CIUDAD DEL VATICANO, jueves 22 de abril de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI pronunció hoy, al recibir las cartas credenciales del nuevo embajador de la ex-República Yugoslava de Macedonia, Gioko Gjorgjevski.
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Señor Embajador
Estoy contento de acoger a Vuestra Excelencia para la presentación de sus Cartas Credenciales como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la Ex-República yugoslava de Macedonia ante la Santa Sede. Le estoy agradecido por las cordiales expresiones que ha querido dirigirme, también en nombre de las Autoridades y de la noble Nación a la que usted representa. Le pido que les haga llegar la expresión de mi estima y de mi benevolencia, unidas a la seguridad de mi oración por la concordia y el desarrollo armónico de todo el país.
Al recibirle, mi pensamiento va al encuentro anual entre el Sucesor de Pedro y una autorizada delegación oficial de su país, que se mantiene con ocasión de la fiesta de los santos Cirilo y Metodio, venerados guías espirituales de los pueblos eslavos y copatrones de Europa. Esta cita, que se ha convertido en una agradable costumbre, atestigua las buenas relaciones que existen entre la Santa Sede y la Ex-República Yugoslava de Macedonia. Se trata de relaciones bilaterales, que se han desarrollado, sobre todo en el último año, de forma positiva, y que se caracterizan por la cooperación cordial. A propósito de esto, deseo manifestar mi complacencia por el compromiso mutuo manifestado en la reciente construcción de nuevos edificios de culto católicos en diversos lugares del país.
Como usted ha subrayado, en el pueblo macedonio son ben visibles los signos de los valores humanos y cristianos, encarnados en la vida de la ente, que constituyen el apreciado patrimonio espiritual y cultural de la nación, del que son también elocuente testimonio los estupendos monumentos religiosos, surgidos en diversas épocas y localidades, notablemente en la ciudad de Ohrid. A esta preciosa herencia, la Santa Sede mira con gran estima y consideración, favoreciendo, en lo que sea de su competencia, su profundización histórico-documental, para un mayor conocimiento de su pasado religioso y cultural. Partiendo de ese patrimonio, los ciudadanos de su país continuarán construyendo también en el futuro su propia historia y, fuertes en su identidad espiritual, podrán aportar al consorcio de los pueblos europeos la contribución de su experiencia. Por esto auguro vivamente que lleguen a buen fin las aspiraciones y los crecientes esfuerzos de este país para formar parte de la Europa unida, en una condición de aceptación de los relativos derechos y deberes y en el respeto recíproco de instancias colectivas y de valores tradicionales de cada pueblo.
Señor Embajador, en las palabras pronunciadas por usted sobre el compromiso del pueblo macedonio a favorecer cada vez más el diálogo y la convivencia entre las diversas realidades étnicas y religiosas que constituyen el país, he advertido esa aspiración universal a la justicia y a la cohesión interna que desde siempre le anima, y que puede convertirse en un ejemplo para otras regiones de los Balcanes. En efecto, los puentes de intercambio de acuerdos más amplios y estrechas relaciones religiosas entre los diversos componentes de la sociedad macedonia han favorecido la creación de un clima en el que las personas se reconocen hermanos, hijos del mismo Dios y ciudadanos de un único país. Ciertamente es tarea, en primer lugar de los responsables de las Instituciones, encontrar modos de traducir en iniciativas políticas las aspiraciones de los hombres y mujeres al diálogo y a la paz. Los creyentes, con todo, saben que la paz no es sólo fruto de planificaciones y de actividades humanas, sino que ante todo es don de Dios a los hombres de buena voluntad. De esta paz, además, la justicia y el perdón representan sus pilares básicos. La justicia asegura un pleno respeto de los derechos y de los deberes, y el perdón cura y reconstruye desde los cimientos las relaciones entre las personas, que aún se resienten de las consecuencias de los enfrentamientos entre las ideologías del pasado reciente.
Superada la trágica etapa de la última guerra mundial, tras la triste experiencia de un totalitarismo negador de los derechos fundamentales de la persona humana, el pueblo macedonio se ha encaminado hacia un progreso armónico, dando prueba de paciencia, disponibilidad al sacrificio y optimismo perseverante, tenazmente dirigido a la creación de un provenir mejor para todos sus habitantes. Un desarrollo social y económico estable no puede no tener en cuenta las exigencias culturales, sociales y espirituales de la gente, como también debe valorar las tradiciones y los recursos populares más nobles. Y ello en la conciencia del creciente fenómeno de la globalización, que comporta, por una parte, una cierta nivelación de las diversidades sociales y económicas, podría, por la otra, agravar el desequilibrio entre quienes sacan ventaja de las cada vez mayores posibilidades de riqueza y quienes en cambio son dejados a los márgenes del progreso.
Señor Embajador, su país se enorgullece de una larga y luminosa tradición cristiana que se remonta a los tiempos apostólicos. Auguro que en un contexto global de relativismo moral y de escaso interés por la experiencia religiosa, en el que se mueve a menudo una parte de la sociedad europea, los ciudadanos del noble pueblo que usted representa sepan hacer un sabio discernimiento al abrirse a los nuevos horizontes de auténtica civilización y de verdadero humanismo. Para hacer esto, es necesario mantener vivos y firmes, a nivel personal y comunitario, esos principios que están en la base también de la civilización de este pueblo: el apego a la familia, la defensa de la vida humana, la promoción de las exigencias religiosas, especialmente de los jóvenes. La Iglesia católica en su nación, aunque constituye una minoría, desea ofrecer su sincera contribución en la construcción de una sociedad más justa y solidaria, basada en los valores cristianos que han fecundado las conciencias de sus habitantes. Estoy seguro de que la comunidad católica, en la conciencia que la caridad en la verdad “es la principal fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (Caritas in veritate, n. 1) proseguirá su misión caritativa, especialmente a favor de los pobres y de los que sufren, tan apreciada en su país.
Excelencia, estoy seguro de que también usted, en el cumplimiento de la alta tarea que se le ha encomendado, contribuirá a intensificar las ya buenas relaciones existentes entre la Santa Sede y la nación macedonia, y le aseguro que podrá contar, con este fin, en la plena disponibilidad de todos mis colaboradores de la Curia romana. Con estos fervientes deseos, invoco sobre usted, señor embajador, sobre su familia, sobre los gobernantes y sobre todos los habitantes de la nación a la que usted representa, una abundante Bendición divina.
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]