En África, ¿traerán las nuevas semillas una vida mejor?

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El alimento genéticamente modificado una cuestión clave para el continente

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Por Robert Moynihan

WASHINGTON, 21 de octubre de 2009 (ZENIT.org</a>). – La cuestión de las semillas genéticamente modificadas no es, en sí misma, una cuestión religiosa – no es un tema de fe.

Sin embargo, es casi una cuestión religiosa, porque se entrelaza con temas de justicia fundamental – y de sentido común fundamental – que son de una importancia central para los católicos, así como para todos los hombres de buena voluntad.

Y ese es el porqué el documento preparatorio para el Sínodo de África, que se abrió hace unos días en Roma, entre otros asuntos, también habla sobre las semillas genéticamente modificadas.

Y es por eso también por lo que el Vaticano mismo – muy cautelosamente – ha estado estudiando de cerca en los últimos años la cuestión de las semillas genéticamente modificadas.

Una vez viajé durante dos meses a través de África, desde Argel hasta Abidján.

África, para mí, es un lugar vibrante, un lugar de vida – incluso en la sequedad del Sáhara. Por eso estoy del lado de aquellos que desean que la vida en África se viva incluso de modo más abundante, que cesen las guerras tribales, y que busque su propio camino hacia adelante.

Una vez en África me encontré con un pequeño, quizá de tres años de edad, con un corte en su talón. Recogió las raspaduras de una zanahoria que yo estaba pelando porque estaba sucia y no tenía agua para lavarla, y rápidamente se las metió en su boca. No tenía vendado su corte. La herida estaba llena de suciedad y un poco de pus blanco exudaba de los bordes.

Encontramos un poco de agua, y lavé el corte. Saqué la suciedad y el pus y cubrí la herida con una venda que llevaba conmigo. El corte sanó.

Las cosas esenciales son a veces muy simples: una venda, o depósitos para el agua corriente. O, quizás, semillas de plantas mejoradas.

¿Pero las semillas modificadas genéticamente son de verdad mejores?

Pros y contras

“En un continente, parte del cual vive bajo la sombra del conflicto y de la muerte, la Iglesia debe sembrar semillas de vida”, afirmaba el cardenal Peter Turkson al abrirse las labores de la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos.

Todo el mundo estaría de acuerdo, creo, en que producir mejores cosechas es algo bueno.

Pero muchos obispos africanos temen que estas semillas puedan hacer a los agricultores africanos económicamente dependientes de las empresas multinacionales que producen las nuevas semillas.

Y tienen la preocupación de que estas nuevas semillas, diseñadas para resistir ciertas enfermedades, puedan no ser tan buenas como prometen, y no se conozcan los efectos a largo plazo de estas plantas modificadas sobre la salud humana.

Hay un problema fundamental con algunas de estas semillas. Son estériles.

Es decir, la planta crece, produce fruto – sea maíz o arroz o trigo o soja – pero el maíz, el arroz, el trigo, la soja no son fértiles, así que las semillas no se pueden reservar y utilizar para la cosecha del próximo años, simplemente porque no crecerán.

Las nuevas semillas tendrán que comprarse a la empresa productora cada año.

Muchos obispos de África ven esto como un problema.

Y tienen toda la razón; es un problema. Durante miles de años, los agricultores han conservado sus semillas para la siguiente plantación. Este es el verdadero sentido del pasaje del Génesis: “mientras dure el mundo, el tiempo de sembrar y el tiempo de cosechar no cesarán”.

Pero la nueva tecnología rompería este ciclo histórico. Habría un tiempo para sembrar, y un tiempo para cosechar y, luego, un nuevo tiempo para comparar las semillas del próximo año de la empresa agrícola que la suministrase.

El agricultor perdería su capacidad de ser autosuficiente, aunque sólo sea a nivel de subsistencia. El agricultor se volvería completamente dependiente de la empresa de semillas.

El documento de trabajo del sínodo de los obispos dice esto: “La campaña de siembra de quienes proponen alimentos genéticamente modificados, que pretende ofrecer garantía a la seguridad alimentaria, no debe pasar por alto los verdaderos problemas de la agricultura en África: la falta de tierra cultivable, agua, energía, acceso al crédito, preparación agrícola, mercados locales, infraestructuras viarias, etc. Esta campaña corre el riesgo de arruinar a los pequeños propietarios, aboliendo los métodos tradicionales de siembra y haciendo a los agricultores dependientes de las empresas productoras (…). ¿Podrán los padres sinodales seguir siendo insensibles a estas cuestiones que pesan con tanta fuerza en los hombros de sus paisanos?”.

