HAARLEM, viernes 30 de abril de 2010 (ZENIT.org).- Si queremos afrontar el problema del abuso sexual por parte del clero, tenemos que volver a las enseñanzas de la Humanae Vitae, dice un psicoterapeuta católico holandés.
Gerard van den Aardweg ha trabajado como terapeuta durante casi 50 años, especializándose en casos de homosexualidad y en problemas conyugales. Ha enseñado en todo el mundo y escrito mucho sobre homosexualidad y la pedofilia, así como la relación de estos temas con otros temas: la atracción homoerótica en el sacerdocio, la Humanae Vitae, y los efectos de la paternidad homosexual.
Entre los libros que ha publicado este psicólogo destacan Battle for Normality: Self-Therapy of Homosexuality y On the Origins and Treatment of Homosexuality.
Van den Aardweg ha sido miembro del Comité Científico Asesor de la Asociación Nacional para la Investigación y Terapia de la Homosexualidad desde que esta organización fue fundada, en 1992. Es también el editor europeo de la revista Empirical Journal of Same-Sex Sexual Behavior.
La primera parte de esta entrevista se publicó ayer jueves.
–Volviendo a los problemas en el clero, ¿diría que el abuso ha aumentado porque hombres con tendencias preexistentes fueron admitidos en el sacerdocio, o hay factores que contribuyeron a este tipo de comportamiento con el paso del tiempo?
–Van den Aardweg: Un joven que es psicológica y emocionalmente maduro cuando se le admite en el seminario nunca acabará interesándose por la homosexualidad o la pedofilia. Si se siente excitado sexualmente y da rienda a sus sentimientos, buscará una mujer.
La «orientación» hacia niños o adolescentes en los sacerdotes que han abusado de los jóvenes nunca se ha originado durante los años de seminario o durante el sacerdocio.
En algunos casos, inicialmente puede haber sido más o menos latente, débil, pero siempre está esta laguna en sus sentimientos, la falta de sentimientos normales heterosexuales.
En determinadas circunstancias, al enfrentarse con jóvenes, o durante un período de desilusión o soledad, el dormido anhelo homosexual puede inflamarse.
Otros sacerdotes quizá siempre han sido conscientes de su atracción por los hombres, pero se las arreglan para vivir con ella sin exteriorizarla. Sin embargo, cada vez que se siente incapaz de hacer frente a las demandas o desilusiones de su profesión, en un mal momento podría comenzar ya sea hojeando revistas pornográficas – en nuestros días, en un sitio pornográfico en Internet – o empezar a consumir alcohol, a consolarse a sí mismo y entregarse a las fantasías sexuales, con lo que va de mal en peor.
La homosexualidad es más que un problema sexual.
Es parte de una variante más bien específica de la inmadurez de la personalidad, y entre sus síntomas más frecuentes están la falta de fuerza de carácter, la soledad interior, las dificultades para la formación de vínculos de amistad madura, la ansiedad y la depresión. Así, el estrés, en todas sus formas, puede debilitar la resistencia del hombre a entregarse a sus deseos.
Otros factores importantes que disminuyen el umbral de resistencia son la falta de apoyo personal y la dirección espiritual regular que tanto necesitan; la laxitud en la vida interior, espiritual, el abandono de la confesión regular, el mal ejemplo de otros sacerdotes en su entorno que llevan una doble vida, y el estar expuesto a teorías morales permisivas sobre la sexualidad en general y sobre la normalidad de la homosexualidad.
En este sentido, la actitud crítica de muchos teólogos y sacerdotes prominentes hacia el celibato y, sobre todo hacia la Humanae Vitae, ha sido un factor eficaz en el debilitamiento de la resistencia de muchos sacerdotes hacia conductas sexuales inadecuadas, seguramente en el caso de muchos con deseos homosexuales.
Como el Papa Pablo VI mismo explicaba en esta encíclica, disociar la sexualidad de la reproducción en la relación entre el hombre y la mujer tendría como consecuencia la aprobación de otras formas de sexo estéril como la homosexualidad.
Muchos de los escándalos sexuales que finalmente desencadenaron la reacción pública en los Estados Unidos, que está actualmente continuando en Europa, y que sirve de tan abundante material para la propaganda anti-católica, son una consecuencia lógica de décadas de rechazo abierto y de ignorar tácitamente la Humanae Vitae y la visión cristiana de la sexualidad que subyace en ella por parte de importantes sacerdotes, moralistas y obispos.
