Los Museos Vaticanos se renuevan

ROMA, martes 6 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- Después de la restauración de la Capilla Sixtina y de la construcción de una nueva entrada, los Museos Vaticanos parecen estar celebrando el tercer milenio con un periodo de renovación espiritual. Desde el año pasado, el museo ha dado grandes pasos para recobrar su identidad como espacio sagrado y como símbolo del compromiso del papado, a lo largo del tiempo, con las artes y con la conservación del antiguo patrimonio de Roma.

El nuevo director, Antonio Paolucci, irrumpió como un respiro de aire fresco en 2007. Recién llegado de dirigir la exposición Petrus Eni en la basílica de San Pedro en 2006, el doctor Paolucci ha trabajado incansablemente para inyectar nueva vida al museo y para estimular el interés en algunas de las galerías menos conocidas.

Después de ajustar los salarios con los nuevos guardianes, el museo ha reabierto salas que habían estado cerradas durante mucho tiempo, aumentando las colecciones deslumbrantes de obras disponibles en los museos. Los museos han estado impartiendo lecciones de inglés a sus empleados para reforzar su destreza comunicativa, mientras que el director y los responsables han ofrecido a primeras horas de la mañana charlas en las galerías para comentar las obras en las colecciones.

El sistema de reserva on-line se perfeccionó también el año pasado, disminuyendo las colas y haciendo que las gestiones para entrar en los museos fuesen considerablemente menos horribles.

Y la nueva iniciativa de abrir los museos fuera de horario para el público general los viernes por la noche, muestra el deseo de los Museos Vaticanos de llegar a formar parte de la vida cultural de los romanos, en lugar de quedarse como lugar reservado para los turistas y peregrinos. ¿Qué mejor para un viernes por la noche que explorar la historia de la Ciudad Eterna a través de sus más grandes tesoros artísticos?

Paolucci, que siente un aprecio especial por Rafael, está supervisando la restauración de las salas de Rafael en los apartamentos de Julio II con resultados sorprendentemente bellos, mientras que el Patronato de los Museos Vaticanos, presidido por el padre Mark Haydu, Legionario de Cristo, han estado redoblando los esfuerzos para financiar la limpieza y conservación de esta inmensa colección. Parece que cada semana, varias obras nuevas surgen de siglos de mugre para brillar en la constelación del arte vaticano.

El Museo Pío Cristiano, una colección única de sarcófagos del siglo cuarto que documentan las primeras imágenes cristianas, ha crecido en importancia, particularmente este verano con la impresionante muestra sobre San Pablo. De esta forma, el museo, presidido por el director Umberto Utro, estuvo al lado del Santo Padre en sus esfuerzos por dar a conocer a san Pablo, demostrando una admirable colaboración entre lo pastoral y lo cultural.

Pero la metamorfosis real es mucho más que logística y accesibilidad. El espíritu de los museos también está cambiando. El doctor Paolucci y su equipo han hecho propuestas impresionantes para ayudar a todos los que colaboran con los museos a ser mejores embajadores del Vaticano y de su misión.

Para combatir con la hidra de guías difamatorios, que ofrecen historias escandalosas y relatos exagerados, los museos agrandaron el personal didáctico, echando mano de un creciente número de historiadores y arqueólogos para trabajar como guías de la colección. No sólo están a disposición de los siempre presentes grupos escolares, sino también para turistas que desean una gira más seria que las que se ofrecían desvergonzadamente en el camino a la entrada del museo.

Los responsables también se reúnen con estos guías, ofreciéndoles ofreciendo su sabiduría, experiencia y conocimientos sobre la colección a los nuevos reclutas del Vaticano. Los museos incluso organizaron una conferencia seguida de aperitivos, animando al equipo didáctico a conocer, mezclarse y compartir ideas, para hacerles sentirse bienvenidos como parte de esta antigua y venerable institución.

Entre estos nuevos guías está un pequeño grupo de religiosas, las Misioneras de la Divina Revelación, fundadas por la Madre Prisca Mormina con el apostolado de la catequesis. Con sus particulares hábitos verdes, han llegado a ser una estampa habitual en los Museos Vaticanos.

Muchas de estas hermanas sentían la llamada a catequizar con el arte, ofreciendo giras por la Basílica de San Pedro y San Juan de Letrán. En 2008, se les invitó a los Museos Vaticanos para diseñar recorridos museísticos que reflejaran la fe y el arte. Estas visitas, conducidas por las hermanas y sus equipos, miran las colecciones con los ojos de la fe que expresan las obras y las creencias cristianas que inspiraron a los artistas que las hicieron.

La Madre Rebecca Nazzaro, superiora de este pequeño grupo, describió su elección de misionar en los museos: “La Iglesia necesita del arte pues a través de él el hombre puede dejar su ‘finitud’ para entrar en la infinidad de Dios. La Iglesia cree que en la encarnación de Jesucristo, la vida íntima e invisible de Dios se hizo visible al hombre, y el lenguaje del arte se convierte en un puente entre el cielo y la tierra, entre lo visible y lo invisible”.

Estos itinerarios, accesibles a través del sitio web del Vaticano, se ofrecen en inglés e italiano. A través de ellos, Madre Rebecca espera “ofrecer a los peregrinos que se ‘pierden’ entre la vasta colección o a los visitantes que se distraen con la miriada de obras, un recorrido por la historia del hombre a través del lenguaje del arte”. Para ella el arte es “un instrumento privilegiado de evangelización, por su idioma comprensible y su capacidad de abrir un diálogo entre gente de diversa procedencia social o religiosa”.

