NEW HAVEN, Connecticut, domingo, 21 de junio de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos un artículo de Carl Anderson, caballero supremo de los Caballeros de Colón y escritor superventas del New York Times, sobre las predicciones que Joseph Ratzinger hizo de la actual crisis económica, al acercarse la publicación de la próxima encíclica social del Papa.
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Poco después de la caída del comunismo europeo hace dos décadas, el entonces presidente checo, Vaclav Havel, manifestaba a su nación la importancia de la responsabilidad individual dentro del sistema económico.
Hablando sobre la caída del comunismo, decía: «Vivimos en un ambiente moralmente contaminado. Hemos estado moralmente enfermos porque llegamos a acostumbrarnos a decir algo diferente de lo que pensábamos. Hemos aprendido a no creen en nada, a ignorarnos unos a otros, a cuidar sólo de nosotros mismos… Tenemos que entender este legado como un pecado cometido contra nosotros mismos… Si somos conscientes de esto, la esperanza volverá a nuestros corazones».
Hoy, con la economía mundial en medio de una profunda recesión, y con expertos y políticos debatiendo toda una serie de correcciones legales o técnicas, haríamos bien en tener presentes las palabras de Havel sobre la responsabilidad moral individual como una parte necesaria de cualquier solución verdadera.
Cuando habló en 1990, el mundo acababa de ver asombrado como el telón de acero caía en Europa. Así, uno de los dos sistemas económicos y políticos que habían definido la mayor parte del siglo XX desaparecía casi instantáneamente del continente europeo.
La idea del comunismo ateo como fuerza económica viable había sido aniquilada, llevando a cierto comentarista a proclamar que «el fin de la historia» estaba cerca.
Pero, como ha precisado el Papa Benedicto en muchos contextos, el triunfalismo es peligroso.
Ahora, cuando nos enfrentamos a una crisis económica de enormes proporciones, no podemos simplemente celebrar el aniversario de dos décadas de la caída del Bloque del Este, demos también considerar qué ha ido mal en nuestra economía, y cómo podemos arreglarla.
La importancia de la toma de decisiones moral de cada individuo será crítica si queremos tener éxito.
Hubo algunos, en los días antes – e inmediatamente después – del colapso del comunismo soviético, que tuvieron la suficiente intuición para predecir los futuros apuros para las economías occidentales, si dejaban a un lado la moralidad. Sus palabras son hoy relevantes.
Dos hombres en particular plantearon su visión: Karol Wojtyla y Joseph Ratzinger.
Mientras denigraba el «determinismo» del marxismo, y su perspectiva atea en un documento de 1985, «Mercado, Economía y Ética», el Papa Benedicto XVI, entonces cardenal Joseph Ratzinger, advertía que era posible una crisis económica en Occidente. Su preocupación era el declive de la ética en materia económica.
Advertía, de hecho, que un declive de la ética, una ética «nacida y sostenida sólo por fuertes convicciones religiosas», podría en la práctica «causar que las leyes del mercado se derrumbaran».
Poco después de que los muros comenzaran a caer, en 1991, el Papa Juan Pablo II, cuyo papel en la caída del comunismo es ampliamente reconocido, también advertía ante una economía de mercado que excluye los valores espirituales.
Dejó claro que un sistema que intentara reemplazar el marxismo por el consumismo y así reducir al «hombre a la esfera de la economía y a la satisfacción de las necesidades materiales», al final cometería el mismo error central del marxismo y no sería una solución adecuada (Centesimus Annus, 19).
Tanto Benedicto XVI como Juan Pablo han dejado claro que cualquier sistema económico que dejara a un lado a Dios y a la moralidad no se asentaría sobre roca, sino sobre arena.
Como escribía el Papa Benedicto en su documento de 1985: «Aunque la economía de mercado se base en colocar al individuo dentro de una determinada serie de reglas, no puede hacer del hombre algo superfluo o excluir su libertad moral del mundo de la economía… Estos valores espirituales son de por sí un factor en la economía: las reglas del mercado funcionan sólo cuando existe el consenso moral que las sostiene».
A principios de año, una encuesta realizada por los Caballeros de Colón y los Maristas encontró que el 90% de los norteamericanos –y el 90% de los ejecutivos– creían que los líderes económicos ven el avance en su carrera y los beneficios económicos personales como las motivaciones primarias de sus decisiones en los negocios. Sólo el 31% de los norteamericanos y el 32% de los ejecutivos creían que «el bien público» fuera un factor de motivación fuerte.
La misma encuesta mostraba también que tres cuartas partes de los norteamericanos y nueve de cada diez ejecutivos creían que los negocios pueden funcionar a la vez de forma ética y con éxito.
No es de extrañar que la siguiente encuesta diera como resultado que el Papa Benedicto, cuya opinión los norteamericanos – y especialmente los católicos – valoran tanto en temas económicos como espirituales, por un aplastante margen se sientan interesados en lo que tiene que decir sobre la miopía de la avaricia y el egoísmo, y la construcción de una sociedad en la que los valores espirituales jueguen un importante papel.
Se podría haber evitado mucho dolor si los miembros individuales de nuestra economía hubieran prestado atención a las palabras de nuestro Papa en 1985, o de su predecesor en 1991, y si el capitalismo con conciencia hubiera sido la norma.
Recemos para que, cuando se haga pública la nueva encíclica social del Papa Benedicto XVI, las personas presten más atención, y para que las soluciones que nuestros políticos y expertos consideren trasciendan lo técnico y legal, e incluyan también lo ético.