Vicepresidente del Europarlamento: El cristianismo y el futuro de Europa (I)

Entrevista a Mario Mauro

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BRUSELAS, lunes, 28 enero 2008 (ZENIT.org).- ¿Hacia dónde va Europa? ¿Qué será de las raíces cristianas? ¿Sobrevivirá a la caída demográfica y a la crisis moral que la atenaza? ¿Logrará renovar y alimentar la esperanza de las nuevas generaciones? ¿Cómo logrará integrar tantos y diferentes flujos de inmigrantes?

Estas y otras preguntas ha hecho Zenit a Mario Mauro, vicepresidente del Parlamento Europeo, profesor de Historia de las Instituciones Europeas y autor del libro en italiano «El Dios de Europa» («Il Dio dell’Europa», Ediciones Ares, 2007).

–¿En qué punto está la Constitución Europea? ¿Hay posibilidades de que se reconozcan las raíces cristianas?

–Mauro: Aún conservando elementos de imperfección y con modestos progresos logrados en cuanto al proceso de decisiones, podemos afirmar que, tras la firma del Nuevo Tratado sobre la Unión Europea, la democraticidad de la Unión habrá crecido.

El órgano legislativo y representativo por excelencia, aquél que en todos los estados nacionales tiene competencia exclusiva (o casi) respecto a la iniciativa legislativa, es decir el Parlamento Europeo y con él los ciudadanos europeos, puede afirmar que es el gran vencedor del Tratado de Reforma.

Tratado que no tiene ya un carácter constitucional sino que mantiene importantes realizaciones en cuanto a legitimidad democrática, eficacia y refuerzo de los derechos de los ciudadanos (con algunas importantes excepciones respecto al Reino Unido y otros estados miembros): uno de los primeros artículos del Tratado de la Unión Europea (UE) define claramente los valores en los que se funda la Unión Europea, otro artículo enuncia sus objetivos. No siendo ya un documento de valor constitucional, la ausencia de una alusión a las raíces cristianas tiene menos peso y se puede considerar reabierta la partida.

–Usted es autor del libro «El Dios de Europa». ¿Puede decirnos sus conclusiones? ¿En qué cree la Europa de hoy?

–Mauro: El libro puede ayudarnos a responder a preguntas vitales para el futuro de nuestro continente. ¿Hay un hilo conductor de la historia europea que se pueda considerar vinculado a las decisiones históricas de De Gasperi, Adenauer y Schuman? ¿La Europa de hoy responde todavía al proyecto de los padres fundadores? ¿Cómo se puede volver a estas cuestiones fundamentales como la del pueblo europeo y sus aspiraciones? ¿Qué falta hoy en la «aspiración europea»? ¿Por qué, a pesar de los rechazos a la Constitución Europea, parece que nadie quiere afrontar con decisión el problema central de la identidad europea? ¿Cuáles son los espacios disponibles para el protagonismo de la sociedad civil europea? ¿Existe un reconocimiento real y concreto de la subsidiariedad a nivel europeo?

Benedicto XVI recuerda que los grandes peligros contemporáneos para la convivencia entre los hombres vienen del fundamentalismo –la pretensión de poner a Dios como pretexto para un proyecto de poder– y del relativismo –considerar que todas las opiniones son igualmente verdaderas–. La involución del proyecto político que llamamos Unión Europea hoy tiene que ver con estos factores.

El problema de Europa nace del hecho de que la relación entre razón y política se ha desviado sustancialmente de la noción misma de verdad. El acuerdo político, que justamente es presentado como sentido de la vida política misma, se concibe hoy como un fin en sí mismo.

Por ello, he querido analizar las principales políticas de la Unión Europea usando como hilo conductor las intuiciones de los padres fundadores y la promoción de la dignidad humana propia de la experiencia cristiana. La situación de «impasse» que experimenta Europa debe conducirnos a una profunda reflexión.

Más allá de la capacidad de lograr un buen acuerdo sobre el presupuesto, el viejo continente está perdiendo el propio horizonte, la propia dimensión. Tras la era Kohl, Europa ha estado dominada por políticos sin la audacia necesaria para poder generar futuro y sin la fuerza para poder mantener la fe en la construcción política creada hace poco más de cincuenta años por los padres fundadores. Una generación de políticos que llegó a una idea de Europa, rechazada por los referendos francés y holandés, según la cual, la integración cada vez más intensa se ha convertido en un valor en sí misma.

