptar la dimisión del padre Kolvenbach –que continuará como miembro de dicha asamblea–, y elegir a su sucesor.
En la Congregación participan 225 jesuitas, de los que 217 son electores. De los delegados, 18 provienen de África, 40 de América Latina, 64 de Asia y Australia, 69 de Europa y 34 de América del Norte.
Al elegir un nuevo superior general, afirma el padre Kolvenbach en una entrevista concedida al diario vaticano «L’Osservatore Romano» (el 5 de enero de 2008), la Compañía de Jesús «dice lo que espera para el futuro: un profeta o un sabio, un innovador o un moderador, un contemplativo o un activo, un hombre destacado o un hombre de unión».
La Congregación General, añade, «empieza con una valoración de la situación presente, con un discernimiento sobre lo que en la Compañía es luz o más bien sombra en su servicio a la Iglesia y al mundo. De esta valoración debe saltar la «chispa»: este es el jesuita que necesitamos para avanzar por los caminos de Dios».
El hilo conductor que une a todos los jesuitas, aunque actúen en contextos diversos en las diversas zonas del planeta, es la misión, observa el prepósito general.
«Esto comporta una presencia en las fronteras, que una vez eran más bien fronteras geográficas de la cristiandad; hoy son más bien las fronteras entre Evangelio y cultura, entre fe cristiana y ciencia, entre Iglesia y sociedad, entre la ‘buena noticia’ y un mundo turbado y confuso».
«Según las exigencias de esta misión, habrá siempre una increíble variedad de opciones y de obras apostólicas, pero en todas se encontrarán reunidas estas tres responsabilidades: anunciar la Palabra de Dios, compartir la vida de Cristo y testimoniar la caridad que el Espíritu urge y alimenta».
Hablando de la misión, corresponde una mención especial al anuncio del Evangelio en China, donde los jesuitas están presentes desde los primeros tiempos de la Compañía, «empezando por el sueño de san Francisco Javier, para seguir con la maravillosa actividad apostólica de Matteo Ricci y de sus compañeros».
«Lograron predicar a Cristo con el lenguaje de la cultura y de la mentalidad china, superando los prejuicios y los sentimientos de superioridad europeos», recuerda el padre Kolvenbach.
Esta tradición impulsa a los miembros de la Compañía de Jesús a no despegar la mirada de China, hasta el punto de que la Congregación «no ha renunciado nunca al deseo de servir al pueblo chino en sus aspiraciones espirituales».
Por este motivo, cuando en 1949 los jesuitas fueron expulsados de China, muchos de ellos permanecieron en países cercanos «esperando una buena oportunidad para volver a su puesto».
«Para la Compañía de Jesús, aparte una presencia actual bastante modesta, todavía es el tiempo de la espera –confiesa–. Esperar que los esfuerzos de la Santa Sede para reanudar las relaciones con China nos permitan volver a una misión tan ligada a la historia de la Compañía».
Al afrontar el tema del diálogo interreligioso, el padre Kolvenbach afirma que, para sea posible el diálogo, es necesario «empezar con un sincero respeto mutuo que vaya más allá de la mera cortesía».
Sin esto, confiesa, «no habrá diálogo sino como máximo confrontación».
Un segundo paso, prosigue, fue señalado por Juan Pablo II cuando hablaba del «diálogo de la vida», es decir «compartir los deseos y los problemas de cada comunidad humana».
En esta atmósfera de compartir los deseos y la búsqueda de las soluciones, puede darse, según el padre Kolvenbach, «un diálogo religioso con intercambio de experiencias espirituales y de prácticas religiosas en las que se dan sentimientos religiosos genuinos a pesar de las obvias divergencias».
«Por último, está el diálogo religioso fundado en los elementos teológicos de ambas religiones», «reservado a los teólogos».
En el caso del diálogo con los musulmanes, comenta, los teólogos deberían «pararse respetuosamente ante un problema insoluble: la fe de los cristianos en la Santa Trinidad no puede reducirse la formulación de un monoteísmo puro como el profesado por el Islam».
Esta dificultad teológica, concluye, no debería sin embargo ser un obstáculo para el diálogo de la vida «porque tanto los cristianos como los musulmanes tienen un verdadero sentido religioso de la vida y comparten la persuasión de que ‘no sólo de pan vive el hombre’».