ROMA, viernes 26 de junio de 2009 (ZENIT.org).- En estos momentos está en órbita el satélite Planck de la Agencia Espacial Europea (ESA), una especie de máquina del tiempo que tiene como objetivo recoger datos sobre la larga historia del universo.  

Uno de los científicos que participa en esa misión, el profesor de astrofísica de la universidad de Milán Marco Bersanelli, explicó sus detalles en una conferencia en la escuela de verano del Observatorio del Vaticano. 

Este curso se ha celebrado del 21 al 26 de junio en el Instituto el Carmelo, en Sassone, cerca de Roma, según informa L'Osservatore Romano en su edición diaria en lengua italiana de este viernes. 

"Luz e historia, en sentido literal, son también las coordenadas sobre las que se mueve la investigación más avanzada de la astrofísica", afirmó. 

"La luz necesita tiempo para llegar al observador, y cuando llega al destino, le da una imagen instantánea del pasado -explicó-. Mirando a grandes distancias, podemos remontarnos hacia atrás en el tiempo". 

Bersanelli es científico de instrumento de Planck-LFI, uno de los dos ojos del satélite Planck, lanzado al espacio en el cohete Ariane 5 el pasado 14 de mayo para recoger datos sobre la geometría, composición y evolución del universo. 

El científico explicó que Planck no es sólo un satélite, sino también, en cierto sentido, una máquina del tiempo. 

Este satélite tiene como objetivo "fotografiar el primer aliento del universo para descifrar las débiles ondulaciones en la intensidad y en la polarización del fondo cósmico", explicó. 

Según la ESA, Planck es el primer observatorio espacial europeo cuyo principal objetivo es el estudio del Fondo Cósmico en Microondas - la reliquia de la radiación del Big Bang-, con una precisión definida por los límites de la astrofísica fundamental.  

En su conferencia, titulada "Belleza e inmensidad del cosmos", el profesor Bersanelli destacó que la persona humana viene del misterio y añadió que la ciencia no es enemiga del sentido del misterio.  

"¿Qué tenemos en común con aquellas lejanas playas del espacio y del tiempo, sino que quizás venimos del mismo gesto bueno del Misterio?", preguntó el científico 

"Después de Dios y el firmamento, Clara", decía hace ochocientos años San Francisco, viendo brillar el esplendor del creador tanto en el cielo estrellado como en la persona más amada. 

"Profundizar en el conocimiento no elimina la posibilidad de asombrarse, sino que la alienta - dijo, citando al célebre físico Richard Feynman-. No perjudica al misterio saber algo porque la realidad es mucho más bonita que lo que todos los artistas del pasado han sabido imaginar". 

Por su parte, el director emérito del Observatorio Astronómico Vaticano, el padre George Coyne, explicó en su intervención que la humanidad ha entrado en el universo tras una larguísima historia.  

"Si la edad del universo se redujera a la escala de un año, los dinosaurios aparecerían a finales de diciembre, el hombre aparecería el último día del año y Galileo hace sólo dos segundos", indicó. 

"Podemos decir que ha habido una continua transformación de energía en forma cada vez más compleja de materia -señaló, destacando la "fertilidad" de todo lo que existe- Somos hijos de tres generaciones de estrellas". 

Y añadió: "Nuestro material químico está compuesto por residuos termonucleares resultantes de un proceso continuo de transformación de la energía del universo en forma cada vez más compleja de materia". 

También intervino en el curso el presidente del Consejo Pontificio de la Cultura, el arzobispo Gianfranco Ravasi, que trazó las características principales de la cosmología bíblica. 

Monseñor Ravasi explicó que la Biblia "democratiza" la relación con el cosmos -exclusiva del rey en la tradición babilónica-, supera el panteísmo distinguiendo al creador de la criatura, y privilegia la dimensión histórica, temporal, sobre la espacial. 

Para el arzobispo, el tema del "diseño inteligente" y de la creación de la nada se pueden trazar en el tejido simbólico del texto y en la compleja numerología oculta en el libro del Génesis, basada en el siete, número de la perfección, y sus múltiples. 

En este sentido, la creación del hombre en el sexto día sugiere su finitud, superable en el "séptimo día" de la relación con Dios. 

Monseñor Ravasi también diferenció las concepciones del cosmos bíblica, que tiene en cuenta la existencia de Dios más allá del cosmos, y mesopotámica, que según aparece en el poema Enuma Elish, al decir quando in alto se refiere al inicio (íncipit). 

Sobre esta cuestión, precisó que "cosmología y cosmogonía no son sinónimos". 

La escuela de verano de astrofísica organizada por el Observatorio del Vaticano, la Super Voss, representa una posibilidad concreta de diálogo entre culturas y también de descubrir el gusto por una divulgación científica no vanal ni supeditada a las necesidades de conseguir financiación. 

También una ocasión para preguntarse sobre la paradoja de la condición humana, parcela muy pequeña, pero punto de conciencia del universo. 

Por Patricia Navas