CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 7 mayo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este miércoles sobre el ecumenismo con motivo de la visita a la Santa Sede de Su Santidad Karekin II patriarca supremo y catholicos de todos los armenios.
En primer lugar, el Papa dirigió este saludo en inglés al patriarca.
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Hoy tengo la gran alegría de saludar a Su Santidad, el catholicos Karekin II, patriarca supremo de todos los armenios, y a la distinguida delegación que le acompaña. Su Santidad, rezo para que la luz del Espíritu Santo ilumine su peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, las importantes reuniones que celebrará aquí, y en particular nuestras conversaciones personales. Pido a todos los presentes que recen para que Dios bendiga esta visita.
Su Santidad, le doy las gracias por su compromiso personal en el crecimiento de la amistad entre la Iglesia Apostólica Armenia y la Iglesia Católica. En el año 2000, poco después de su elección, usted vino a Roma para reunirse con el Papa Juan Pablo II, y un año después, usted quiso recibirle en la santa Etchmiadzin. Usted vino de nuevo a Roma junto con numerosos líderes eclesiales de Oriente y de Occidente con motivo del funeral del Papa Juan Pablo II. Estoy seguro de que este espíritu de amistad se profundizará aún más en los próximos días.
En un nicho exterior de la Basílica de San Pedro se encuentra una bella estatua de san Gregorio el Iluminador, fundador de la Iglesia Armenia. Nos ayuda a recordar las duras persecuciones que han sufrido los cristianos armenios, en particular, durante el último siglo. Los numerosos mártires de Armenia son un signo del poder del Espíritu Santo que actúa en tiempos de oscuridad, y prenda de esperanza para los cristianos de todas las partes del mundo.
Su Santidad, queridos obispos y queridos amigos, junto con vosotros imploro a Dios todopoderoso, por intercesión de san Gregorio el Iluminador, que nos ayude a crecer en la unidad, en el santo vínculo de la fe, la esperanza, y el amor cristianos
[A continuación, el Papa pronunció la tradicional intervención en italiano:]
Queridos hermanos y hermanas:
Como veis, se encuentra entre nosotros esta mañana Su Santidad Karekin II, patriarca supremo y catholicos de todos los armenios, acompañado por una distinguida delegación. Expreso de nuevo mi alegría por haberle podido acoger esta mañana: su presencia reaviva en nosotros la esperanza de la unidad plena entre todos los cristianos. Aprovecho la oportunidad para darle las gracias también por la amable acogida que ofreció recientemente en Armenia al cardenal secretario de Estado. Para mí es un placer recordar la inolvidable visita que el catholicos hizo a Roma en el año 2000, poco después de su elección. En su encuentro con él, mi querido predecesor, Juan Pablo II, le entregó una insigne reliquia de san Gregorio el Iluminador y a continuación viajó a Armenia para devolverle la visita.
Es conocido el compromiso de la Iglesia Apostólica Armenia a favor del diálogo ecuménico, y estoy seguro de que también esta visita del venerado patriarca supremo y catholicos de todos los armenios contribuirá a intensificar las relaciones de fraterna amistad que unen a nuestras Iglesias. Estos días de inmediata preparación para la solemnidad de Pentecostés nos alientan a reavivar la esperanza en la ayuda del Espíritu Santo para avanzar por el camino del ecumenismo. Nosotros tenemos la certeza de que el Señor Jesús no nos abandona nunca en la búsqueda de la unidad, dado que su Espíritu actúa incansablemente para apoyar nuestros esfuerzos orientados a superar toda división y a coser todo desgarre en el tejido vivo de la Iglesia.
Esto es precisamente lo que Jesús prometió a los discípulos en los últimos días de su misión terrena, como acabamos de escuchar en el pasaje del Evangelio: les aseguró la asistencia del Espíritu Santo, que mandaría para que siguiera haciéndoles experimentar su presencia (Cf. Juan 14, 16-17). Esta promesa se hizo realidad cuando, tras la resurrección, Jesús entró en el Cenáculo, saludó a los discípulos con las palabras «La paz con vosotros» y, soplando sobre ellos, les dijo: «Recibid el Espíritu Santo» (Juan 20, 22). Les autorizaba a perdonar los pecados. El Espíritu Santo, por tanto, se presenta como fuerza del perdón de los pecados, de renovación de nuestros corazones y de nuestra existencia, y de este modo renueva la tierra y crea unidad allí donde había división. Después, en la fiesta de Pentecostés, el Espíritu Santo se muestra con otros signos: a través del viento impetuoso, de lenguas de fuego, y los apóstoles hablan todos los idiomas. Este último es un signo de que la dispersión de Babilonia, fruto de la soberbia que separa a los hombres, ha quedado superada por el Espíritu, que es caridad y que da unidad en la diversidad. Desde el primer momento de su existencia la Iglesia habla todos los idiomas, gracias a la fuerza del Espíritu Santo y a las lenguas de fuego, y vive en todas las culturas, no destruye nada de los dones ni de la historia propia, sino que los asume todos en una unidad nueva y grande que reconcilia la unidad con la multitud de formas.