Aunque todavía hay un montón de días caóticos en los museos y queda mucho por hacer para convertir la colección papal en un paraíso terrenal para los visitantes, este sexto siglo de los Museos Vaticanos parece bastante positivo.

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Imposición

Cuando llevé a mis estudiantes a Florencia el pasado fin de semana, hicimos nuestra parada obligatoria para ver el David de Miguel Ángel. Esta vez, sin embargo, había un poco más de “arte” del que yo esperaba en la Academia. Las esculturas de Miguel Ángel se emparejaban con fotografías en blanco y negro de Robert Mapplethorpe, el controvertido fotógrafo americano conocido por sus imágenes homoeróticas, que murió de Sida en 1989.

Tras el desconcierto inicial causado por estar con mis estudiantes en presencia de obras tan cargadas de erotismo, traté de entender lo que los directores tenían en mente. Desafortunadamente, la única conclusión que podía sacar era que la Academia estaba tratando de establecer un paralelismo entre las esculturas de desnudos de Miguel Ángel y los hombres y mujeres desnudos fotografiados por Mapplethorpe.

Más allá de la comparación fácil entre las poderosas formas talladas por Miguel Ángel y la selección de Mapplethorpe de modelos perfectamente musculosos para su lente, tienen poco que ver entre ellos. Superficialmente, se podría pensar que compartían una característica formal en su hábito de reducir el arte a lo esencial. Miguel Ángel estaba interesado en algo más, aparte de la forma humana y sus paisajes, la arquitectura y los fondo eran consideraciones meramente superficiales, mientras que Mapplethorpe no quería distracciones en su tema y utilizaba el mínimo de vestuario escénico en sus obras.

Ahí en cualquier caso, termina la similitud. Mapplethorpe exaltó la forma humana para su propio uso temporal; Miguel Ángel intentó mostrar al hombre no como es, sino como lo que estaba llamado a ser.

Las primeras imágenes de Mapplethorpe estaban sutilmente distribuidas en la galería principal junto a los “esclavos” de Miguel Ángel, realizados para la tumba de Julio II en Roma. Estas serie de fotografías tituladas “Tomás”, tras el modelo, muestran un hombre desnudo posando dentro de un marco circular. En las cuatro imágenes, Tomás posa de forma distinta, pero siempre conformándose con la curva del círculo. La figura está prisionera del círculo, confinada dentro de su forma blanca y estéril, y el modelo sigue la línea dictada por la forma. Parece estar plegado a la voluntad de la lente de Mapplethorpe, un siervo dócil y complaciente.

Los prisioneros de Miguel Ángel, esculpidos para decorar una estructura arquitectónica despejada, se dirigen contra sus límites en el espacio. Parecen constreñidos por los pilares arquitectónicos de la tumba de Julio II, pero se esfuerzan por ser libres, por expandir todo su potencial.

Quizás el mayor insulto de esta muestra era contra el David, la colosal estatua de Miguel Ángel de 1504. Símbolo del poder de Florencia, el David de Miguel Ángel fue ennoblecido por una cierta torpeza en las proporciones y la duda en la mirada, lo que refleja las pruebas y dificultades del héroe.

En contraste, el Tomás de Mapplethorpe parece lamentablemente de plástico, una masa de músculo sin historia que contar. La sustancia deja paso a la forma.

Por extraño que parezca, yo acababa de llegar de los Uffizi, donde había estado hablando de la única pintura sobre tabla de Miguel Ángel, el “Tondo Doni” con mis alumnos. Esta obra fue realizada inmediatamente después de que Miguel Ángel esculpiera el “David” en 1504.

El fondo de la obra carece notoriamente de paisaje, los árboles y los monumentos están sustituidos por cinco figuras desnudas, completamente absortas. Esto ha sido interpretado por los expertos como el mundo pagano, donde la belleza es un fin en sí misma, y el hombre adoraba su propia forma sensual.

La llegada del Cristianismo, plasmada en el color vibrante y los dinámicos escorzos de la obra de Miguel Ángel, dieron al hombre una belleza mayor a la que adorar, que es la Encarnación. Miguel Ángel no habría habría servido para las fotografías de Mapplethorpe más de lo que le habría servido a la revista Playboy.

Que los organizadores de esta exposición hayan tratado tan descaradamente de equiparar las fotografías de un hombre que se ha convertido en el icono del activismo homosexual con el arte de Miguel Ángel, es un triste reflejo de la ciudad que ha producido tantos héroes de la Iglesia, desde a San Antonino.

Miguel Ángel escribió un soneto en sus últimos años para expresar su amor a la figura humana; estas palabras tristemente, nunca tuvieron eco en Mapplethorpe.

“»Dios no se ha dignado a mostrarse en otro lugar más claramente que en las sublimes formas humanas. Las cuales únicamente amo, en la medida en que son Su imagen”. Miguel Ángel son. LVI

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Elizabeth Lev enseña arte y arquitectura cristianas en el campus italiano de la Duquesne University y en el programa de estudios de la Universidad Católica de Santo Tomás. Puede contactarse con ella en lizlev@zenit.org

[Por Elizabeth Lev, traducción del inglés por Inma Álvarez] <br>

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ZENIT Staff

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