Cardenal Martino: los cristianos deben ayudar a la política a salir de la crisis

Intervino en la Universidad Católica de Valparaíso (Chile)

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VALPARAÍSO, miércoles 1 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- La Iglesia «no puede desinteresarse» de la crisis de valores y confianza que atraviesa la política, pues ésta «entra dentro del designio de Dios sobre la humanidad». Así lo afirmó este martes el cardenal Renato Martino, presidente del Consejo Pontificio «Justicia y Paz», en una conferencia pronunciada en la sede de la Universidad Católica de Valparaíso (Chile).

Esta conferencia forma parte de una serie de encuentros que el cardenal Martino tiene previsto mantener estos días en Chile y Guatemala con obispos, empresarios, políticos y universitarios de ambos países, sobre Doctrina Social de la Iglesia y desafíos de la sociedad actual.

En su intervención del martes, el purpurado explicó que «aunque la Iglesia no hace política», posee «una doctrina iluminadora» sobre ésta, «capaz de desatar algunos de los intrincados nudos que le impiden ejercer su auténtica función».

«El cristiano está llamado a dar a la política un estatuto auténticamente humano, liberándola constantemente de ilusiones mesiánicas y recuperando su rol fundamental, rescatándola de las desilusiones que la circundan», explicó.

El cardenal Renato Martino explicó que la política, y más a raíz de la globalización, tiene hoy que enfrentar dos cuestiones, «por desgracia ignoradas desde hace mucho tiempo, con grave daño», y son la cuestión de la verdad y la cuestión de la autoridad.

La reflexión política no suele considerar estas cuestiones, «la primera por estar demasiado comprometida con una época de empeño metafísico, y la segunda, por ser poco adaptable a una sociedad caracterizada por las ‘opciones’ de vida».

Sin embargo, hoy más que nunca es necesario volver a proponer ambos principios, afirma el cardenal Martino.

«La cuestión de la verdad se convertirá en cada vez más relevante en el futuro próximo, por la demanda dramática de sentido que la técnica nos hace», especialmente «en el ámbito político, donde existe el riesgo de la tecnocracia; en el ámbito de la manipulación de la vida, en la que se confía ciegamente en la biotecnología; y en el ámbito de la comunicación, remodelado y trastocado por la tecnología informática», capaz de producir «mundos virtuales».

Todo esto, afirma, «abre la puerta a formas inéditas de servidumbre del hombre al hombre».

Respecto a la cuestión de la autoridad, será también relevante en el futuro, debido «a las exigencias cada vez más fuertes de gobierno y de guía que nacen de la fragmentación originada por el aumento de las libertades».

Esta autoridad, añade, deberá ser «pensada y articulada de un modo nuevo», más «horizontal y flexible»y con mayor coherencia con el principio de subsidiariedad.

La cuestión de la laicidad

El cardenal se refirió al actual debate sobre la laicidad, especialmente en los países occidentales, «que viene comprendida como exclusión de la religión de la vida pública».

Sin embargo, esta concepción de laicidad no puede ser buena ni para la Iglesia ni para un régimen político.

«Un régimen político auténticamente laico acepta, tanto que el cristiano actúe como cristiano en la sociedad, como que la Iglesia manifieste sus propias valoraciones éticas en juego», afirmó. «Si la política pretende vivir como si Dios no existiera, al final se vuelve estéril y pierde la conciencia misma de la intangibilidad de la vida humana».

Por su parte, para la Iglesia, la relegación de la fe al ámbito privado «contradice el criterio de la encarnación y de la coherencia entre la fe y la vida. El catolicismo nunca podrá renunciar al rol públicos de la fe religiosa», añadió.

Entre otras cuestiones, el cardenal Martino se refirió a la cuestión de los principios no negociables y al pluralismo democrático.

«La Iglesia está fuertemente comprometida con los derechos del hombre», explicó, pero estos «deben ser precisados dentro de un orden moral respetuoso con la verdad».

«Hoy existen muchos conceptos de persona, pero entre ellos es posible establecer una jerarquía, en cuanto que sea más inclusiva», y por tanto, «abarque mejor la realidad de la persona», y que impide reducirla «de fin a medio, de alguien a algo».

La democracia, añadió, «tiene necesidad de esta alma, para que pueda mantenerse libre de la tentación de considerarse sólo como un procedimiento que cuenta las ‘manos alzadas’, cosa que por sí sola le impediría distinguir la justicia de la injusticia».

«Difundir la doctrina social es verdaderamente una de las grandes prioridades pastorales de nuestras Iglesias, llamadas a evangelizar también la política, a iluminar con la luz del Evangelio todo aquello que, de una manera u otra, tiene que ver con la política», concluyó.

Por Inma Álvarez

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ZENIT Staff

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