Carmelita será beatificado este domingo en Roma

El padre Angelo Paoli dedicó su vida a los pobres y enfermos

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ROMA, viernes 23 de abril de 2010 (ZENIT.org).- La virtud que más sobresale en el padre carmelita Angelo Paoli es la caridad, alimentada por la oración constante ante el Santísimo Sacramento, explica en diálogo con ZENIT el padre Giovanni Grosso, O carm. postulador de su causa de beatificación.

Este domingo el padre Paoli, quien vivió entre 1642 y 1720, será beatificado en la basílica romana San Juan de Letrán. La ceremonia será presidida por el cardenal Agostino Vallini, vicario del Papa para la diócesis de Roma. La fórmula de beatificación la pronunciará monseñor Angelo Amato, prefecto para la congregación para la Causa de los Santos en representación del Papa Benedicto XVI.

Florecer de una vocación

Su nombre de pila era Francesco. Desde pequeño dejó ver su vocación, cuando en Argigliano, su pequeño pueblo natal ubicado en los montes Apeninos en la región de Toscana, invitaba a sus compañeritos a practicar las virtudes y a dejar los malos hábitos.

Muchos decían que era un pequeño catequista y él mismo cuenta, en una carta que escribió a un amigo de juventud: «Les explicaba la doctrina cristiana y los conducía a la Iglesia, porque quería incitarles a recibir algo nuevo. Ellos me seguían y se sentían felices, todos me querían mucho».

Tenía sólo 12 años cuando murió su madre, hecho que lo ayudó intensificar su vida espiritual y a ir madurando en su vocación. A los 18 años entró en el seminario. Allí sintió el llamado a una vida de mayor oración y penitencia. También un estrecho lazo con la advocación de la Virgen del Carmen y entró al convento de los hermanos carmelitas en el convento de Fivizzano, un pequeño pueblito del norte de Italia. En 1661 hizo los votos solemnes.

Sacerdote del Señor

Seis años después recibió la ordenación sacerdotal. «Gran dignidad, gran potestad, hacer descender a Dios del cielo a la tierra, liberar un alma del purgatorio y enviarla al cielo», escribió el futuro beato.

Luego, el padre Paoli quiso dedicarse más tiempo a la penitencia y los sacrificios físicos. Comenzó a sentirse débil y por ello fue enviado de nuevo a la casa de su padre. Transcurría allí sus jornadas hablando con los pastores, conociendo la vida de la gente humilde y sencilla del campo. Les enseñaba a rezar y les daba clases de catecismo.

Así descubrió que su vocación debería orientarse al cuidado de los pobres. Pudo ver entonces lo que algunos denominan «la llamada dentro de la llamada».

«Nosotros los carmelitas no tenemos como acento principal la caridad», aclara el padre Grosso, «pero para él fue verdaderamente una llamada particular».

Al regresar a la comunidad, el padre Paoli fue trasladado a Florencia para encargarse de los novicios. Enfatizó la formación de los aspirantes al Carmelo en la fuerza interior, el amor el apostolado, la oración y el dominio de las pasiones.

Luego sirvió como párroco en un pequeño pueblo, llamado Corniola, cerca de la ciudad de Empoli, en el nororiente italiano. Sus preferidos fueron siempre los pobres y los enfermos. También pasó por las poblaciones de Siena y por Montecatini y por Fivizzano.

En 1687 recibió una carta que anunciaba su traslado a Roma para servir como maestro de novicios del convento de San Martino. Allí mostró su preocupación por los pobres que mendigaban en las calles y por visitar las cárceles. «Comienza a servir a los enfermos y a los pobres. Les distribuía comida y vestidos. Unas 300 personas eran asistidas diariamente», dice su postulador.

Se preocupaba por los enfermos del hospital San Giovanni, de la comunidad de los carmelitas, ubicado muy cerca de la basílica de San Juan de Letrán. «Les daba de comer, les cambiaba la ropa, los apoyaba, les alegraba con cualquier pequeño concierto o espectáculo», comenta el padre Grosso.

Al salir del hospital, muchos no tenían dónde ir y el padre Paoli buscaba que algunas familias los acogieran. Para este fin fundó una casa de convalecencia que funcionó por varios años en el centro de Roma, muy cerca al Coliseo.

Otra de sus características que tenía el padre Paoli era el gran amor que tenía hacia la cruz. «Siempre clavaba la cruz donde podía», cuenta el padre Grosso. También quiso poner una cruz en el Coliseo de Roma, «porque fue el lugar de martirio, según la tradición, de muchos cristianos», dice su postulador. En su recinto, organizaba el Via Crucis, que luego sería adoptado por los Papas en el Viernes Santo.

El futuro beato murió en Roma, en 1720. «Muchísima gente participó en su funeral que se realizó en el convento de San Martino, luego de una especie de procesión que partió de la basílica Santa María la Mayor», asegura su postulador.

«¡El cielo es un bien tan grande que vale la pena hacer cualquier diligencia para alcanzarlo!», escribía el futuro beato. «Los santos han trabajado mucho y con mucho empeño y han pensado poco en sus cuidados y en el descanso».

Por Carmen Elena Villa

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ZENIT Staff

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