CIUDAD DEL VATICANO, jueves 7 de mayo de 2009 (ZENIT.org).- Entre 200.000 y 400.000 niños más podrían morir cada año y millones de personas podrían caer en la pobreza en 2009 si continúa la crisis económica.
El presidente de Caritas Internationalis, el cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, arzobispo de la diócesis hondureña de Tegucigalpa, hizo esta advertencia ante una docena de embajadores de países europeos ante la Santa Sede, en la sede de Caritas del Vaticano.
El cardenal pidió que los países ricos recuerden a los pobres en estos tiempos de crisis económica y no retiren la ayuda exterior, según un comunicado de Caritas enviado ayer a ZENIT.
El presidente de Caritas explicó a los embajadores cómo la crisis económica, los recortes de la ayuda exterior y el cambio climático afectan a los pobres del mundo.
«Los pobres están sufriendo» porque los países ricos están dirigiendo fondos para rescatar empresas en quiebra mientras recortan o «no cumplen su compromiso de ayuda exterior», dijo a los embajadores.
«Tememos que los más pobres que han sufrido durante décadas un crecimiento económico desigual paguen el precio más alto por esta locura», añadió.
El cardenal Rodríguez Maradiaga afirmó que «podemos saludar al 2009 con parálisis o como una oportunidad para el cambio», y deseó que éste sea el año para construir «un proyecto para un mundo mejor».
El presidente de Caritas hizo un llamamiento a los líderes internacionales para que usen su influencia para convencer a los votantes de que «el apoyo a los pobres no es sólo una elección para tiempos mejores sino una responsabilidad moral».
«Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de promover y defender el bien común, y de pedir a nuestros gobiernos que rindan cuentas de sus acciones», afirmó.
A pesar de la campaña para aumentar los flujos de ayuda a los países pobres, esa ayuda se encuentra al nivel del año 1993, según datos recientes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Refiriéndose al Año paulino, el cardenal Rodríguez Maradiaga expresó su esperanza de que los líderes de los países ricos experimenten su propio momento de «camino de Damasco».
En este sentido, concluyó: «Tiene que haber una conversión que cambie el viejo sistema de la codicia ciega por uno nuevo en el que se abra los ojos a la justicia y la dignidad de todos».