El Espíritu Santo, que es la caridad eterna, el lazo de la unidad en la Trinidad, une con su fuerza en la caridad divina a los hombres dispersos, creando así la grande y multiforme comunidad de la Iglesia en todo el mundo. En los días que pasaron entre la Ascensión del Señor y el domingo de Pentecostés, los discípulos estaban reunidos con María en el Cenáculo para rezar. Sabían que no podían por sí solos crear, organizar la Iglesia: la Iglesia tiene que nacer y ser organizada por la iniciativa divina; no es una criatura nuestra, sino un don de Dios. Sólo así crea también unidad, una unidad que tiene que crecer. La Iglesia en todo tiempo, en particular, en estos nueve días entre la Ascensión y Pentecostés, se une espiritualmente en el Cenáculo con los apóstoles y con María para implorar incisamente la efusión del Espíritu Santo. Movida por su viento impetuoso será capaz de anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra.
Por este motivo, a pesar de las dificultades y de las divisiones, los cristianos no pueden resignarse ni ceder al desaliento. Esto es lo que nos pide el Señor: preservar en la oración para mantener viva la llama de la fe, de la caridad y de la esperanza, de las que se alimenta el anhelo por la unidad plena. Ut unum sint! Dice el Señor. Siempre resuena en nuestro corazón esta invitación de Cristo; invitación que relance en mi reciente viaje apostólico a los Estados Unidos de América, en donde hice referencia a la centralidad de la oración en el movimiento ecuménico. En este tiempo de globalización, y al mismo tiempo de fragmentación, «sin plegaria, las estructuras, las instituciones y los programas ecuménicos quedarían despojados de su corazón y de su alma» (encuentro ecuménico en la iglesia de san José en Nueva York, 18 de abril de 2008). Damos gracias al Señor por las metas alcanzadas en el diálogo ecuménico gracias a la acción del Espíritu Santo; seamos dóciles, escuchando su voz para que nuestros corazones, llenos de esperanza, emprendan sin pausa el camino que lleva a la comunión de todos los discípulos de Cristo.
San Pablo, en la Carta a los Gálatas, recuerda que «el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (5, 22-23). Estos son los dones del Espíritu Santo que invocamos también hoy sobre todos los cristianos para que en el servicio común y generoso al Evangelio puedan ser en el mundo signo del amor de Dios por la humanidad. Dirigimos, con confianza, la mirada a María, santuario del Espíritu Santo, y a través de ella rezamo
s: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor». ¡Amén!
[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy está con nosotros el Patriarca Supremo y Katholicos de todos los Armenios, con una delegación, que he recibido con gozo esta mañana, y cuya presencia reaviva la esperanza de llegar a la plena unidad de todos los cristianos. La proximidad de la solemnidad de Pentecostés nos invita a confiar en la ayuda del Espíritu Santo para avanzar en el camino ecuménico.
Jesús aseguró a los suyos que mandaría el Espíritu Santo, que los alentaría siempre hasta los más recónditos confines de la tierra, y esto se hizo manifiesto y público precisamente el día de Pentecostés. La Iglesia, por así decir, vive continuamente en estado de Pentecostés, y por eso no se desanima ante las dificultades para realizar su misión y mantener vivo el anhelo de la plena unidad de todos los discípulos de Cristo.
Saludo cordialmente a los peregrinos y visitantes de lengua española venidos de España, México y otros países latinoamericanos. Exhorto a todos a orar incesantemente por el progreso ecuménico, pues la plegaria es el corazón del camino hacia la unidad entre los cristianos.
Muchas gracias por vuestra visita.
[Traducción del original inglés e italiano realizada por Jesús Colina
© Copyright 2008 – Libreria Editrice Vaticana]