BURGOS, sábado, 24 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos, con el título «El ‘derecho’ a poseer esclavos».
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Aunque parezca extraño, todavía no está lejos la época en la que poseer otros seres humanos se veía tan normal como poseer cabezas de ganado. Más extraño es, si cabe, que esta postura se defendiera en un país tan avanzado como los Estados Unidos. Sin embargo, así ocurría bien entrado el siglo XIX, concretamente hasta poco antes de 1860.
En efecto, en aquel momento la aceptación de la esclavitud era asumida por los sureños de los Estados Unidos de cualquier clase y condición. Hasta el extremo de que, a partir de la década de 1830, el servicio de correos se negaba a distribuir en el Sur folletos que propugnasen la abolición de la esclavitud. Sólo los integrantes de un pequeño sector, llamados «abolicionistas» eran partidarios de acabar con una lacra social tan brutal. Éstos eran tachados de extremistas por la mayor parte de la sociedad.
En aquel momento, la política de los EE.UU estaba dominada por dos partidos: los Demócratas y los Whigs. El partido Demócrata era el gran defensor de la esclavitud y acaparaba el poder en los Estados del Sur. En el otro partido había dos tendencias: unos eran partidarios de la esclavitud y otros eran abolicionistas. Estos se desgajaron de los Whigs cuando en 1854 la disposición Kansas-Nebraska Act autorizó extender la esclavitud a los nuevos territorios incorporados a la Unión. Surgió así el partido Republicano.
Los Republicanos rechazaban no sólo la extensión de la esclavitud a los nuevos territorios sino que eran partidarios de que ese «derecho» no existiese en ningún Estado. Los esclavistas los tachaban de «republicanismo negro». Quien haya visto la película «Dioses y generales» quizás recuerde el estribillo de una canción muy pegadiza que empezaba con «!Viva, viva. Por los derechos del Sur. Viva!». Esta canción ensalzaba la bandera azul con una estrella blanca en el centro, que sirvió de distintivo en muchos campos de batalla a las fuerzas confederadas durante la Guerra de Secesión.
De hecho, cuando el republicano Abrahán Lincoln, un abolicionista, llegó a la Presidencia en 1861, los demócratas sureños iniciaron la secesión, con el argumento de que el nuevo gobierno pretendía arrebatar sus «derechos» -es decir: que quería abolir la esclavitud- a los estados del sur. Fueron necesarios cuatro años de guerra para acabar con un levantamiento armado, que invocaba palabras como «derechos» y «libertad» para defender una brutal forma de opresión. Porque eso era y es la esclavitud.
Hoy la historia se repite. Pero no sólo en los Estados Unidos sino en todo el Occidente, incluidas Europa y España. También hoy se habla de «derechos» y de «libertad» para matar a los niños aún no nacidos, sobre todo, si son deficientes. Que eso es el aborto. España lidera esta postura, como lo demuestra la ley que actualmente está en curso para ser aprobada por el partido gobernante y con el asentimiento de muchos votantes del partido de la oposición.
Una minoría cada vez más numerosa, integrada por hombres y mujeres de diversos colores políticos y religiosos, sostiene la misma postura de quienes se oponían a la esclavitud en los estados sureños. Como ellos, también son tachados de «extremistas» y enemigos de la libertad. No importa. Llegará un día -pienso que está cada vez más cercano- en el que se verá la degradación ética de una sociedad que mata a sus hijos en el seno de sus madres. Y los abortistas de hoy se avergonzarán de haber militado en ese ejército. Como se avergüenzan hoy los que lo hicieron en el nazismo. ¡La verdad siempre termina imponiéndose a la impostura! Como en el caso de la esclavitud.