–Actualmente, en la Unión Europea se practica un aborto cada 25 segundos y cada 30 segundos hay una separación familiar. A pesar de la grave crisis demográfica, en el Parlamento Europeo parece prevalecer una cultura que propone formas de familia alternativas a la natural, matrimonios homosexuales, píldoras abortivas y eutanasia, mientras que países como Polonia en los que los abortos disminuyen son criticados. ¿No cree que continuar con un modelo cultural malthusiano marcará la decadencia de Europa?

–Mauro: Sí y hay un peligro mayor. La decadencia de nuestro continente es sobre todo el resultado de una crisis de nuestra identidad europea como pueblo.

En este sentido, creo que el reciente discurso del Papa a los embajadores acreditados ante la Santa Sede, en el que ha expresado su esperanza de que la moratoria aprobada por la ONU sobre la pena de muerte pueda «estimular el debate público sobre el carácter sagrado de la vida», constituye el punto central del debate sobre la futura Europa.

Según mi experiencia, considero que los cinco puntos en los que se juega el futuro de Europa son la crisis demográfica, la inmigración, la ampliación, la estrategia de Lisboa y la política exterior. Puntos íntimamente relacionados entre sí por un mínimo denominador común: la identidad de Europa. Sin tener clara su identidad, Europa no podrá dar ningún paso adelante en esos cinco retos.

Corremos el riesgo de que la respuesta a la crisis demográfica sea puramente ideológica, privilegiando obras de ingeniería social. La UE no puede ignorar el factor cultural en la repercusión sobre los índices de fertilidad, es decir las convicciones personales que sostienen la apertura a la vida.

–Sin embargo, si se sale de las sedes de la política de Bruselas y Estrasburgo, parece que entre las nuevas generaciones ha nacido una cultura optimista y pro vida. En Londres hubo una manifestación contraria al aborto. En Madrid, las familias salieron a la calle el 30 de diciembre. El 20 de enero, en París, hubo una manifestación europea a favor de la vida. Antes de Navidad, en Estrasburgo, los movimientos por la vida europeos se reunieron y están tratando de recoger diez millones de firmas para pedir al Parlamento Europeo el reconocimiento de la persona desde la concepción hasta la muerte natural. Cuatro décadas después de la revolución del 68, ¿los tiempos cambian? Usted, ¿qué piensa?

Mauro: Desde hace muchos años, siguen difundiéndose, sobre todo por los medios de comunicación más potentes y persuasivos y por parte de la mayoría de las formaciones políticas en Europa, ideas sobre la familia que, a decir poco, son erróneas o desviadas y no contribuyen absolutamente a ayudar a la sociedad civil, a la que no se hace más libre sino que se la vacía de toda certeza sobre la propia vida.

En este contexto alarmante, las manifestaciones y las iniciativas en defensa de la vida y de la familia tradicional, que en toda Europa encuentran cada vez más apoyo, son un claro signo de que hay personas que todavía creen, y que están dispuestas a luchar por ella, por el respeto de la dignidad y el carácter sagrado de la vida humana; vida que desde la concepción se realiza plenamente a través del nacimiento, el crecimiento, el matrimonio, la procreación y la muerte natural.

El desafío, antes que político, es educativo y cultural, parte de la concepción de la vida y de la persona que está en juego y de la honestidad intelectual con que se afronta. Aunque h
ay posturas fuertemente ideologizadas que resisten, está aumentando la apertura a una confrontación a partir de elementos de racionalidad y no de reacciones de tipo emotivo.

Y esto, a nivel europeo, emerge tanto entre los políticos como en la opinión pública. Aparte de algunas posturas cerradas a priori y enfocadas a la contraposición o a la demonización del adversario, está surgiendo una disponibilidad nueva a la confrontación, motivada por una creciente sensibilidad hacia la dignidad de la vida, gracias también a los resultados que proporciona la ciencia.

Como declaró recientemente el presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Angelo Bagnasco, es necesario que las leyes se adecuen al estado del conocimiento, que cambia con el tiempo, especialmente en el campo bioético, y por ello he presentado, juntos a otros colegas, una interrogación escrita a la Comisión Europea, respecto a la financiación de la investigación sobre células madre embrionarias, en la que pedimos «valorar a la luz de los recientes descubrimientos científicos hechos por científicos japoneses si es todavía necesario continuar dando fondos a proyectos para la investigación sobre células madre que destruyen embriones humanos».

Por Antonio Gaspari

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ZENIT Staff

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