L’AQUILA, martes, 28 de abril de 2009 (ZENIT.org).- «De las esteras a las tiendas»: sonrisas encendidas en esta experiencia importante que están viviendo estos días los jóvenes del noviciado de Spoleto de los hermanos menores franciscanos, pasando del Capítulo de las esteras en Asís a las tiendas de campaña de la Plaza de Armas en L’Aquila.
En turnos de cinco o seis por semana, se alternan para la animación espiritual del campamento, que acoge unos dos mil habitantes de la capital de los Abruzzos que tuvieron que dejar sus casas por el terremoto.
No hay duda sobre la identidad de quien ha preparado la capilla en la tienda blanca del Ministerio del Interior: bajo el crucifijo, al pie del altar, en un ladrillo desprendido de una casa siniestrada, se encuentran las palabras ya dirigidas a San Francisco: «Repara mi casa».
«La agente ofrece una acogida muy calurosa -explica Giovanni Brunzini de Iesi-. Se alegra de nuestra presencia aquí».
«En la capilla hay un horario fijo de oración con las celebraciones de Laudes y Vísperas y la Eucaristía cada día», señala Davide Droghini di Fano.
«En el ámbito más asistencial, nos ocupamos de distribuir las comidas a los enfermos que no pueden acercarse al comedor, lo cual se convierte en un modo de contactar con las personas y conocerlas», añade.
Gian Nicola Paladino di Vasto añade que «es una experiencia muy diferente a la del Capítulo de las esteras -de carácter formativo la primera, de servicio ésta en el campamento-, que requiere salir de uno mismo para ir al encuentro del otro».
En la Plaza de las Armas, como en otros campamentos, se espera la visita del Santo Padre.
«Nada más anunciarse la disponibilidad de las acreditaciones de acceso -explica Droghini-, la gente formó una fila y lamentamos mucho disponer sólo de 350 para todos».
«El Papa -afirma fray Carmine Ranieri, maestro de postulantes del convento de L’Aquila- viene sobre todo a traernos el consuelo de un hombre de fe; Él es el testigo elegido que nos recuerda la Palabra de Cristo que es verdad».
«En un contexto como éste -añade Ranieri- en el que se plantean tantos interrogantes a la fe, él sabrá dar un sentido teológico a un acontecimiento que parece abarcar sólo la tierra, pero que en realidad abarca cielo y tierra».
El convento de fray Ranieri ha quedado gravemente dañado por el terremoto; varios postulantes han sufrido heridas, uno de otra fraternidad quedó literalmente hundido con su cama entre los escombros con la única ayuda del colchón para amortiguar el golpe, el pasado 6 de abril.
Al revivir el trauma de aquella noche, Fray Raniero afirma, con una sonrisa que tarda en llegar a su mirada: «El hermano terremoto nos ha dado una lección de vida muy fuerte».
Lo que se está viviendo ahora «es una experiencia de franciscanismo radical con una referencia a la esencialidad más absoluta».
Esencialidad que se manifiesta no sólo «en las relaciones humanas, vividas en el campamento con extrema inmediatez, sin filtros», sino también en aquel sentido de «desprendimiento que Francisco identificaba con la pobreza», desprendimiento «de las cosas y de la voluntad, de los espacios materiales y del tiempo, de los hábitos de la vida».
Y afirma que el terremoto supone «una irrupción de la realidad tan fuerte, que nos quita el apego a nuestro pequeño mundo para estar más cerca de la verdadera vida».