CIUDAD DEL VATICANO, jueves 8 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación los resúmenes de las intervenciones que se produjeron durante la Quinta Congregación General de la Asamblea del Sínodo sobre África, en la tarde de ayer miércoles 7 de octubre.
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Cardenal Jean-Louis Tauran, presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso (Ciudad del Vaticano)
La Religión tradicional africana (RTA) todavía ejerce una fuerte influencia sobre los africanos, que son por naturaleza religiosos.
Mucho antes de que llegaran el Cristianismo y el Islam, los pueblos reconocían la existencia de un Ser supremo, el “Gran Viviente”: ¡los misionarios cristianos no les descubrieron a los africanos la existencia de Dios (ellos ya tenían una idea de Él), les aportaron a Jesucristo, «el Dios que tiene un rostro humano» (Spe salvi, 31)!
El Islam avanza constantemente gracias a tres medios: las cofradías, las escuelas coránicas y las mezquitas. Generalmente es tolerante, excepto en algunas situaciones que conocemos bien (Nigeria).
La actividad de las sectas, por la simplicidad de sus creencias, seduce a muchos africanos afligidos por la precariedad. Ante esta situación, los obispos no dudan en reaccionar y el Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso se esfuerza por sostener su acción, ayudándoles a impartir una enseñanza sobre las diferentes religiones presentes en África, en la formación al sacerdocio y a la vida religiosa, y organizando in situ sesiones de formación para los formadores.
Convendría que la Asamblea sinodal fomentara el estudio de la RTA, invitara a un mayor cuidado pastoral para con los que viven en el contexto de la RTA y recomendara qué es lo que podemos hacer juntos por el bien común.
La Iglesia católica posee un instrumento especialmente adecuado para la promoción de la reconciliación, la justicia y la paz: las escuelas y las universidades católicas.
El aumento de las sectas también puede ser una invitación dirigida a los pastores para que cuiden más la transmisión del contenido de la fe en el contexto cultural africano. Si queremos responder a la pregunta: “¿el Evangelio tiene algo nuevo que decir a los africanos?”, es indispensable conocer y apreciar las raíces religiosas de los pueblos de este continente, puesto que, según la sabiduría africana, “el árbol crece hundiendo sus raíces en la tierra que lo alimenta».
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Monseñor Tarcisius Gervazio Ziyaye, arzobispo de Blantyre (Malawi), presidente de la Conferencia Episcopal, Presidente de la Asociación de los Miembros de las Conferencias Episcopales en África Oriental (AMECEA)
Como Iglesia en África, no debemos alegrarnos sólo por el número creciente de católicos; el verdadero objetivo de nuestra evangelización debería ser el de hacer que, en la base de la evangelización de los corazones humanos, exista un adecuado enfoque de la Palabra de Dios que prepare el camino a una vida cristiana orientada más hacia la calidad que hacia la cantidad.
Estamos llamados a pasar a una catequesis más madura, que fomente una verdadera identidad cristiana y una profunda conversión de los corazones. Es desalentador observar que los católicos hoy en África participan en enfrentamientos políticos y étnicos, que los políticos católicos pueden estar envueltos en graves casos de corrupción de la administración pública y que algunos de nuestros católicos recurren a prácticas de ocultismo en los momentos difíciles: todo ello nos dice que queda aún mucho por hacer para fomentar una fe que transforme los corazones y una fe que haga justicia.
Se necesita una formación más seria a todos los niveles de la Iglesia en África, en la Doctrina Social de la Iglesia (CST) y un implementación más profunda de la inculturación en nuestra tecnología y no sólo en nuestros rituales.
Con este fin repito lo que la jerarquía católica de Malawi ha subrayado en su Carta pastoral “Profundizando nuestra vida cristiana”. El mensaje es el de intensificar en nuestros corazones el deseo ardiente de vivir una buena vida cristiana que refleje una Iglesia de oración, de testimonio y de servicio.
¡El modo más seguro para superar las persecuciones, la injusticia, los tribalismos, los regionalismos, la corrupción política y económica, es un corazón humano completamente catequizado!
Con la reconciliación, los que se han alejado pueden unir sus manos en amistad y las naciones buscar juntas el camino de la paz.
