CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 27 enero 2008 (ZENIT.org).- Los milagros realizados por Jesús constituyeron una provocación frontal al imperio romano, explica Benedicto XVI, pues con ellos mostró que ha llegado el «Reino de Dios».
A esta conclusión llegó este domingo al comentar el pasaje evangélico dominical (Mateo 4, 12-23), en el que se presenta el inicio de la vida pública de Cristo, cuando predicaba el Reino de Dios y curaba enfermos.
El obispo de Roma aclaró que «el término «evangelio», en los tiempos de Jesús, era utilizado por los emperadores romanos para hacer sus proclamas. Independientemente del contenido, eran definidos como «buenas nuevas», es decir, anuncios de salvación, pues el emperador era considerado como el señor del mundo y cada uno de sus edictos era portador de bien».
«Aplicar esta palabra a la predicación de Jesús tuvo, por tanto, un sentido fuertemente crítico, era como decir: «Dios, y no el emperador, es el Señor del mundo y el verdadero evangelio es el de Cristo»», recordó el Santo Padre.
El Papa resumió la «buena nueva» que Jesús proclama en estas palabras: «El reino de Dios –o reino de los cielos– está cerca».
«¿Qué significa esta expresión?», preguntó. «Ciertamente no indica un reino terreno, delimitado en el espacio y en el tiempo, sino que anuncia que Dios reina, que Dios es el Señor y que su señorío está presente, es actual, se está realizando», respondió.
«La novedad del mensaje de Cristo es por tanto que Dios se ha hecho cercano en Él, que ya reina entre nosotros, como lo demuestran los milagros y las curaciones que realiza», aclaró.
«Dios reina en el mundo a través de su Hijo, hecho hombre, y con la fuerza del Espíritu Santo», aclara. Por eso, «el señorío de Dios se manifiesta entonces en la curación integral del hombre».
«Jesús quiere revelar el rostro del verdadero Dios, el Dios cercano, lleno de misericordia por cada ser humano; el Dios que nos dona la vida en abundancia, su misma vida», aclaró.
«El reino de Dios es, por tanto, la vida que vence a la muerte, la luz de la vedad que disipa las tinieblas de la ignorancia y de la mentira», dijo.
El Papa concluyó pidiendo a los cristianos que vivan las dos pasiones de la vida de Jesús: «pasión por Dios, por su señorío de amor y de vida» y «pasión por el hombre, con el que se encuentra verdaderamente con el deseo de entregarle el tesoro más precioso: el amor de Dios, su Creador y Padre».