HUESCA, viernes, 16 de octubre, de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio de este domingo XXIX del tiempo ordinario, (Marcos 10,35-45), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, obispo de Huesca y de Jaca.
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El Evangelio de este domingo vuelve a tener ese tinte casi sobrecogedor ante un Jesús que dice cuál es la meta hacia la cual se dirige: la entrega, el juicio, la muerte. Y al mismo tiempo, aquellos de los que cabría esperar un mayor entendimiento de cuanto el Maestro anunciaba, se les ve ocupados en algo tan banal como andar jugando a los azares del poder, a los escalafones turbios, a las influencias fáciles. Hay una abismal diferencia entre el drama de Jesús y la frivolidad de los discípulos. Parece igual, pero no es lo mismo el cargo y la carga, el ministro y el servidor. Tal vez el uso y el abuso de estas palabras etimológicamente iguales, hace que en la práctica sean algo tan distinto, e incluso tan opuesto. Los hijos del Zebedeo hablaban de cargos y de ministerios. Jesús hablaba de carga dulce y humilde servicio.
Luego vendrá el escándalo de los demás discípulos cuando se enteraron de las maquinaciones de Juan y Santiago. Pero tampoco ellos darán muestras de haber comprendido más de lo que entendieron estos dos. De modo que Jesús está solo ante su propio drama de excesivo amor hacia aquellos que para nada le entienden.
No será la última incomprensión de aquellos que más de cerca siguieron a Jesús. Nada menos que Pedro, tratará de persuadir al Maestro de que no suba a Jerusalén si tan arriesgado va a resultar un tal viaje. ¿Por qué no quedarse allí, cuando tan bien les van las cosas, cuando tanto es el aplauso y el reconocimiento de la gente que se ve curada, instruida, alimentada? Y la respuesta de Jesús a Pedro, como a los hijos del Zebedeo del Evangelio de hoy, va a ser la misma: no he venido a hacer carrera sino a servir, y servir significa dar la vida, en lo concreto y hasta el final.
La tentación es la de siempre: la prepotencia incontestable, al prestigio suntuoso, a la influencia grandilocuente. La palabra de Jesús, avalada por su vida hasta el final, va por otros derroteros. Y los grandes santos como los grandes profetas de siempre, nos han ofrecido en su palabra y en sus acciones el mejor comentario a este Evangelio de hoy. No hacer como hacen los grandes de este mundo, los trepas, los del paripé y la pasarela, sino ser concretos en nuestro modo de servir, de dar la vida en cada tramo del camino, en cada gesto y situación: acoger, escuchar, ofrecer, perdonar, compartir, animar, vendar heridas interiores o externas, anunciar la Buena Noticia del buen Dios. ¿A qué servicio concreto, salvador, misericordioso nos llama Dios a cada uno?