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Monseñor Robert Sarah, arzobispo Emérito de Conakry, Secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (Ciudad del Vaticano)
La teoría del género es una ideología pseudo-sociológica (“sociologizadora”) occidental de las relaciones entre hombres y mujeres, que se contrapone a la identidad esponsal de la persona humana, a la complementariedad antropológica entre el hombre y la mujer, al matrimonio, a la maternidad y la paternidad, a la familia y la procreación. Es contraria a la cultura africana y a las verdades humanas iluminadas por la Revelación divina en Jesucristo.
La ideología del género separa el sexo biológico de la identidad masculina o femenina, afirmando que no es intrínseco a la persona sino que se trata de una construcción social. Esta identidad puede – y debe – ser “desconstruida” para permitir que la mujer acceda a una igualdad de poder social respecto al hombre y que el individuo «elija» su orientación sexual. Las relaciones hombre-mujer estarían gobernadas por una lucha de poder.
En nombre de esta ideología desencarnada y falta de realismo, que niega el designio de Dios, se afirma que originalmente somos seres indeterminados: es la sociedad la que forma el género masculino y femenino a gusto de la elección del individuo, que puede cambiar. El derecho de elegir es el valor supremo de esta nueva ética, la homosexualidad se convierte en una opción culturalmente aceptable, y se debe favorecer el acceso a esta opción.
La nueva ideología es dinámica, se impone tanto en las culturas como en las políticas. Presiona al legislador para que promulgue leyes favorables al acceso universal a las informaciones y a los servicios relativos a la contracepción y al aborto (concepto de “salud reproductora”), así como a la homosexualidad.
En la cultura africana, el hombre no es nada sin la mujer y la mujer no es nada sin el hombre. El uno y el otro no son nada si el hijo no está en el corazón de la familia, formada por un hombre y una mujer, y célula básica de la sociedad. La ideología del género desestabiliza el sentido de la vida conyugal y familiar que África ha sabido preservar hasta nuestros días.
La sociedad necesita de la verdad en las relaciones. No hay paz, ni justicia, ni estabilidad en la sociedad sin la familia, sin cooperación entre el hombre y la mujer, sin padre y sin madre. En nombre de la no discriminación, esta ideología genera graves injusticias y pone en peligro la paz.
África debe protegerse de la contaminación del cinismo intelectual de Occidente. Forma parte de nuestra responsabilidad pastoral iluminar la conciencia de los africanos sobre los peligros de esta ideología de muerte.
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Raymond Bernard Goudjo (Nigeria), secretario de la Comición Justitia et Pax de la Conferencia Episcopal Regional de África del Oeste Francófona (CERAO)
La paz no es un cajón de sastre que se puede llenar con cualquier objeto, no puede ser utilizada como un trampolín para cualquier idea. La paz es un fin constantemente perseguido que implica la aplicación de algunos valores compartidos y numerosos.
Frente a situaciones sociales críticas y a veces explosivas, se han elaborado
Módulos de educación para la Paz. Estas unidades didácticas se orientan más al mecanismo del comportamiento que a los valores estructurales. Éstos valores forman permanente e inmediatamente el ser humano tanto en el plano espiritual como en el psicológico y moral, dándoles la capacidad de seleccionar radicalmente, en un contesto dado, el propio bien que coincida además con el bien común.
La educación debe comprender la pedagogía de la asimilación de los valores por parte del ser humano, es decir, la obra pedagógica que consiste en iniciar la persona humana a una visión integral de la humanidad y de cada hombre para que en las relaciones sean capaz de conducirlo a si mismo y persiga la amistad, a pesar del constante conflicto y en virtud del Espíritu de consejo, hacia el más elevado bien personal y social.
Me permito hacer la siguiente propuesta:
1. La Iglesia como familia de Dios en África (según el SECAM – SCEAM) y de acuerdo con la Congregación para la Educación Católica, debería formar lo antes posible una grupo de investigación en el ámbito de la pedagogía y de la comunicación de los valores sociales y cristianos.
