CIUDAD DEL VATICANO, lunes 20 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- El Papa afirmó hoy la importancia de recuperar la relación entre médico y paciente como clave para una necesaria humanización de la medicina, durante la audiencia concedida a los miembros de la Sociedad Italiana de Cirugía, que celebran estos días su 110 congreso nacional.
La comunicación entre ambos debe ser la base para una “auténtica alianza terapéutica con el paciente” que permita definir la estrategia que se utilizará en la enfermedad.
En esta relación, el Papa subrayó el papel del médico: “puede motivarle, sostenerle, movilizarle, e incluso potenciar sus recursos físicos y mentales, o al contrario, puede debilitarle y frustrar sus esfuerzos, reduciendo así la misma eficacia de los tratamientos practicados”.
Lo que debe distinguirle son, añadió, “esas cualidades humanas que, más allá de la competencia profesional en sentido estricto, aprecia el paciente del médico”. El enfermo no debe ser considerado como “antagonista,” sino como “colaborador activo y responsable del tratamiento terapéutico”, aunque “respetando su autodeterminación”.
El enfermo, por su parte, “quiere ser mirado con benevolencia, no solo examinado; quiere ser escuchado, no solo expuesto a diagnosis sofisticadas; quiere percibir con seguridad que está presente en la mente y en el corazón del médico que le cura”.
Aunque es cierto que “hay que respetar la autonomía del paciente”, el Papa afirmó que “la responsabilidad profesional del médico debe llevarle a proponer un tratamiento que mire al verdadero bien del paciente, con la conciencia de que su competencia específica lo pone en grado, generalmente, de evaluar mejor la situación mejor”.
Esta relación es tan importante, explicó el pontífice, que hay que “mirar con sospecha a cualquier tentativa de entrometerse desde fuera” en ella.
En referencia al lema elegido por los propios cirujanos para su congreso, “Por una cirugía que respete al enfermo”, el Papa explicó que el principio de la medicina debe ser siempre “el respeto de la dignidad humana, de hecho, exige el respeto incondicional de cada ser humano, nacido o no nacido, sano o enfermo, sea cual sea la condición en que se encuentre”.
La Medicina ha evolucionado hasta tal punto, explicó, que “mientras en el pasado se limitaba a aliviar”, hoy “es capaz de conseguir la curación”. Esto conlleva un riesgo, el de “abandonar al paciente cuando se advierte la imposibilidad de obtener resultados apreciables”.
Otro de los riesgos es, añadió, el de “cosificar” al paciente, sometido a “reglas y prácticas que son a menudo extrañas a su forma de ser”, en nombre de “las exigencias de la ciencia, de la técnica y de la organización de la asistencia sanitaria”.
Es necesario, por tanto, tener presentes “tres objetivos” en el ejercicio de la Medicina: “curar a la persona enferma o al menos intentar incidir de forma eficaz en la evolución de la enfermedad; aliviar los síntomas dolorosos que la acompañan, sobre todo cuando está en fase avanzada; y cuidar de la persona enferma en todas sus expectativas humanas”.
“Aunque no existan perspectivas de curación, aún se puede hacer mucho por el enfermo: se puede aliviar su sufrimiento, sobre todo acompañándole en su camino, mejorando en lo posible sus condiciones de vida”, concluyó el Papa, pues “todo paciente, también el incurable, lleva en sí un valor incondicional, una dignidad digna de ser honrada”.
[Por Inma Álvarez]