¿Cómo vencer al diablo?

Preguntas y respuestas de monseñor Raffaello Martinelli  

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ROMA, martes 9 de junio de 2009 (ZENIT.org).- Monseñor Raffaello Martinelli está al servicio de la Congregación para la Doctrina de la Fe desde el año 1980. Ha sido redactor en la elaboración del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica 

Es sacerdote de la diócesis de Bérgamo y tiene un doctorado en Teología y una especiliazación en pastoral catequética en la Universidad Pontificia Lateranense de Roma y graduado en Pedagogía en la Universidad Católica de Milán. 

Ha escrito algunos comentarios, en forma de diálogo, sobre cuestiones de actualidad que están a disposición de quienes entran en la Basílica de los santos Ambrosio y Carlos al Corso de Roma, de la que es primicerio. 

Están escritos en cincuenta tarjetas de las que se han hecho más de dos millones de copias en unos dos años y que están publicadas en italiano por la Librería Editora Vaticana en un libro de bolsillo, 50 Temas de actualidad – catequesis dialogada

Se pueden encontrar también en internet, en www.sancarlo.pcn.net.  

A continuación, publicamos algunas de sus preguntas y respuestas sobre la figura del diablo.

 
 
 
* * * 

¿Qué es el diablo?  

■ La Iglesia enseña que al principio los diablos eran ángeles buenos, creados por Dios, pero que por sí mismos, por su libre e irrevocable decisión, se transformaron en malvados, rebelándose y rechazando a Dios. 

■ El Evangelio de Juan llama al diablo-Satanás «el Príncipe de este mundo» (Jn 12,31). «El Diablo peca desde el principio» (1 Jn 3,8) y se opone personalmente a Dios y a su plan de salvación. 

¿Qué poder tiene el diablo sobre nosotros? 

■ En la primera Epístola de Juan se lee: «El mundo entero yace en poder del Maligno» (Jn 5,19).

San Pablo habla de nuestra batalla contra los poderes espirituales (cf. Ef 6,10-17)

Es también por su causa que el pecado y sus consecuencias (enfermedades, sufrimientos, cataclismos y sobre todo la muerte) han entrado en el mundo.  

■ El diablo obra generalmente a través de la tentación y el engaño; es mentiroso, «padre de la mentira» (Jn 8,44).

Puede engañar, inducir al error, a una ilusión. Como Jesús es la Verdad (cf. Jn 8,44), así el diablo es el mentiroso por excelencia.

El escritor francés Charles Baudelaire decía que la astucia más perfecta de Satanás consiste en persuadir de que no existe.  

■ El diablo posee un inmenso poder de seducción: 

sedujo a Adán y Eva: de todas las obras cometidas por el diablo «la de más graves consecuencias ha sido la seducción engañosa que llevó al hombre a desobedecer a Dios» (CIC, 394) ha intentado seducir también a Cristo directamente (cf. Lc 4, 1-13) o sirviéndose de Pedro (cf. Mt 16,23) busca seducir a los discípulos de Cristo. La estrategia que sigue para conseguir ese resultado es convencer al hombre de que una vida vivida en la desobediencia a la voluntad divina es mejor que aquella vivida en la obediencia

Engaña a los hombres persuadiéndolos de que no tienen necesidad de Dios y de que son autosuficientes, sin necesidad de la gracia y de la salvación. 

Incluso engaña a los hombres haciendo disminuir, y hasta desaparecer, el sentido de pecado. 

■ «El poder de Satanás no es, sin embargo, infinito. Él no es sino una criatura, poderosa por ser espíritu puro, pero siempre una criatura: no puede impedir la edificación del Reino de Dios» (CIC, 395)  

■ Su acción también es limitada, y permitida por la divina Providencia, la cual guía la historia del hombre y del mundo con fuerza y dulzura. La autorización divina a la actividad diabólica es un gran misterio, pero «sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rm 8,28)» (CIC, 395). 

¿Por qué Dios «permite» que Satanás «atormente» al hombre? 

La vida terrena es un tiempo de prueba, durante el cual Dios consiente al demonio tentar y «probar» al hombre, pero nunca por encima de sus fuerzas.  

Sabemos por la fe que de ese mal, Dios sabe sacar un bien más grande porque, con su gracia, el corazón queda purificado de la prueba y la fe se fortalece. 