Estos estudiosos deberán idear y producir un silabario y un “diccionario” de lo social que sirva de referencia en las diferentes Conferencias Episcopales regionales y nacionales. Éstas últimas, a su vez, los enriquecerán gracias a la devoción de sus Comisiones de Justicia y Paz, de las Pastorales sociales (Caritas), de la enseñanza católica, del Apostolado de los laicos y de la Pastoral de la Familia.
2. La Iglesia como familia de Dios en África (SECAM – SCEAM) debería ser el lugar privilegiado de la educación, de la formación de base (la familia como contexto natural de transmisión de los valores humanos y de los niños) y del difícil diálogo sin prejuicios con la clase dirigente y la élite (confrontandose también con los problemas inmediatos y urgentes que los solos enunciados morales no tienen la capacidad de resolver, sino que, más bien, tienden a alejar de la verdad y de la fe, así como de las costumbres. En una palabra, de la caridad de la Iglesia como familia de Dios).
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Monseñor Ambroise Ouédraogo, obispo de Maradi (Burkina Faso)
En Níger el Islam está presente masivamente y atañe a todas las actividades de la vida social, cultural, económica y política. Las mezquitas y madrazas son omnipresentes. Asistimos entonces a la creación de orfanatos, centros médicos y centros de solidaridad. Algunos de los nuevos movimientos islámicos reformistas alimentan las radios y televisiones privadas con programas religiosos, con el objetivo de formar a los creyentes musulmanes para que vivan y practiquen mejor la religión islámica.
La Iglesia Familia de Dios en Níger, inmersa en este contexto sociocultural y religioso, y conciente de su situación de minoría, se esfuerza por vivir y dar testimonio del amor de Dios para ponerse al servicio de la Reconciliación, de la Justicia y de la Paz.
La Iglesia de Dios en Níger hace del diálogo islamocristiano una prioridad pastoral en su misión de Evangelización. Sin pretender llevar a cabo acciones extraordinarias o iniciativas sorprendentes, las comunidades cristianas, apoyadas y animadas por sus pastores, se esfuerzan por buscar y vivir una fraternidad universal en el espíritu de gratuidad con sus hermanas y hermanos musulmanes, a través de un diálogo de vida, de escucha y de respeto por los demás , de intercambios de buenos procedimientos en los acontecimientos más significativos de la vida humana.
A nivel de la Comisión Interdiocesana encargada de las relaciones islamocristianas, hemos podido organizar sesiones de formación que agrupan cristianos y musulmanes. Dichas sesiones, animadas conjuntamente por sacerdotes e imames nos han permitido, no solamente sentarnos, cristianos y musulmanes, al rededor de la mesa, sino también orar, compartir y reflexionar juntos sobre el papel de los líderes religiosos en la educación cívica, en la prevención de conflictos y en la lucha contra la pobreza en Níger.
Por último, la presencia del Arzobispo de Niamey en el comité ad hoc encargado de la prevención de conflictos políticos y sociales en Níger, dice mucho sobre la estima y la credibilidad que las autoridades políticas tienen para con la Iglesia en Níger.
Nuestra convicción hoy es que el diálogo entre cristianos y musulmanes es, no solamente posible, sino necesario y urgente debido a los conflictos, guerras y actos de violencia presentes en África y en nuestro mundo. Si queremos una África reconciliada, en donde reinen la justicia, la paz , sería utópico y contraproducente que los creyentes africanos trabajaran de manera dispersa. Debemos unir nuestras fuerzas y talentos para orar y trabajar juntos para que llegue y nazca un África de paz, de justicia y perdón. No tengamos miedo de arriesgar nuestras vidas, ya que nos sustentamos en la palabra de Dios que nos salva y nos libra de todo mal.
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Cardenal Francis Arinze, Prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (Nigeria)
Para dar a la Iglesia una mayor credibilidad y valentía en su misión profética de predicar la reconciliación, la justicia y la paz, habría que preocuparse de que reconciliación, justicia y paz se vivieran dentro de las estructuras de la Iglesia, sobre todo entre los que tienen una autoridad en ámbito eclesial, como obispos, sacerdotes, religiosos y laicos. Proponemos algunas sugerencias presentes en varios artículos del Instrumentum laboris (por ej. 17, 38, 45, 53, 61, 109 y 110).
