CIUDAD DEL VATICANO, martes 16 de diciembre de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos íntegramente el discurso que pronunció Benedicto XVI el 5 de diciembre a los participantes en la sesión plenaria de la Comisión Teológica Internacional, en la Sala de los Papas del palacio apostólico vaticano.
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Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; ilustres profesores; queridos colaboradores:
Con verdadera alegría os acojo al término de los trabajos de vuestra sesión plenaria anual, que esta vez coincide también con la conclusión del séptimo quinquenio desde la creación de la Comisión teológica internacional. Ante todo deseo expresar un sentido agradecimiento por las palabras de saludo que me ha dirigido, en nombre de todos, monseñor Luis Francisco Ladaria Ferrer, en calidad de secretario general de la Comisión teológica internacional. También os manifiesto mi agradecimiento a todos vosotros que, durante este quinquenio, habéis dedicado vuestras energías a un trabajo verdaderamente valioso para la Iglesia y para aquel a quien el Señor ha llamado a desempeñar el ministerio de Sucesor de Pedro.
De hecho, los trabajos de este séptimo «quinquenio» de la Comisión teológica internacional ya han dado un fruto concreto, como ha recordado monseñor Ladaria Ferrer, con la publicación del documento: «La esperanza de la salvación para los niños que mueren sin bautismo», y se preparan para alcanzar otra meta importante con el documento: «En busca de una ética universal: nueva mirada sobre la ley natural», que todavía se debe someter a los últimos pasos previstos por las normas de los Estatutos de la Comisión, antes de la aprobación definitiva.
Como ya he recordado en ocasiones anteriores, reafirmo la necesidad y la urgencia, en el contexto actual, de crear en la cultura y en la sociedad civil y política las condiciones indispensables para una conciencia plena del valor irrenunciable de la ley moral natural. También gracias al estudio que vosotros habéis emprendido sobre este tema fundamental, resultará claro que la ley natural constituye la verdadera garantía ofrecida a cada uno para vivir libre y respetado en su dignidad de persona, y para sentirse defendido de cualquier manipulación ideológica y de cualquier atropello perpetrado apoyándose en la ley del más fuerte.
Todos sabemos bien que, en un mundo formado por las ciencias naturales, el concepto metafísico de la ley natural está prácticamente ausente y resulta incomprensible. Tanto más cuanto que, viendo su importancia fundamental para nuestras sociedades, para la vida humana, es necesario que en el contexto de nuestro pensamiento se vuelva a proponer y se haga comprensible este concepto: el hecho de que el ser mismo lleva en sí un mensaje moral y una indicación para las sendas del derecho.
Con respecto al tercer tema, «Sentido y método de la teología», que durante este quinquenio ha sido objeto de estudio particular, deseo subrayar su importancia y actualidad. En una «sociedad planetaria» como la que se está formando hoy, la opinión pública pide a los teólogos sobre todo que promuevan el diálogo entre las religiones y las culturas, que contribuyan al desarrollo de una ética que tenga como coordenadas de fondo la paz, la justicia y la defensa del ambiente natural. Y se trata realmente de bienes fundamentales.
Pero una teología limitada a estos nobles objetivos no sólo perdería su propia identidad, sino también el fundamento mismo de estos bienes. La primera prioridad de la teología, como ya lo indica su nombre, es hablar de Dios, pensar en Dios. Y la teología no habla de Dios como de una hipótesis de nuestro pensamiento. Habla de Dios porque Dios mismo ha hablado con nosotros. La verdadera tarea de la teología consiste en entrar en la Palabra de Dios, tratar de entenderla en la medida de lo posible y hacer que nuestro mundo la entienda, a fin de encontrar así las respuestas a nuestros grandes interrogantes. En esta tarea también se pone de manifiesto que la fe no sólo no es contraria a la razón, sino que además abre los ojos de la razón, ensancha nuestro horizonte y nos permite encontrar las respuestas necesarias a los desafíos de los diversos tiempos.
Desde el punto de vista objetivo, la verdad es la Revelación de Dios en Cristo Jesús, que requiere como respuesta la obediencia de la fe en comunión con la Iglesia y su Magisterio. Recuperada así la identidad de la teología, entendida como reflexión argumentada, sistemática y metódica sobre la Revelación y sobre la fe, también la cuestión del método queda iluminada. El método en teología no podrá constituirse sólo sobre la base de los criterios y las normas comunes a las demás ciencias, sino que deberá observar ante todo los principios y las normas que derivan de la Revelación y de la fe, del hecho de que Dios ha hablado.
Desde el punto de vista subjetivo, es decir, desde el punto de vista de quien hace teología, la virtud fundamental del teólogo es buscar la obediencia a la fe, la humildad de la fe que abre nuestros ojos: la humildad que convierte al teólogo en colaborador de la verdad. De este modo no se dedicará a hablar de sí mismo; al contrario, interiormente purificado por la obediencia a la verdad, llegará a hacer que la Verdad misma, el Señor, pueda hablar a través del teólogo y de la teología. Al mismo tiempo, logrará que, por su medio, la verdad pueda ser llevada al mundo.
Por otra parte, la obediencia a la verdad no significa renuncia a la búsqueda y al esfuerzo del pensar; por el contrario, la inquietud del pensamiento, que indudablemente nunca podrá quedar aplacada del todo en la vida de los creyentes, dado que también ellos están en un camino de búsqueda y profundización de la Verdad, será sin embargo una inquietud que los acompañe y los estimule en la peregrinación del pensamiento hacia Dios, y así resultará fecunda.
Por tanto, deseo que vuestra reflexión sobre estos temas logre volver a poner de relieve los auténticos principios y el significado sólido de la verdadera teología, a fin de que percibamos y comprendamos cada vez mejor las respuestas que la Palabra de Dios nos da y sin las cuales no podemos vivir de una manera sabia y justa, porque sólo así se abre el horizonte universal, infinito, de la verdad.
Así pues, mi agradecimiento por vuestro compromiso y vuestra obra en la Comisión teológica internacional durante este quinquenio es al mismo tiempo un deseo cordial de éxito en el trabajo futuro de este importante organismo al servicio de la Sede apostólica y de toda la Iglesia. A la vez que renuevo la expresión de mis sentimientos de satisfacción, afecto y alegría por este encuentro, invoco del Señor, por intercesión de la Virgen santísima, abundantes luces celestiales sobre vuestro trabajo, y de corazón os imparto una bendición apostólica especial, que extiendo a vuestros seres queridos.
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