No se puede esperar que muchos sacerdotes y religiosos con debilidades, como los deseos homosexuales – y en ocasiones pedófilos – perseveren en su lucha interior por la castidad cuando constantemente escuchan decir que casi todo es correcto en la vida heterosexual, matrimonial o no: «¿Por qué debo ser el único al que no le está permitido sólo ocasionalmente darse un inocente placer sexual si no hace daño a nadie?».
–Los medios de comunicación rara vez se centran en el papel de la psicología en estos casos de abuso sexual, pero ¿no han estado por lo general los terapeutas implicados tanto en el tratamiento de sacerdotes agresores como en la asesoría a las autoridades de la Iglesia para tratar con estos problemas? ¿Qué diría usted sobre el papel de la psicología en estos casos?
–Van den Aardweg: A pesar de toda la crítica actual, no hay pruebas de que la mayoría de los casos de mala conducta sexual por parte de sacerdotes en el pasado más remoto, e incluso entre 1960-1980, se manejaran mal y de manera irresponsable.
A menudo se buscó un compromiso prudente entre la necesidad de proteger a los menores, la «resocialización» del delincuente, y el control de los daños sobre la parroquia, la diócesis, el instituto y la orden o congregación.
La terapia – o, en todo caso, las series de conversaciones con los profesionales – ha sido una de las medidas estándar. Este enfoque no ha sido diferente al utilizado en casos similares en las instituciones laicas, salvo que el castigo era eclesiástico.
Mirando hacia atrás, este manejo puede haber sido adecuado en muchos casos, pero a menudo no lo era. Una de las razones de la insuficiencia de estos procedimientos fue la ingenuidad de las autoridades de la Iglesia ante las desviaciones sexuales.
La tendencia fue subestimar la gravedad de los delitos, y creer que un delincuente con buenas intenciones, que, por otra parte, había ido a confesarse y había prometido corregirse, merece caridad y confianza más que cualquier otra cosa, y había que darle una segunda oportunidad.
Sobre todo, las autoridades de la Iglesia – no menos que las autoridades judiciales laicas – compartían una confianza demasiado optimista en las pujantes ciencias psicológicas y psiquiátricas. Encomendar un caso de abuso sexual a un psiquiatra o psicólogo era visto como la garantía más sólida contra la reincidencia.
Esto definitivamente no era una garantí, y sigue sin serlo. El efecto a largo plazo de la psicoterapia o la medicación en muchos casos de delincuentes sexuales es mínima, también porque la motivación de una persona para luchar la dura batalla consigo mismo puede ser bastante artificial y dependiente de la presión de las circunstancias.
Por otra parte, parece que, más o menos desde finales de los años 60, la respuesta a estos delitos se convirtió en muchos sectores de la Iglesia – no en todos – cada vez en más insuficiente, débil, negligente.
La tendencia laica de la psicología era la de enfatizar el aspecto de enfermedad mental de los delincuentes en general – pacientes, víctimas de la educación, etc. – en vez de en su responsabilidad ante su comportamiento inmoral.
El elemento de disciplina
y castigo – en el caso de los sacerdotes y religiosos, la penitencia – era impopular, y esto se añadió frecuentemente a una flagrante falta de consideración de los sufrimientos y las necesidades de las víctimas de estos delitos.
La psicología tiene una gran responsabilidad sobre esta visión distorsionada e ideológica, y sin ninguna duda afectó profundamente en la forma en que las autoridades de la Iglesia reaccionaron ante las acusaciones de abusos sexuales que se les presentaron, en su conducta ante los miembros del clero que cometieron abusos sexuales, y en la actitud de muchos conocidos hombres de Iglesia y teólogos hacia homosexuales en general y sacerdotes homosexuales en particular.
Un factor importante en esto fue también el miedo a los medios de comunicación, a la opinión pública; si uno no se mostraba como «liberal» en este asunto y parecía «intolerante», podía suscitar reacciones hostiles en los medios y en ambientes de la misma Iglesia.
De todos modos, con frecuencia, las autoridades miraron a otro lado cuando se les presentaron casos de «pedofilia» o de otras conductas homosexuales de sacerdotes y, si tomaron medidas, con mucha frecuencia lo hicieron con «el encubrimiento de la caridad»: no se adoptaron castigos, quizá se les colocó en algún centro terapéutico, y en esos casos sin verificar los efectos.