La gente, justamente, mira a los obispos como a guías. Estas son las personas más importantes para demostrar que la pertenencia étnica, el idioma o la clase social no son determinantes a la hora de asignar tareas en la Iglesia, y que la Conferencia episcopal nacional actúa como un organismo colegial único y habla con una sola voz, sin dejarse influenciar por consideraciones tribales.
Los sacerdotes dan ejemplo de unidad y armonía cuando el presbiterio diocesano actúa como una fraternidad sacramental, cuando se alegran de vivir en comunidades de dos o tres sacerdotes en lugar de ser párrocos que viven solos, y cuando aceptan incondicionalmente a un nuevo obispo nombrado por el Santo Padre, sin organizar facciones con la mentalidad miope de los “hijos de la tierra”. El éxito de la Iglesia en el nombramiento de obispos fuera de su propia área lingüística representa un importante mensaje para algunas comunidades africanas afectadas por el virus político-social de un nacionalismo extremo. Aquí tenemos el deber de rendir homenaje a algunos sacerdotes que, como sabemos, fueron asesinados durante las masacres tribales porque predicaban la caridad y la armonía sin fronteras tribales y más allá de estas.
Las congregaciones religiosas dan un hermoso testimonio de la universalidad, porque generalmente sus miembros proceden de ambientes étnicos muy diferentes.
Justicia: Para estar al servicio de la justicia del Reino de Dios, la Iglesia “tiene el deber de vivir la justicia ante todo en su interior, entre sus miembros” (IL 45). Las diócesis deben preocuparse de que se cumplan los contratos con las congregaciones religiosas y, sobre todo, vigilar que los hombres y mujeres consagrados, los catequistas, los asistentes domésticos de las parroquias y otros dependientes de la Iglesia sean retribuidos adecuadamente. Es un escándalo que a final de mes estos humildes trabajadores no se lleven a casa más que el agua bendita. Además, los párrocos deberían recordar que los donativos de los fieles durante el Ofertorio no son sólo para el clero, sino para los pobres y para la Iglesia en general, incluidos los consagrados y los catequistas (cfr. Misal Romano, 73; Redemptionis Sacramentum, 70).
En algunas diócesis o parroquias la participación de las mujeres en los consejos
no es suficiente (cfr. IL, 61). Allí donde su colaboración se ha apreciado adecuadamente, se han obtenido resultados muy positivos.
Este Sínodo puede ayudar a la Iglesia de cada país a dar un testimonio mayor de la reconciliación, la justicia y la paz. “La vida de una comunidad eclesial, que encarna la Palabra, se convierte en lámpara que ilumina a toda la sociedad, para que el pueblo evite los caminos que llevan a la muerte y, en cambio, emprenda los que llevan a la vida, es decir, a seguir a Jesús ‘camino, verdad y vida’” (IL, 38).
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Monseñor Adriano Langa, obispo de Inhambane (Mozambique)
Es sabido que desde la Reforma, la Iglesia Católica se ha enfrentado a desafíos de varios niveles, con respecto a otras Iglesias y credos. Estos desafíos se han intensificado y multiplicado últimamente con el nacimiento y crecimiento de los Movimientos Evangélicos. En nuestros días, y en esta situación, se asiste al éxodo de los católicos hacia estas Iglesias y Movimientos. Y este hecho lo atestigua el crecimiento vertiginoso de esos grupos religiosos y el nacimiento de cierto catolicismo con un “estilo y lenguaje extraños”, fenómeno que no se ha de ver en la línea del ecumenismo, sino como una desviación proveniente de la rendición de quien se siente en desventaja.
¿Cómo nace este fenómeno? Se pueden citar varias razones. Pero yo quiero subrayar aquí un hecho muy importante, que es una de sus causas, y que consiste en la falta o insuficiente inculturación, en sus diversos aspectos.
De hecho, discriminando, despreciando e incluso combatiendo las culturas africanas; minusvalorando las lenguas nativas; centrando la evangelización más en los niños que en los adultos, como se ha hecho recientemente; prohibiendo la lectura de la Biblia, también en un pasado no muy lejano; no traduciendo la Biblia a las lenguas locales, la Iglesia Católica no ha conseguido dar al católico africano un lenguaje y un estilo propios.
Por esto, el católico africano, respecto a otros creyentes, siente un complejo de inferioridad y de alienación.
