ROMA, domingo, 20 enero 2008 (ZENIT.org).- En su mensaje para el Año Nuevo, Benedicto XVI animaba al mundo a redescubrir la virtud cristiana de la esperanza. En su homilía durante las vísperas del 31 de diciembre que marcaban el fin del 2007, el pontífice se refirió a la falta de esperanza y confianza en la vida que prevalece en la sociedad occidental moderna, definiéndola como una mal «oscuro».
Desde la publicación de su encíclica sobre la esperanza, «Spe Salvi», el Papa ha vuelto ha hablar en varias ocasiones sobre el tema. El 2 de diciembre, durante el ángelus del primer domingo de Adviento, comentaba cómo la ciencia moderna ha intentado confinar la fe y la esperanza a la esfera privada.
Explicaba que esto tiende desgraciadamente a privar al mundo de esperanza. «No cabe duda de que la ciencia contribuye en gran medida al bien de la humanidad, pero no es capaz de redimirla», afirmaba el Papa.
Posteriormente, en el inicio del discurso que precede a la bendición «urbi et orbi» (a la ciudad de Roma y al mundo) del Día de Navidad, el Papa decía: «Un día de gran esperanza: hoy el Salvador de la humanidad ha nacido». El nacimiento del niño Jesús, «trae normalmente una luz de esperanza a quienes lo aguardan ansiosos», añadía.
El Santo Padre no es el único en percibir cuánto necesita redescubrir la esperanza la sociedad contemporánea. El 1 de enero el New York Times publicaba un artículo titulado «In 2008, a 100% Chance of Alarm» (En el 2008, un 100% de oportunidades para la alarma).
El artículo se refería a las constantes advertencias sobre el cambio climático, y cómo los medios suelen tender a centrase en las advertencias más pesimistas. Demasiados periodistas y científicos, sostenía el artículo, están constantemente a la búsqueda y captura de un nuevo pecado – excesos de emisiones de carbono.
Esto suele dar lugar a artículos engañosos. El New York Times observaba cómo los británicos pronosticaron que el 2007 sería el más cálido del que se tiene registro. Resultó que no fue así, pero en cualquier caso, al final del año, la BBC exclamaba que los datos del 2007 habían confirmado la tendencia al calentamiento.
El artículo del Times también observaba que los medios ignoran las últimas evidencias sobre el enfriamiento de la Antártica, junto con los altos niveles de hielo, en contraste con la amplia publicidad dada a los más bajos niveles de hielo en el Ártico.
Asústate
Las tácticas del miedo también son comunes en política. El 24 de diciembre la revista Newsweek dedicaba un artículo de cuatro páginas a examinar cómo muchos de los candidatos en la campaña presidencial de Estados Unidos usan el miedo. «Un candidato que descuida el factor miedo debería tener listo un discurso de reconocimiento oficial de su derrota», concluía el artículo.
En un libro publicado en noviembre, Christopher Richard y Broker North consideraban el alto coste de los miedos excesivo. Corremos el riesgo de caer en una nueva época de superstición, advierte «Scared to Death: From BSE to Global Warming: Why Scares are Costing Us the Earth» (Continuum) (Sustos de Muerte: del Mal de las Vacas Locas al Calentamiento Global: Por qué los Miedos nos están costando la Tierra).
Existen amenazas ciertas, admiten los autores. Pero demasiado a menudo se exageran las evidencias científicas preliminares, los medios inflan los peligros, y los políticos imponen nuevas leyes, con altos costes económicos, afirman Richard y North.
Por ejemplo, cuando en 1996 surgió el BSE, o mal de las vacas locas, los reportajes de los medios predijeron cientos de miles de muertes. Un periódico llegó tan lejos que pronosticó medio millón de muertes al año. El número final de muertes llegó a cerca de las 200.
En su conclusión del análisis de casi 500 páginas de los miedos alimentarios y medioambientales de los últimos años, los autores observan que el miedo se debe, en parte, a la secularización de la sociedad. Una vez que la gente ya no saca el significado de sus vidas de la religión, el valor más alto para la sociedad está en la existencia corporal. Además, la necesidad de encontrar sustitutos a las nociones de pecado y mal anima a presentar los peligros de forma apocalíptica.
