ROMA, viernes 3 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia, a la liturgia del p´roximo domingo 3 de octubre, XXVII del tiempo ordinario.
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XXVII Domingo del tiempo ordinario
Isaías 5,1-7; Filipenses 4,6-9; Mateo 21, 33-43
Se os quitará el Reino de Dios
El contexto inmediato de la parábola de los viñadores homicidas se refiere a la relación entre Dios y el Pueblo de Israel. Es a éste a quien históricamente Dios ha enviado primero a los profetas y después a su mismo Hijo. Pero como todas las parábolas de Jesús, esta es una «historia abierta». En la relación Dios-Israel se traza la relación entre Dios y la humanidad entera.
Jesús retoma y continua el lamento de Dios en Isaías de la primera lectura. Es ahí donde se debe buscar la clave de lectura y el tono de la parábola. ¿Por qué Dios ha «plantado la viña» y cuáles son los frutos que espera y que viene a buscar a su tiempo? Aquí la parábola se aleja de la realidad. Los viñadores humanos no plantan una viña ni le prodigan sus cuidados por amor a la viña, sino por su beneficio. No así Dios. Él crea al hombre, entra en alianza con él, no por su interés, sino para favorecer al hombre, por puro amor. Los frutos que espera del hombre son el amor hacia él y la justicia hacia los oprimidos: todas ellas cosas que sirven al bien del hombre, no al de Dios.
Esta parábola de Jesús es terriblemente actual aplicada a nuestra Europa y, en general, al mundo cristiano. También en este caso hay que decir que Jesús ha sido «echado fuera de la viña», expulsado por una cultura que se proclama post-cristiana, o incluso anti-cristiana. Las palabras de los viñadores resuenan, si no en las palabras, al menos en los hechos de nuestra sociedad secularizada: «¡Matemos al heredero y será nuestra la herencia!»
Ya no se quiere oir hablar más de raíces cristianas de Europa, de patrimonio cristiano, El hombre secularizado quiere ser el heredero, el dueño. Sartre puso en boca de un personaje suyo estas terribles declaraciones: «Ya no hay nada en el cielo, ni Bien, ni Mal, ni persona alguna que pueda darme órdenes. (…) Soy un hombre, y cada hombre debe inventar su propio camino».
Esta que he indicado es una aplicación, por así decirlo, a «largo alcance» de la parábola. Pero casi siempre las parábolas de Cristo tienen también una explicación de corto alcance, o a nivel individual: se aplican a cada persona, no sólo a la humanidad o a la cristiandad en general. Se nos invita a preguntarnos: ¿qué suerte he reservado yo a Cristo en mi vida? ¿Cómo correspondo al incomprensible amor de Dios hacia mí? ¿Acaso no le he expulsado yo también fuera de los muros de mi casa, de mi vida… es decir, le he olvidado, ignorado?
Recuerdo que un día escuchaba esta parábola durante una Misa, mientras era bastante distraído. Llegado al punto en que se oye al dueño de la viña decir para sí: «A mi hijo le rspetarán», tuve un sobresalto. Entendí que aquellas palabras estaban dirigidas personalmente a mí, en aquel momento. Ahora el Padre celeste estaba a punto de mandarme a mí a su Hijo en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre; ¿había comprendido yo la grandeza del momento? ¿Estaba preparado para acogerle con respeto, como el Padre esperaba? Aquellas palabras me sacaron bruscamente de mis pensamientos…
En la parábola de los viñadores homicidas hay un sentido de amargura, de desilusión. ¡Ciertamente no se trata de una historia con final feliz! Pero al leerla en profundidad, habla del amor increíble de Dios por su pueblo y por cada una de sus criaturas. Un amor que al final, incluso a través de los distintos episodios de extravío y retorno, saldrá siempre victorioso y tendrá la última palabra.
Los rechazos de Dios nunca son definitivos, son abandonos pedagógicos. También el rechazo de Israel que resuena veladamente en las palabras de Cristo: «Se os quitará el Reino de Dios y se entregará a un pueblo que rinda sus frutos», pertenece a este género, como el descrito por Isaías en la primera lectura. Hemos visto, por otra parte, que este peligro acecha también sobre la cristiandad, o al menos sobre vastas partes de ella.
San Pablo escribe en la carta a los Romanos: «¿Es que ha rechazado Dios a su pueblo? ¡De ningún modo! ¡Que también yo soy israelita, del linaje de Abraham, de la tribu de Benjamín! Dios no ha rechazado a su pueblo, en quien de antemano puso sus ojos… ¿Es que han tropezado para quedar caídos? ¡De ningún modo! Sino que su caída ha traído la salvación de los gentiles, para llenarlos de celos. … Si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo, ¿qué será su readmisión, sino una resurrección de entre los muertos?» (Rm 11, 1ss).
En la semana que apenas ha transcurrido, el 29 de septiembre, los hermanos judíos han celebrado su fiesta más importante, el Fin de Año, llamado por ellos Rosh Ha-shanà. Quisiera aprovechar esta ocasión para hacerles llegar mi augurio de paz y de prosperidad. Con el Apóstol Pablo grito yo también: «Que sea la paz en todo el Israel de Dios».
Traducción de Inma Álvarez