Así, el católico africano, queriendo alejarse del estilo europeo y latinoamericano y deseando sentirse realmente cristiano católico africano, se acerca a los hermanos africanos de distinta pertenencia o credo y adopta su lenguaje y estilo.
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Monseñor Francisco João Silota, obispo de Chimoio (Mozambique), primer Vice Presidente del Simposio de las Conferencias Episcopales de África y Madagascar (SCEAM)
En el capítulo II del Instrumentum Laboris, nº 66 se afirma: “Algunos creen que la razón profunda de la inestabilidad de las sociedades del continente está vinculada a la alienación cultural y a la discriminación racional que, a lo largo de la historia, han generado un complejo de inferioridad, fatalismo o miedo” (IL 66).
Prosiguiendo en la línea de búsqueda de las razones más profundas, me doy cuenta de que esta generación del complejo de inferioridad y otras cosas, ha ido todavía más lejos, causando en muchos africanos algo clamorosamente grave, y que yo llamaría, bien o mal, alienación antropológica. Pues los hechos demuestran que un considerable número de africanos no sólo niegan los valores típicamente suyos, sino que llegan incluso a negarse a sí mismos. No aceptan su “africanidad”. El orgullo legítimo que el señor L. Senghor quiso inculcar con la ideología de la “negritud”, ¡ha sido para muchos un esfuerzo inútil! La campaña en favor de la “autenticidad” que el señor D. Mobutu emprendió, a su modo ¡ha sido ridiculizada! El “Comunalismo africano” con el que el doctor K. Nkrumah quiso caracterizar el modo de ser del hombre africano ¡ha sido visto con escepticismo y considerado como algo anacrónico!
Las preguntas que ahora se plantean son las siguientes. “¿Dónde estás, África? ¿Dónde te sitúas? ¿No será , quizás, esta especie de vacío, esta falta de terreno o de soporte en el que apoyarte, lo que constituye la base de tu drama? En realidad, ¿cómo se puede conciliar tu espíritu de acogida y de hospitalidad con la discriminación étnica, tribal y regional que anida en el seno de tus sociedades, pero también dentro de la Iglesia? ¿No será esta discriminación fruto de una proyección de algunos de tus hijos sobre los demás sólo porque se niegan a sí mismos? ¿Cómo explicar la flagrante contradicción que existe entre el amor incondicional a la vida, que es algo característico del africano, con las traiciones que algunos de tus hijos hacen a sus hermanos, causándoles sufrimientos inhumanos o incluso quitándoles la vida?
África ¿cuál es la salida a esta situación contradictoria?
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Monseñor Fulgence Rabemahafaly, arzobispo de Fianarantsoa (Madagascar), presidente de la Conferencia Episcopal
En el hogar, los niños desempeñan un papel insustituible para que los padres puedan experimentar la paz y el perdón. En un momento, son capaces de romperlo todo, pero también son instrumentos de paz para hacer entender a los padres que no vale la pena utilizar la violencia para una corrección importante. La violencia en el seno de la familia es intolerable.
Entre hermanos y hermanas, los niños son instrumentos de paz; la sabiduría ancestral exige que los mayores sean menos intransigentes con los más pequeños. Incluso se corrigen con los lenguajes usuales. Aprenden palabras de paz, dignas y respetuosas. Los padres son sus modelos de comportamiento y transmiten el espíritu del compartir, el amor por su hermano, la obediencia y la reconciliación.
En una familia con varios hijos, se aprenden con facilidad muchos comportamientos. Es distinto respecto a una familia con un hijo único, que está demasiado mimado y se comporta como un rey al que los padres no osan llevar la contraria. El niño intentará que le sirvan en todas partes, y se expone al peligro de la manipulación y el desenfreno.
De manera que yo diría que, si queremos la paz, aprendamos a educar bien a nuestros hijos en la familia. Es la paz que se vive en cada hogar la que resplandece en la sociedad, el saber vivir, el sentido del bien común, el respeto de las personas mayores, aprender a compartir, cuidar de los más pequeños y escuchar a los padres.
