CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 3 de febrero de 2010 (ZENIT.org) Las vísperas precedidas por Benedicto XVI ayer martes con motivo del día de la vida consagrada se convirtieron en una ocasión de renovación interior y de compartir con quienes, desde diversos carismas, consagran su vida a Dios y al servicio de la Iglesia.
Con una presencia mayoritariamente femenina, diferentes tipos y colores de hábitos colmaron ayer la basílica de San Pedro. Una muestra de cómo la Iglesia, como cuerpo místico de Cristo y con la diversidad de acentos, nacionalidades y carismas, acoge en su seno y alienta a quienes han respondido al llamado de vivir la vida consagrada.
Como resaltó el Papa, cuya homilía recibió efusivos aplausos de parte de los fieles, la celebración de la vida consagrada tiene un triple significado: “la alabanza y gratitud al Señor” por el don de esta vocación, la “promoción de su estima y conocimiento por parte de todo el Pueblo de Dios” y la invitación a quienes han recibido este llamado a “celebrar las maravillas que el Señor ha obrado en ellos”.
Al finalizar las vísperas, ZENIT habló con algunas religiosas sobre lo que para ellas representa la vivencia de esta vocación y sobre el sentido de este encuentro de fe. Algunas, permaneciendo fieles a su voto de obediencia, se abstuvieron de responder porque aseguraban que para ello necesitaban el permiso de su superiora.
“Volvería a consagrarme de nuevo”
Para la religiosa colombiana María Lucía, la participación en estas vísperas “significó algo muy grande” porque sirvió para que las personas consagradas vivieran a plenitud el hecho de “ser ese testimonio de consagrados en la Iglesia para el servicio de los demás”.
“Para mí haberme consagrado es muy importante puesto que es una vivencia más plena de entrega total al Señor”, aseguró esta religiosa perteneciente a la comunidad Dominicas de Nuestra Señora de Nazaret.
Por su parte, la hermana Leonela, de la comunidad de las Hijas de la caridad de la preciosísima sangre, dijo sentirse orgullosa y feliz de su vocación en la en la que “buscamos testimoniar el Evangelio con todas nuestras fuerzas, donándonos a los enfermos, a los ancianos, a los jóvenes en cualquier parte donde nos encontremos”.
Aclaró la religiosa que el carisma de su comunidad consiste en reflejar en todos sus actos la caridad del Padre: “Dios Padre nos ha dado a Jesús con amor, y Cristo ha derramado su preciosísima sangre para nuestra salvación”.
“Estoy feliz de haber dado mi vida al Señor. Yo entré en la congregación siendo muy joven pero lo haría de nuevo sin duda con todo el corazón porque servir a Dios en la alegría y en el sacrificio por amor es algo maravilloso”, asegura la religiosa.
En estas vísperas se encontraba también la hermana Yosa, de la comunidad del Divino Amor. Es peruana y vive en Roma desde hace siete años. Recientemente llegó de Filipinas donde vivió una fuerte experiencia de evangelización. El carisma de su comunidad se basa en la regla de San Agustín. Trabajan en la caridad y la promoción de la mujer.
Aseguró que es una bendición “estar aquí el corazón del catolicismo”. Y destacó cómo muchos fieles que están lejos “de repente quisieran estar aquí” por lo tanto, vio en estas vísperas una ocasión de “aprovechar esta oportunidad, rezar por ellos y rezar por el mundo, especialmente por los pobres”.
Para la hermana María de Anima Christi, de la Familia del Verbo Encarnado, estar con el Santo Padre es “realmente sentirse en el corazón de la Iglesia”. En estas vísperas ella descubrió cómo debe renovar cada día su pertenencia a Jesús como lo hizo su madre María: “seguir profesando la pobreza, la castidad y la obediencia porque Jesús era pobre, casto y obediente”.
Su comunidad se dedica a la Evangelización de la cultura y pretende “llevar de nuevo los criterios de la fe a la sociedad”, según indicó la religiosa.
Asegura que lo que más la conmovió en esta ceremonia fue la actitud orante del Papa Benedicto XVI: “lo vi muy recogido y quise unirme a sus intenciones. Dios sólo sabe lo que él tiene en su corazón pero tenemos que unir nuestra oración a la de él”.
Por Carmen Elena Villa