Enfoque negativo
Otros autores también han comentado la naturaleza cada vez más temerosa de la sociedad moderna. En el 2005, el sociólogo británico Frank Furedi publicaba la tercera edición de su libro «Culture of Fear» (Continuum) (La Cultura del Miedo).
Furedi advertía que corremos el riesgo de dejarnos dominar por la creencia de que la humanidad se enfrenta a fuerzas destructivas que amenazan nuestra existencia. Los miedos van de los asteroides asesinos a los virus letales y al calentamiento global. Un corolario de la cultura del temor es que celebramos el victimismo más que a los héroes, y las personas se dan prisa en probar que merecen asesoramiento y compensaciones, en lugar de animar a la iniciativa.
Furedi amplió su análisis con otro libro, publicado en el 2005, «Politics of Fear» (Continuum) (La Política del Miedo). Observaba que los términos derecha e izquierda ya no son adecuados para describir la política. En su lugar, el ambiente cultural actual es de escepticismo, relativismo y cinismo, que conduce, en la arena política, a lo que Furedi denomina «el conservadurismo del miedo».
A pesar del conservadurismo del pasado, que creía en el carácter único del ser humano, el actual conservadurismo se guía por un «profundo impulso misantrópico». «El ethos de la sostenibilidad, el dogma del principio de precaución, la idealización de la naturaleza, de los ‘orgánico’, todo ello expresa una desconfianza misantrópica en la ambición y experimentación humanas».
Oscuridad
La contraparte teológica a este análisis sociológico y político se recoge en la reciente encíclica del Papa. En ella comienza observando la novedad del mensaje cristiano de esperanza. San pablo, observaba el Pontífice, decía a los efesios que, antes de entrar en contacto con Cristo, no tenían en el mundo «ni esperanza ni Dios» (Efesios 2:12).
Los dioses paganos eran cuestionables y los mitos contradictorios, añadía la encíclica. Por eso, sin Cristo «e hallaban en un mundo oscuro, ante un futuro sombrío» (No. 2).
Los cristianos, en contraste, saben que sus vidas no terminarán en el vacío, incluso aunque los detalles de su vida futura no estén claros. Esta certeza cambia nuestras vidas y, así, el mensaje cristiano, continuaba el Papa no es sólo informativo sino que cambia la vida. «Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva».
La actual crisis de fe en la sociedad moderna es «sobre todo una crisis de la esperanza cristiana», explicaba el Papa (No. 17). La encíclica anima por tanto a un diálogo entre la modernidad y el cristianismo, y su concepto de esperanza.
En este diálogo, los cristianos «tienen también que aprender de nuevo en qué consiste realmente su esperanza, qué tienen que ofrecer al mundo y qué es, por el contrario, lo que no pueden ofrecerle» (No. 22). Por su parte, la sociedad contemporánea necesita reexaminar su fe sin críticas en el progreso material y científico. Benedicto XVI no rechaza el progreso, pero observa que es ambiguo.
El progreso
«Indudablemente, ofrece nuevas posibilidades para el bien, pero también abre posibilidades abismales para el mal, posibilidades que antes no existían», observaba. El verdadero progreso, añadía el Papa, necesita también un progreso ético, y si la razón se abre a la fe, se vuelve posible distinguir entre el bien y el mal.
La encíclica no menosprecia el progreso material y científico y, de hecho, Benedicto XVI reconocía la necesidad de «tener esperanzas -más grandes o más pequeñas-,
que día a día nos mantengan en camino» (No. 31). «Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan», añadía el texto.
«Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto», concluía el Papa.
Un mundo sin Dios es un mundo sin esperanza, observaba. Quizá, por tanto, no deberíamos sorprendernos del estado de miedo de la sociedad moderna. Junto con la ciencia, la humanidad necesita redescubrir su fe en Dios, si quiere superar las causas más profundas de sus miedos.
Por el padre John Flynn, L. C., traducción de Justo Amado