Los niños que no han tenido la suerte de vivir en una comunidad familiar importante, nunca comprenderán suficientemente el sentido y el valor del sacrificio y la obediencia. Por consiguiente, la familia, primera comunidad de vida, es una educadora por excelencia de la paz y, por qué no, también nosotros, Iglesia-Familia de Dios de nuestro siglo.
Los valores importantes en la sociedad: la justicia, el amor, el respeto mutuo, el perdón y la reconciliación, entre otros, se aprenden en familia. El problema es que en el mundo de hoy, el derecho de la familia se encuentra contra las cuerdas; los países ricos piensan que con su dinero pueden hacer callar a todo el mundo, a los pequeños y a los pobres, y usando la violencia se mofan de todo lo que es justicia y reconciliación, para tener a los demás a su servicio.
Nosotros, como Iglesia, estamos llamados a responder en un modo objetivo, más humano y cristiano, a las súplicas de nuestros compatriotas que sufren por la violencia, la injusticia y la inseguridad social. Somos los padres en nuestra sociedad. Somos la madre, educadora y protectora. Tenemos que estar todos los días a la altura de nuestra tarea.
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Monseñor Louis Portella Mbuyu, obispo de Kinkala (República del Congo), presidente de la Conferencia Episcopal
La Iglesia tiene una misión profética urgente en África:
Ante el espectáculo desolador que ofrece al mundo África, cuyos pueblos están prácticamente desposeídos, en gran parte por sus propios hijos, de la soberanía que les corresponde, la I
glesia tiene que dirigir una lúcida mirada a todas las situaciones en las que la dignidad humana ha sido pisoteada, tiene que analizar sus causas y revelar sus mecanismos sin dejar nunca de interpelar a los responsables. El peligro está en que, ante tantas injusticias y tanta explotación, la Iglesia termine por no conmoverse más, que termine por acostumbrarse y por no hablar de ello, volviéndose de esta forma cómplice del malestar de las poblaciones, cuando su misión es la de ser “la voz de los sin voz”.
Pero esta misión profética sólo podrá ser ejercida con autoridad moral cuando la Iglesia ofrezca en su seno el testimonio de una comunidad reconciliada. A todos los niveles (comunidades eclesiales de base, movimientos, comunidades religiosas y sacerdotales, etc.), la Iglesia está llamada a ser un espacio humano en el que la reconciliación esté siempre a la orden del día. La fecundidad de su presencia está ligada a este testimonio. Por último, a la Iglesia le corresponde también el deber de participar de manera activa en la elaboración de un pensamiento político y económico autónomo que pueda favorecer el nacimiento de un África reconciliada con ella misma y dueña de su destino.
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Monseñor Maurice Piat, obispo de Port-Louis (Isla Mauricio)
Para que la Iglesia-Familia de Dios esté al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz, y esparcir así la sal del Evangelio en las sociedades africanas, debe apoyarse en la familia, su célula básica. De ahí la urgencia que subraya el Instrumentum laboris, n. 20, de ser creativos para responder a las necesidades espirituales y morales de las familias.
Querría atraer vuestra atención aquí sobre una de las necesidades, la de los padres. Desarmados ante la violencia que se abate sobre sus familias, o perturbados por la modernidad que trastorna las correas tradicionales de transmisión de valores, necesitan ser respaldados.
Cuando la guerra desgarra sus familias, los padres pueden preguntarse si su vida tiene todavía un sentido, y qué valores podrían aún transmitir a sus hijos. Necesitan una palabra que, denunciando las causas profundas de la violencia, les permita luchar contra el fatalismo y les muestre el sentido que puede dar a la vida luchar para que haya más justicia. Aunque ellos no lleguen nunca al final de esa lucha, por lo menos pueden transmitir a sus hijos el gusto de luchar y de sufrir por la justicia.
Los padres víctimas de la violencia necesitan ser acompañados en el camino de la curación, que pasa inevitablemente por la puerta estrecha de la no violencia, lo único que puede volver a dar el gusto de vivir, y hacerles capaces de transmitir a sus hijos une razón para vivir.
Para otros padres la indiferencia o la agresividad de sus hijos, atrapados en el torbellino de una sociedad de consumo y de comunicación en todos los frentes, es una fuente de sufrimiento profundo. Los mecanismos de la transmisión tradicional de la fe y los valores parecen haber dejado de funcionar. Buscan lugares en los que hablar y necesitan ser respaldados.