¿Cómo se vence al diablo? 

De varias maneras, complementarias:

■ Primero de todo, con una genuina vida de fe, caracterizada por un abandono confiado en el amor paternal y providente de Dios (cf. Lc 12,22-31), y por la obediencia a su voluntad (Cf. Mt 6,10), a imitación de Cristo Señor.  

Éste es el escudo más seguro. 

La victoria más bella sobre la influencia de Satanás es la continua conversión de nuestra vida, que tiene una especial y continua actuación en el Sacramento de la Reconciliación, mediante el cual Dios nos libera de los pecados, cometidos después de nuestro Bautismo, nos regala su amistad y nos fortalece con su gracia para resistir los ataques del Maligno. 

■ Con una permanente vigilancia: «Velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar» (1 P 5,8) 

■ Acogiendo y dando testimonio, cada vez más, con la palabra y con las obras, del Evangelio.

Esto requiere un anuncio integral y valiente del Evangelio: no hay que tener miedo a hablar también del demonio, y sobre todo de la victoria que Cristo ya ha obtenido sobre él y continúa obteniendo en las personas de sus fieles. 

■ Luchando contra sus seducciones y tentaciones. «Toda la historia humana está de hecho traspasada por una tremenda lucha contra los poderes de las tinieblas; lucha comenzada en el principio del mundo y que durará, como dice el Señor, hasta el último día. 

En esta batalla, el hombre debe combatir sin descanso para poder permanecer unido al bien, no puede conseguir su unidad interior si no es al precio de grandes fatigas, con la ayuda de la gracia de Dios» (Concilio Ecuménico Vaticano II, Gaudium et spes, n. 37,2)  

■ Huyendo y evitando el pecado, que «es una ofensa a Dios: «Contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí» (Sal 51,6). 

El pecado se eleva contra el amor de Dios por nosotros y lo aleja de nuestro corazón. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios, causada por la voluntad de ser «como Dios» conociendo y determinando el bien y el mal.  

El pecado, por tanto, es amor a uno mismo hasta el desprecio de Dios» (CIC, 1850).  

■ Utilizando el discernimiento. «El Espíritu Santo nos lleva a discernir en la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre interior para conseguir una «virtud probada», y en la tentación, que conduce al pecado y a la muerte. 

Debemos también distinguir entre «ser tentados» y «consentir» la tentación.  

Por último, el discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su objetivo es «bueno, grato a los ojos y deseable», cuando en realidad su fruto es la muerte » (CIC, 2847.  

■ Rezando. «Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Rm 8,31).  

El mismo Señor, en la oración del Padrenuestro, nos ha enseñado a pedir a Dios Padre «Líbranos del mal». 

«Pidiendo ser liberados del mal, nosotros rezamos al mismo tiempo ser liberados de todos los males, presentes y futuros, de los cuales el diablo es artífice e instigador. 

En esta última petición, la Iglesia lleva ante el Padre toda la miseria del mundo. 

Además, con la liberación de los males que aplastan a la humanidad, la Iglesia implora el don precioso de la paz y la gracia de la petición perseverante del retorno de Cristo. 

Rezando así, se anticipa en la humildad de la fe la recapitulación de todos y de todo lo que tiene «poder sobre la muerte y sobre los infiernos» (Ap 1,18)» (CIC, 2854).  

■ Recurriendo en algunos casos al exor
cismo. 

¿Cómo se reconoce una posesión diabólica?

■ «Los fenómenos diabólicos extraordinarios de la posesión, la obsesión, el acoso y la infestación son posibles, pero de hecho, al parecer de los expertos, son raros» (Rito de exorcismos, Presentación Conferencia Episcopal Italiana, número 7)

■ El ritual del exorcismo señala diversos criterios e indicios que permiten llegar, con certeza prudente, a la convicción de que se encuentra ante una posesión diabólica. Es entonces cuando el exorcista que está autorizado puede celebrar el rito solemne de exorcismo.

■ Algunos de estos criterios son:

hablar con muchas palabras de lenguas desconocidas o entenderlas notar cosas lejanas u ocultas demostrar fuerza más allá de la propia condición aversión vehemente a Dios, la Virgen, los santos, la cruz y las imágenes sagradas.

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ZENIT Staff

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