Encuentro del Papa con la esperanza y el dolor en el albergue de Cáritas

Experiencias de los voluntarios y los huéspedes de ese centro

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ROMA, lunes 15 de febrero de 2010 (ZENIT.org).- «Una ciudad en la que una sola persona sufre algo menos es una ciudad mejor»: esta frase destacaba en la pared, a espaldas de Benedicto XVI, en la visita que realizó este domingo al centro de la Cáritas de Roma, que se encuentra junto a la estación central de trenes, Termini.

El pensamiento fue escrito por el padre Luigi Di Liegro (1928-1997), fundador de la Cáritas de Roma, y explicaba muy bien el sentido de la presencia del Papa, que con ese gesto se unió a las iniciativas del Año Europeo contra la Pobreza la Exclusión Social.

A este ideal está dedicado ese centro caritativo que ofrece un comedor social, un albergue y un ambulatorio. En él ofrecen su servicio trescientos voluntarios que acogieron al pontífice con gran entusiasmo y emoción, junto a sus «huéspedes», personas necesitadas.

Entre los voluntarios se encuentra Salvatore Sardo, quien tras jubilarse después de una vida de trabajo en la empresa estatal italiana de ferrocarriles, ahora ha podido realizar su vocación a la solidaridad: desde hace cuatro años viene a este centro dos veces a la semana para ayudar en el comedor.

«Sé que puede parecer una fórmula hecha –afirma–, pero yo recibo de esta experiencia mucho más de lo que logro dar».

En estos años, «he podido constatar de cerca el progresivo empobrecimiento de nuestra sociedad. Hoy veo a muchos más italianos haciendo la cola que cuando empecé. Se trata de personas muy dignas en su manera de vestir y de hablar, que seguramente en el pasado nunca imaginaron que un día acabarían pidiendo ayuda a la Cáritas».

Entre las experiencias que más le han impresionado en estos años, Sardo menciona el caso de un joven de Somalia que sufría una herida en los ojos, pero que nunca había ido al hospital por miedo a que fuera expulsado de Italia, pues le faltaban documentos.

«A causa de este miedo prefería el sufrimiento. Sentí un agudo malestar a causa de nuestro sistema social y político que me ha hecho reflexionar mucho sobre la legislación relativa a los inmigrantes».

¿Ayudar a quien no quiere?

El comedor, situado en la Vía Marsala, ofrece todas las noches unas 500 comidas a mujeres y hombres que cuentan con una tarjeta entregada por el centro de acogida diocesano de la Cáritas o por oficinas de la administración del ayuntamiento de Roma. El actual director del comedor, desde hace dos años, es Carlo Virtù, pero comenzó como voluntario hace diez años.

«He hecho toda una carrera –dice a ZENIT sonriendo– desde el servicio de acogida en la puerta hasta la limpieza del comedor… Me ha ayudado mucho a madurar la capacidad para relacionarme con todas las personas».

El encuentro tiene lugar mientras espera la llegada del Papa y conversa con Antonio, uno de los huéspedes del centro, que se ha inventado un trabajo ayudando a las personas a encontrar un lugar para aparcar el automóvil en estas calles de tráfico caótico.

Lo más difícil, explica Virtù, es «ayudar a las personas que no quieren recibir ayuda».

«Nuestro servicio –aclara– no consiste en dar algo de comer, sino en acoger, en ofrecer un lugar para volver a tomar las riendas de la propia vida. Hace falta valentía para decir ‘no’, por ejemplo, a quien sigue viniendo borracho. Algunos se van y no volvemos a verles; otros aceptan emprender un camino para volver a encontrar esa parte de ellos mismos que perdieron a causa de las vicisitudes de la vida».

Adentro y afuera

En 23 años de asistencia, este albergue de la Cáritas ha ofrecido un millón doscientas mil noches en una cama limpia, según puede leerse en el folleto que se ha publicado con motivo de la visita del Papa.

«Se trata de un extraordinario campo de observación de nuestra sociedad», afirma Daniela Lombardi, quien ha terminado los estudios de Antropología en la Universidad La Sapienza y ahora trabaja como voluntaria.

«En este lugar se dan las mismas categorías de personas que encontramos afuera –indica la voluntaria–: los divorciados que se han quedado sin casa y que no pueden permitirse otro alojamiento pues sus recursos tienen que destinarlos a pagar la pensión de alimentos, muchachas en dificultad, alcohólicos o ancianos que no pueden acceder a un asilo. Esta es una de las tablas de salvación a la que se agarran muchas personas, cuando la red familiar se deshace y faltan los recursos económicos».

«Cada quien tiene su historia. Aquí tratamos de comprenderla para encontrar una solución –sigue diciendo Daniela Lombardi–. Algunas tienen un final feliz: depende mucho de la voluntad de las personas para afrontar sus problemas».

Ahora bien, el albergue no es sólo un lugar de dolor y problemas: «Una vez al mes –cuenta Daniela– se festejan juntos todos los cumpleaños de las personas que han nacido en ese mes y hay mucha alegría: hombres y mujeres con problemas, pero son personas con muchas ganas de sonreír».

Los «ultimísimos»

Daniela Pezzi recuerda perfectamente que el 16 de mayo de 1990 era un miércoles. Desde ese día dedica todos los miércoles a afrontar problemas de salud mental, primero en la Cáritas de su parroquia y después en el Proyecto Salud Mental del ambulatorio de este centro de la Cáritas de Roma visitado por el Papa.

«Nos dedicamos a los ‘ultimísimos’ de la sociedad: problemas mentales, alcohólicos, personas con el virus del sida, sin trabajo o sin familia. Algunos acaban en la cárcel o en manicomios judiciales, aunque los enfermos mentales no son necesariamente criminales».

«Nuestro papel consiste en hacer de puente con el servicio público, que es el único que puede atender a estos enfermos 24 horas al día, 7 días a la semana. Los acompañamos y les prestamos vigilancia para que reciban los tratamientos a los que tienen derecho».

La Cáritas en Italia se ha convertido en un punto de referencia para la salud mental y participa en varios comités institucionales para afirmar el principio de la inclusión social y de la atención a estos enfermos por parte de los servicios territoriales.

«Otra de nuestras tareas –añade– es el apoyo a las familias, cuando éstas existen, para ayudarles a afrontar la situación: cuantos más medios se ponen, más elevada es la posibilidad de quedar curado».

Recientemente se constata cómo «la pobreza económica tiene una influencia en estados depresivos, provocando una falta de confianza en el futuro, ampliada por la dificultad del servicio público para ofrecer apoyo a causa de la escasez de recursos».

«Hay historias de dolor profundo –concluye Pezzi–, de marginación, de soledad, ante las que tratamos de ofrecer una ayuda para lograr una mejoría».

Encuentro de miles de historias

Miles de historias que se encuentran en el comedor, el albergue y el ambulatorio. Las recogió en las palabras que dirigió a Benedicto XVI Giovanna Cataldo: «La historia de quien estaba siempre solo, a pesar de que pintaba cuadros con talento».

Giovanna Cataldo, huésped del albergue, tiene talento, al menos con las palabras, pues como nos ha explicado «me gusta mucho leer».

«Mi historia me había cambiado y aquí he cambiado», siguió diciendo al Papa, al sintetizar el camino de muchos que han llegado al albergue y han encontrado acogida y amistad.

«Rezaremos para que Dios le dé la fuerza para estar sereno como nosotros», dijo Giovanna a un Benedicto XVI a quien pudieron vérsele las lágrimas en los ojos.

Por Chiara Santomiero

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ZENIT Staff

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