Cuando mediante las «Comunidades eclesiales vivas», se responde al deseo de los padres de volver a recuperar el gusto de comunicar, se les pone en contacto con la Palabra de Dios, descubren, a partir de sus pruebas, una cercanía inesperada con los sufrimientos de Cristo que les anima y vuelve a dar sentido a sus vidas. Acompañar a las familias en el camino pascual hoy parece algo esencial para que la Iglesia, Familia de Dios, esparza la sal del Evangelio en tierra africana.
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Monseñor Joseph Aké Yapo, arzobispo de Gagnoa (Costa de Marfil), presidente de la Conferencia Episcopal
¿Cómo puede ser la Iglesia sal de la tierra y luz del mundo si no se interroga a sí misma sobre su gestión de los fieles y de los sacerdotes, sobre el uso del poder y de la autoridad? Si la Iglesia quiere desempeñar su papel de constructora de paz, reconciliación y justicia, ha de comenzar por poner en práctica ella misma lo que enseña y vigilar para realizar las estructuras necesarias e indispensables para la formación y educación de sus fieles.
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Monseñor Fulgence Muteba Mugalu, obispo de Kilwa-Kasenga (República Democrática del Congo)
Para promover una cultura de paz, de justicia, de reconciliación, de tolerancia, de diálogo y de convivencia en el seno de nuestros pueblos, las Iglesias en África están interesadas en utilizar eficazmente los medios de comunicación y asumir los desafíos que esto comporta. En la era digital se vuelve un imperativo inevitable en un ambiente mediático contaminado por la manipulación, por la propaganda política, por un clima de diversión poco edificante, y por el activismo de las sectas y marcado también por el imperialismo de los medios masivos de comunicación extranjeros que se imponen.
Por un lado, para ser eficaz, la comunicación eclesial debe volverse una prioridad pastoral. Por esto, los medios de comunicación social deben realmente ponerse al servicio de la evangelización y ser evangelizados ellos mismos. Es de esperarse, a este propósito, que nuestras estructuras eclesiales y nuestras instituciones eclesiásticas, en la medida de los propios recursos materiales, dispongan de medios de comunicación propios (radio, diario, boletín de información, sitio internet, televisión, teléfono, etc. ) y sean utilizados de verdad. Ante la falta de los medios materiales y económicos, se recurrirá al sostén que dan algunos organismos mediáticos de otros continentes así como, también, de la activa solidaridad de las personas de buena voluntad. Los agentes pastorales, los obispos, los sacerdotes, y también los seminaristas, deben aprender a utilizar las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información pastoral, de manera particular en la pastoral de la justicia, la paz y la reconciliación. Nuestros pueblos deben, también ellos, educarse para la utilización de los instrumentos mediáticos con discernimiento y espíritu crítico, a la luz de los principios éticos y de los derechos humanos. Con respecto a los operadores de las comunicaciones en nuestras sociedades, es imperioso que se los sensibilice en la deontología del proprio trabajo y sobre la responsabilidad que tienen en la promoción de la paz, la justicia, la reconciliación y la dignidad de la persona humana. Como nos recomienda la doctrina de la Iglesia, debemos fundar asociaciones de comunicadores católicos.
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Monseñor Jean-Bosco Ntep, obispo de Edéa (Camerún)
En su mensaje, con ocasión de la jornada mundial de la paz en el año 2004, el Papa Juan Pablo II, de llorada memoria, afirma que la verdadera paz sólo es posible si se basa en el perdón y en la reconciliación. Es una declaración de la impotencia de la negociación y de las armas.
Después del inicio de la democratización en África los gobernantes se volvieron a la Iglesia para que los acompañara. Este llamado le dio una nueva misión que hizo que los Padres del Primer Sínodo Especial para África dijeran: “La educación con vistas al bien común y al respeto del pluralismo, sera una de las tareas pastorales prioritarias de nuestros tiempos” (Mensaje de la Primera Asamblea Especial para África, 34). El Papa Juan Pablo II rechazaba cualquier improvisación en una responsabilidad tan grande.