–Algunos critican a la Iglesia porque, en el pasado, se ha permitido a sacerdotes que habían cometido abusos regresar al ministerio, tras haber participado en sesiones de psicoterapia. ¿Cree usted que los terapeutas pensaban que esos sacerdotes podían curarse realmente, y que se les podía confiar el cuidado de niños o adolescentes?
–Van den Aardweg: Esta crítica está justificada. A las autoridades, en esos casos, se les puede recriminar el hecho de que no tuvieron la prudencia para esperar unos dos años, verificar los resultados del tratamiento, y que no siguieron personal y críticamente el caso. Sus reacciones demasiado débiles fueron, en ocasiones, el camino más fácil.
También es verdad que, en general, los psicoterapeutas tenían, y siguen teniendo, demasiada confianza en sus ideas y métodos.
De hecho, la psicoterapia puede ayudar a un pequeño número de personas con inclinaciones sexuales anormales, como la homosexualidad, a cambiar radicalmente y, a un porcentaje más elevado, les puede apoyar para que sus sentimientos pierdan intensidad y su carácter obsesivo, de manera que toda su estabilidad emocional aumente de una manera considerable. Pero eso con frecuencia requiere años, y los mejores resultados los experimentan quienes se someten a la terapia por su propia iniciativa y no forzados por una situación externa.
Asimismo, un cliente que se somete a terapia puede reaccionar mejor durante la misma, y esto puede ocasionar el que el terapeuta considere prematuramente que está listo para regresar a su situación precedente; de ese modo, al ser sometido a una mayor presión interna y externa no disminuyen las posibilidades de que vuelva a caer en sus antiguos comportamientos.
Esto no sólo lo vemos en los casos de personas con problemas sexuales, sino también en otros casos de neuróticos y delincuentes. De todos modos, la prudencia exige que no se coloque nunca a una personas con estos comportamientos pasados en la antigua situación, al menos durante muchos años, pues sigue siendo vulnerable.
–¿Cuál es la actual relación entre las autoridades de la Iglesia y los psicólogos a la hora de trabajar con sacerdotes pederastas u homosexuales? ¿Ha cambiado con el pasar del tiempo?
–Van den Aardweg: Depende de las diferentes personas con autoridad, pero también de la posibilidad de poder contar con psicólogos católicos preparados. En Europa, ya sólo unos pocos psicólogos trabajan terapéuticamente con personas atraídas por el mismo sexo, dado que esta rama de la terapia está casi fuera de la ley en la Unión Europea, que ha adoptado oficialmente la ideología homosexual.
La terapia de las desviaciones sexuales es casi vista como una violación de los derechos humanos; las universidades sólo transmiten una visión basada en eslóganes políticamente correctos, se aísla a quienes podrían ofrecer cursos de terapia para profesionales. Sólo hay unos cuantos terapeutas cristianos especializados en este argumento.
Por lo que se refiere a la Iglesia, está aumentando el interés de cooperar con psicólogos y psiquiatras cristianos/católicos en particular por parte de aquellos obispos, superiores de seminarios, sacerdotes o teólogos que apoyan la mora sexual de la Iglesia.
Otros que se sienten inseguros en sus opiniones sobre esta materia, o que tienen miedo de enfrentarse a los medios de comunicación, a los sacerdotes y fieles liberales, o a sus propios teólogos, prefieren dejar sin trabajo a los psiquiatras y psicólogos que tratan la homosexualidad como un desorden. Pero creo que algo está cambiando para mejor en este sentido, aunque de manera lenta.
Por una parte, cada vez más jóvenes psicólogos y psiquiatras se interesan en lo que llamamos «psicoterapia cristiana o católica», es decir, métodos basados en una visión cristiana del ser humano, del matrimonio y la sexualidad, y de las desorientaciones sexuales, y que reconocen el valor terapéutico del «factor religioso», la conversión, la importancia de una vida interior espiritual, del ejercicio de las virtudes, y de la lucha contra los vicios, para beneficio de la salud y de la estabilidad de carácter.
Por otra parte, cada vez más obispos, teólogos y sacerdotes apoyan la promoción, explicación, aplicación y defensa de toda la doctrina católica sobre la sexualidad y el matrimonio, o simplemente hacen de la «Humanae Vitae» una parte esencial de sus actividades de reevangelización. Claro está, tratan de buscar el consejo y asistencia de psicólogos cristianos/católicos, y eso está llevando aquí y allá a promover una cooperación fecunda.
[Por Genevieve Pollock, traducción del inglés por Inma Álvarez]