CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 12 junio 2009 (ZENIT.org).- Como una nueva forma de pobreza que requiere toda la atención de la Iglesia, calificó el padre Eusebio Hernández Sola, O.A.R, el fenómeno de la trata de personas.
El sacerdote, jefe de la oficina ante la Congregación vaticana para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, intervino este viernes en una rueda de prensa en la Santa Sede para presentar la segunda edición del congreso «Religiosas en red contra la trata de personas», que se realizará en la ciudad de Roma entre el 15 y 18 de junio próximos.
El encuentro académico, que organiza la Unión Internacional Superioras Generales (UIG) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), busca evaluar los contenidos de la declaración final de la primera versión de este congreso, realizado en 2007, así como ver cuáles pueden ser las acciones para el futuro.
«Denunciamos que la trata de personas es un crimen que representa una grave ofensa contra la dignidad de la persona y una seria violación de los derechos humanos», fue la síntesis de la declaración final de la primera edición de este encuentro.
El compromiso por la lucha contra la trata de personas surgió en la reunión plenaria de 2001 de las superioras generales, que representan a un millón de miembros de congregaciones religiosas católicas de todo el mundo.
Según informó Stefano Volpicelli, de la OIM, en la rueda de prensa, «a pesar de que no hay cifras precisas, se calcula que varios millones de personas cada año se convierten en víctimas de este fenómeno. Serían 2,5 millones según los datos de la Dirección de Justicia de la Comisión de la Unión Europea, publicados en 2007, de los cuales 500.000 en Europa».
Nueva forma de pobreza
Por su parte la hermana Bernadette Sangma, religiosa salesiana y coordinadora de este evento, presentó un análisis de la complejidad del fenómeno de la explotación sexual y laboral que sufren miles de personas, engañadas y llevadas a otros países, que carecen de las mínimas condiciones de dignidad humana.
Señaló que las causas de esta problemática se encuentran tanto en los países de origen como en los de tránsito y destino.
Muchas veces las redes de trata de personas, denunció, están «en connivencia con autoridades locales y políticas que devastan las zonas más pobres e indefensas de la sociedad en todas partes del planeta».
E indicó que este flagelo «tiene lugar detrás de nuestras calles, de nuestros barrios y afecta a nuestros conocidos, nuestras amigas o amigos, los niños y niñas de nuestra escuelas o parroquias».
Insistió, por ello, en la necesidad de organizarse para prevenir y aliviar este fenómeno: «Las bandas criminales que depravan a las mujeres y los niños están muy bien organizadas y comunicadas entre sí, en las diferentes partes del mundo».
«La lógica del mercado nos dice que no existe oferta sin demanda. Lamentablemente, y con pena notamos que una gran parte de la demanda proviene también de esposos y padres de familia que se dicen cristianos practicantes», observó la religiosa.
La Iglesia no puede quedarse al margen
El padre Hernández indicó que, como labor preventiva, es necesario «trabajar mucho en la formación de los jóvenes, en las escuelas y en las parroquias para construir en ellos el valor del respeto de la persona, cuya dignidad nunca puede ser mercantilizada»
«La reprensión y el castigo no sirven si no se forman las conciencias en los verdaderos valores, humanos y cristianos», dijo el sacerdote.
Por su parte, la hermana Bernadette destacó la importancia de que las comunidades religiosas se comprometan a «oponerse a esta realidad» por medio de «una estrategia multidimensional, capaz de abarcar muchos aspectos para remover las causas desde diversos enfoques, para aliviar y acompañar el camino de la reconstrucción de la vida de quienes están involucrados y heridos en la profundidad de su ser y para buscar crear un terreno humano en las políticas de toma de decisiones a todos los niveles».
Señaló el hecho de que muchas comunidades tomen conciencia de trabajar «para que ninguna mujer, ninguna niña o niño viva tal decadencia humana».
«En el campo de la recuperación y de la reconstrucción de la vida herida, la fuerza transformadora del amor y un ambiente lleno de calor humano son capaces de ayudar a recuperar la fe y a volver a proyectar el camino de la propia vida», subrayó.
La presencia de las religiosas junto a las víctimas, «día tras día, en la fatigosa y ardua reconquista de la propia personalidad se convierte en el reflejo del rostro compasivo de Dios que gradualmente cura las heridas y nos da esperanza», concluyó la hermana Bernadette.
El presbítero destacó la labor de personas que «agachan con misericordia ante los hermanos y hermanas que más suren, porque sus vidas han sido destruidas y privadas del bien más precioso, la dignidad misma del ser humano» y aseguró que «sin estas ‘samaritanas’ la humanidad sería más pobre y más triste».
Por Carmen Elena Villa