Hablando de las “nuevas perspectivas de reconciliación”, queremos hacer eco a este llamado del Santo Padre y comprender la reconciliación como una manera de ser y de vivir, es decir, de construir una vida llena de atenciones, de ternura y de amistad; una manera consecuente de vivir con los demás, con Dios, consigo mismo y con la naturaleza. La reconciliación debería manifestarse en todos los aspectos de nuestra vida religiosa y ser un testimonio de amor.
<p>La reconciliación, tal y como ha
sido organizada en algunos países africanos, no ha dado los frutos esperados ya que no ha logrado desvanecer ni el resentimiento ni el miedo, no ha encontrado la suficiente adhesión de corazones y no sabría limitarse al aspecto social, público. Es antes que nada un proceso personal. La Iglesia tiene la ventaja de poder hablarle al corazón del individuo más que la política; debe dirigirse más directamente a las conciencias individuales, a la capacidad de reflexión y de decisión de cada persona para que opten por la reconciliación como fundamento de la paz y, por ende, como garantía de un orden social creíble. El cristiano sera conducido a la indispensable necesidad de la conversión personal, a la reconciliación, a la paz como base de una vida eclesial.
La nueva perspectiva de la reconciliación que deseamos apela a la cultura. Debemos instaurar en la Iglesia una cultura de la reconciliación, camino necesario y hasta indispensable para la paz.
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Monseñor George Nkuo, obispo de Kumbo (Camerún)
Además de la avidez, la corrupción y la falta de confianza en nuestros líderes políticos, uno de los grandes obstáculos para la justicia, la paz y la reconciliación en África es la pobreza. En África hay pobreza y, en muchas partes del continente africano, hay hambre. En África hay gente codiciosa incluyendo nuestros líderes que no se preocupan por sus hermanos y hermanas.
Pobreza significa que las necesidades básicas de alimento, agua y vivienda no pueden ser satisfechas. Pobreza significa que la seguridad en la comunidad no es posible. Pobreza significa que no hay medios para curar a nuestras familias. Pobreza significa que nuestros niños no tendrán un futuro con esperanzas de formar una familia y tener los medios para sustentarla. Pobreza significa que la tristeza y miedo han reemplazado a la alegría y la serenidad. Esto es la pobreza de muchos lugares de África. La pobreza es la principal causa del hambre.
Hay pobreza en África pero África posee casi todo para ser el continente más rico de la tierra. África es prácticamente el continente más rico del mundo en recursos naturales. Los agricultores son pobres en África porque la productividad de sus tierras y su trabajo permanecen muy bajas. En el pasado, este tipo de pobreza rural era antaño común también en Europa y en América del Norte.
Parece que esta pobreza deba ser superada con medios que no hemos conocido antes. Es verdad que no hay soluciones ya dadas para resolver una pobreza tan extendida pero por alguna parte debemos comenzar.
En Europa y en América la eventual salida de estas condiciones de pobreza rural se dio cuando fueron aplicados a la agricultura los nuevos descubrimientos científicos. El acceso a la nueva tecnología para los agricultores permitió a Europa y América, a principios y mediados del siglo veinte, poner fin a la extendida pobreza rural.
Actualmente nos encontramos frente a la cuestión de la introducción de cultivos genéticamente modificados en África. La pregunta que se plantea es: ¿Estas nuevas tecnologías son en sí mismas nocivas o pueden dar un aporte positivo a la vida de las personas en los países pobres de África? ¿La ingeniería genética es intrínsecamente inmoral o es sólo una tecnología más, aplicable a la agricultura? ¿Es la biotecnología un imperio del mal como algunos quieren hacernos creer?
Por otra parte, esta nueva ciencia dice que no solamente la calidad de la vida de los más pobres mejorará sobremanera, sino que, además, ellos mismos darán inicio al proceso de desarrollo económico. Es ésta una tecnología que ofrece a los agricultores más pobres una de las llaves principales para salir de la pobreza.
Pero como esta tecnología es aún relativamente nueva y requiere de estudio a largo plazo del impacto sobre la salud humana y el ambiente, nosotros en Camerún sugerimos que África no tenga prisa en abrazarlas ciegamente. Esta tecnología debería ser observada con gran cuidado, incluso si promete la salvación económica para África.
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