GDANSK, lunes, 12 octubre 2009 (ZENIT.org).- Este domingo concluyeron en Gdansk, Polonia, las I Jornadas Sociales para Europa con el título «La solidaridad es el futuro de Europa», organizadas por la Comisión de los Episcopados de la Comunidad Europea (COMECE). Los 500 participantes de 29 países europeos emitieron un mensaje final con una serie de propuestas para la promoción del bien común en Europa.
Los firmantes del mensaje recuerdan que en esta ciudad, los disparos efectuados en 1 de septiembre de 1939 en la Westerplatte marcaron el inicio «del conflicto más mortífero de la historia», la segunda guerra mundial.
Recuerdan también que «de los esfuerzos de reconciliación que siguieron a la tragedia nació un proyecto de paz, de libertad y de progreso que se se ha convertido en la Unión Europea».
Setenta años más tarde, las I Jornadas Sociales Católicas para Europa han reunido a delegaciones de 29 países europeos, en Gdansk, en esta ciudad donde «el combate llevado a cabo por obreros e intelectuales para dar al trabajo su dimensión humana y social abrió la vía a la caída del telón de acero y a la reunificación europea».
Aquí en Gdansk, dicen los participantes, «en el curso de lo que esperamos sea el primero de una serie de numerosas reuniones de este tipo, hemos reflexionado sobre el sentido de la solidaridad y su futuro en Europa».
Inspirados en el Evangelio y en la enseñanza social de la Iglesia, formularon propuestas para la promoción del bien común en Europa.
«Creemos -afirman- que nuestra generación afronta el desafío de renovar una ‘estrategia del bien común’, fundada en el principio: ‘Hacéos servidores los unos de los otros en el amor’ (Gal 5, 13). Este principio supone que las instituciones públicas, entre ellas el Estado, dejan a los actores sociales márgenes de autonomía para la acción, animan las relaciones sociales y permiten así a cada uno realizarse plenamente. Esto sólo es realizable si nuestras instituciones están inspiradas en los principios de solidaridad y subsidiariedad».
Para los participantes, esta estrategia sólo puede funcionar en el marco de una democracia justa, con el compromiso responsable de cada uno. «Los comportamientos egoístas, el utilitarismo y el materialismo deben dejar el lugar al compartir, según ha puesto en evidencia la actual crisis económica», señalan.
Indican que «el principio de solidaridad debe guiar las actividades económicas», «debe ser respetada la dignidad inalienable de la vida humana desde la concepción hasta la muerte» y «deben ser respetados plenamente el extranjero que llama a nuestras puertas y la generaciones futuras».
Señalan que vivimos en sociedades que «han desarrollado de modo excesivo una conciencia de los derechos inidividuales, hasta el punto de pretender que el individuo no tiene otra responsabilidad que hacia sí mismo».
En cambio, subrayan, «la solidaridad es un deber para cada uno de nosotros y sólo con esta condición evitaremos la arbitrariedad en el campo de los derechos individuales».
Piensan que la solidaridad implica un compromiso personal y colectivo en tres direcciones: «Promover y proteger el modelo familiar fundado en el matrimonio de un hombre y una mujer y crear las condiciones que permitan a los padres criar a los hijos y armonizar vida familiar y vida profesional»; «poner en práctica una politica común europea sobre la inmigración y el derecho de asilo, reconociendo la dignidad humana de los migrantes y los derechos y deberes que están en la base de su integración»; «reorientar nuestros modos de vida personales y el crecimiento económico a fin de reducir nuestro impacto ecológico y el agotamiento de los recursos naturales no renovables, con el fin de legar a las generacions futuras un planeta habitable».
Respecto a la solidaridad dentro de Europa, proponen: «Poner la economía al servicio de todos, reconociendo el valor del trabajo humano en todas sus formas; adaptar la economía social de mercado a los nuevos desafíos»; «proteger a los más vulnerables, mejorar la justicia social y la igualdad de oportunidades en nuestra sociedad, tomando las medidas más eficaces para reducir la pobreza y la exclusión»; «promover una política de regulación del sistema financiero a nivel comunitario y contribuir a la puesta en práctica de estructuras efectivas de buen gobierno internacional en este campo».
En cuanto a solidaridad entre Europa y el mundo, proponen: «Mantener las promesas hechas a los países en vías de desarrollo y promover el codesarrollo con los países más pobres y especialmente los del continente africano»; «buscar el desarrollo de prácticas de comercio justo, tanto a nivel nacional como europeo»; «promover la paz y la justicia, fundada en el respeto de la dignidad humana, los derechos humanos y especialmente la libertad religiosa».
Así mismo hacen un llamamiento a los ciudadanos europeos que compartan esta propuestas «a implicarse personalmente en su realización y asumir las responsabilidades políticas a los niveles apropiados».
«Europa -concluye el mensaje- necesita hombres y mujeres educados en la fe, dispuestos a tender sus brazos hacia su prójimo en nombre de Jesucristo, y comprometidos a construir juntos relaciones e instituciones de solidaridad, al servicio de los hombres de hoy, y en atención a las generaciones futuras. Queremos proseguir el diálogo y el trabajo en común con los hombres y mujeres de otras convicciones con vistas al bien común».
Los 500 participantes en las Jornadas enviaron un mensaje al Santo Padre en el que le agradecen la encíclica Caritas in Veritate y la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa, le comunican los resultados de sus trabajos y le aseguran su «compromiso para difundir la doctrina social de la Iglesia y vivirla en nuestro testimonio cristiano».
Por Nieves San Martín