CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 7 noviembre 2008 (ZENIT.org).-Un espacio de diálogo, respeto y acercamiento entre católicos y musulmanes: así vieron los participantes del primer seminario organizado por el Fórum Católico-Musulmán.
Durante el acto de clausura, en la tarde de este jueves, que se realizó en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, el cardenal Jean Louis Tauran, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, subrayó uno de los puntos de la histórica declaración final (Cf. Declaración Final del Foro Católico-Musulmán).
«Creemos que católicos y musulmanes estamos llamados a ser instrumentos de amor y armonía entre creyentes, y para la humanidad en general, renunciando a cualquier tipo de opresión, violencia agresiva y terrorismo, sobre todo cuando se cometen en nombre de la religión, y manteniendo el principio de justicia para todos», afirmó el purpurado francés citando la declaración.
El encuentro celebrado del 4 al 6 de noviembre había culminado pocas horas antes con una audiencia con el Papa Benedicto XVI. En el evento participaron 24 representantes y 5 consejeros de cada una de las dos religiones. Ha sido organizado por el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso y por los signatarios del manifiesto «Una palabra común» (http://www.acommonword.com), que por primera vez reúne y representa a altos exponentes de las diferentes ramas del islam (suníes, chiíes y otras) de diferentes países.
Como parte del grupo de los consejeros participó el profesor libanés Joseph Maila, docente de la Facultad de Ciencias Sociales y Económicas en el Instituto Católico de París, quien aseguró que la religión «no puede ser principio de discriminación», porque es la «fuerza que lleva a la paz».
Por ello cada creyente, comentó en el acto de clausura, es «responsable de lo que se hace a nombre de la religión», razón por la que cada uno debe verse «bajo la mirada de Dios».
El profesor concluyó su intervención diciendo que «el amor de Dios viene del hecho de que Dios es padre y el amor del Padre no se impone».
Por su parte la profesora canadiense Ingrid Mattson, directora de la Sociedad Islámica de Norteamérica aseguro que en este encuentro sintió «la mano de Dios» y agradeció al Papa por la audiencia.
«Ninguno puede ceder si no ama a su hermano como a sí mismo», aclaró.
De otro lado, advirtió, el diálogo «debe partir de la caridad y no del proselitismo» y que ahora hay que emprender un largo camino de trabajo y acercamiento porque «una simple conferencia no puede arreglarlo todo».
Puntos de vista de los participantes
Entre los 24 participantes de la religión musulmana estuvo Yaha Pallavicini, vicepresidente de la comunidad islámica religiosa italiana, quien destacó como fruto del encuentro el «unir la teología con la práctica y no establecer sólo un diálogo teológico que permanece abstracto ni un discurso pragmático que sólo apunta a los social», según declaraciones concedidas a ZENIT.
En cuanto a la violencia interreligiosa, Pallavicini aseguró que ésta tiene lugar por la «ignorancia recíproca», cuando hay falta de «libertad, sentido de responsabilidad y de fraternidad, se genera una violencia gratuita».
Para evitarla debemos «unirnos para condenar todo tipo de violencia cuando se utiliza la religión y garantizar con acciones educativas un mejor respeto de toda la diversidad y dignidad humana».
De parte de la religión católica, una de las participantes fue Ilaria Morali, doctora en teología de la Pontificia Universidad Gregoriana, quien dijo que uno de los primeros frutos ha sido la «creciente confianza recíproca que es el presupuesto para todo diálogo».
«Si se tiene miedo al otro, no se es libre y no se está tranquilo para hablar de sí mismo», reconoció.
Existe por parte de ambas partes un deseo de comprenderse y, «como todo camino humano, se inicia aceptando que hay dificultades».
Morali aseguró que las dos religiones tienen en común la misión de «llevar a Dios al centro de la vida de nuestro mundo para leer a la luz de Dios nuestro tiempo», pero «sin caer en divisiones demasiado secularistas» que atenten con «la vocación de cada hombre».
Por Carmen Villa