Hambre

Sin embargo, precisamente cuando los obispos africanos expresan estas preocupaciones sobre las nuevas semillas, algunos funcionarios vaticanos han sugerido que las semillas pueden ser un buen camino para mejorar la producción de los campos africanos, y así, ayudar a prevenir las hambres futuras.

La mejora agrícola es la clave para mejorar las vidas de los africanos, y deben considerarse todas las herramientas, incluyendo las semillas genéticamente modificadas, para lograr esa meta, afirmaban los oradores de un simposio en Roma el 24 de septiembre sobre el tema “Por una Revolución Verde en África”.

Los agricultores de Sudáfrica y Burkina Faso atestiguaban las mejoras en sus cultivos y en sus vidas al introducir en sus tierras cosechas modificadas genéticamente.

Monseñor Giampaolo Crepaldi, antiguo secretario del Pontificio Consejo Justicia y Paz (acaba de ser nombrado obispo de la diócesis de Trieste, en el norte de Italia, y ya no es funcionario vaticano), afirmaba que el subdesarrollo y el hambre en África se deben en gran parte a “métodos agrícolas anticuados e inadecuados”, y que estas nuevas tecnologías “que pueden estimular y mantener a los agricultores africanos” deben ponerse a su disposición, incluyendo “las semillas que se han mejorado mediante técnicas que intervienen en su código genético”.

Un punto válido fue planteado por el padre Gonzalo Miranda, profesor de bioética en la  Universidad Pontificia Regina Apostolorum, que patrocinaba el simposio. Afirmó en apoyo a la nueva biotecnología que “si los datos muestran que la biotecnología puede ofrecer mayores ventajas al desarrollo de África, es una obligación moral permitir a estos países que hagan su propio experimento”.

Pero la frase clave es “si lo datos muestran”.

Y aquí está el verdadero problema.

Porque los datos no son todavía claros.

Y, de hecho, hay una considerable cantidad de datos que sugieren que hay problemas con las nuevas semillas. Puede requerir más agua que las antiguas semillas; cuestan mucho más que las antiguas semillas, llevando deudas al pequeño agricultor; y muchos son infértiles, lo que significa que se deben comprar cada año.

Estos puntos negativos eran puestos de relieve el 1 de mayo del 2009 en un importante artículo en L’Osservatore Romano escrito por Francesco M. Valiante, colaborador regular del diario vaticano.

Y también eran recordados por el arzobispo George Nkuo, de Camerún, en una interesante entrevista concedida al periodista norteamericano John Allen, Jr., publicada el 20 de mayo de 2009.

Nkuo asistió a una “semana de estudio” en Roma del 15 al 19 de mayo, patrocinada por la Pontificia Academia de las Ciencias, para considerar todo el problema de los organismos genéticamente modificados (GMOs). Fue el único el obispo africano, y uno de los pocos no científicos, que participó.

Inseguridad

“Objetivamente, si esta tecnología hace de verdad una planta más productiva, si es accesible a los pobres, y no hay peligros obvios para la salud o el medio ambiente, entonces creo que no hay nada malo en ella”, afirmaba Nkuo tras el encuentro.

Pero, añ
adió que no sabía si todo esto – mayor productividad, accesible a los pobres, sin efectos secundarios – era realmente verdad.

“Realmente no lo sé”, afirmaba. “Este es mi problema. No comprendo cómo la ciencia puede ser tan confusa. Creí que se suponía que habría evidencias objetivas, pero la ciencia parece estar en conflicto. Creo que es sorprendente la divergencia de opiniones”.

“Los que están a favor de los GMO afirman que estas plantas son respetuosas del medio ambiente y no plantean ninguna amenaza a la salud. Los que están en contra dicen que hay peligros y que son un problema para la salud. ¿A quién debo creer?”.

Si esta es la situación, si un obispo que pasa una semana en una reciente reunión a favor de los GMO en Roma todavía no sabe qué creer, parece entonces que la medida prudente sería abstenerse de juzgar hasta que los hechos estuvieran claros.

Por lo tanto, según parece, sería prudente y tendría sentido que el Sínodo de los Obispos sobre África estableciera en su documento final que la salud y la vida de su pueblo son supremos para ellos, y que se recurrirá a todos los medios para mejorar dicha salud y vida – siempre y cuando los datos muestren que habrá una mejorar verdadera, y no una callejón sin salida.

África no debería adoptar ninguna decisión sobre las semillas genéticamente modificadas que más tarde lamentase.

* * *

Robert Moynihan es fundador y redactor jefe de la revista mensual Inside the Vatican. Es el autor del libro: “Let God’s Light Shine Forth: the Spiritual Vision of Pope Benedict XVI” (2005, Doubleday). Se puede acceder al blog de Moynihan en www.insidethevatican.com. Puede contactarse con él en editor@insidethevatican.com.

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ZENIT Staff

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