CIUDAD DEL VATICANO, viernes 30 de abril de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación las palabras que el Papa Benedicto XVI dirigió ayer por la noche al Presidente de la República Italiana, Giorgio Napolitano, y a las demás personalidades presentes, tras el concierto ofrecido en honor del Papa por el quinto aniversario de su elección.
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Señor Presidente de la Repubblica,
Señores cardenales,
Honorables ministros y autoridades,
Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
Distinguidos señores y señoras
una vez más el Presidente de la República Italiana, Honorable Giorgio Napolitano, con un gesto de exquisita cortesía, a querido ofrecernos a todos nosotros la posibilidad de escuchar óptima música con ocasión del aniversario de mi Pontificado. Al saludarle con deferencia, Señor Presidente, en unión con su distinguida Señora, deseo expresar mi vivo agradecimiento por el homenaje verdaderamente grato de este concierto y por las cordiales palabras que usted me ha dirigido. En este acto de consideración veo también un signo ulterior del afecto que el pueblo italiano nutre hacia el Papa, afecto que fue tan ferviente en santa Catalina de Siena, Patrona de Italia, de la que hoy se celebra la fiesta. Estoy contento de saludar a las demás autoridades del Estado italiano, a los señores embajadores, a las diversas personalidades y a todos vosotros que habéis tomado parte en este momento de alto valor cultural y musical.
Deseo agradecer a cuantos han cooperado generosamente a la realización de este acontecimiento, en particular a los dirigentes de la Fondazione Scuola di Musica di Fiesole, del que es componente significativo la Orchestra Giovanile Italiana, hábilmente dirigida por el maestro Nicola Paszkowski. Seguro de interpretar los sentimiento los sentimientos de todos los presentes, dirijo un aprecio sincero a los miembros de la orquesta, que han ejecutado con habilidad y eficacia fragmentos interpretativos del compositor milanés Giovanni Battista Sammartini, de Wolfgang Amadeus Mozart y di Ludwig van Beethoven.
Hemos tenido la alegría de escuchar esta noche a jóvenes alumnos concertistas de la Escuela musical de Fiesole, fundada por Piero Farulli, que en el transcurso de los años se ha afirmado como excelente centro nacional de formación orquestal, ofreciendo a numerosos niños, adolescentes, jóvenes y adultos la posibilidad de realizar un cualificado itinerario formativo dirigido a la preparación de músicos para las mejores orquestas italianas y europeas. El estudio de la música reviste un alto valor en el proceso educativo de la persona, en cuanto que produce efectos positivos en el desarrollo del individuo, favoreciendo su crecimiento humano y espiritual armónico. Sabemos que es comunmente reconocido el valor formativo de la música en sus implicaciones de naturaleza expresiva, creativa, relacional, social y cultural.
Por tanto, la experiencia de más de treinta años de la Escuela de Música de Fiesole asume una particular relevancia también frente a la realidad cotidiana que nos dice que no es fácil educar. En el contexto social actual, de hecho, toda obra de educación parece ser cada vez más ardua y problemática: a menudo entre los padres y los profesores se habla de las dificultades que se encuentran en la transmisión de los valores básicos de la existencia y de un recto comportamiento a las nuevas generaciones. Esta situación problemática afecta tanto a la escuela como a la familia, como también a las diversas agencias que operan en el campo formativo.
Las condiciones actuales de la sociedad requieren un extraordinario compromiso educativo a favor de las nuevas generaciones. Los jóvenes, aunque vivan en contextos diversos, tienen en común la sensibilidad ante los grandes ideales de la vida, pero encuentran muchas dificultades en vivirlos. No podemos ignorar sus necesidades y sus esperanzas, ni tampoco los obstáculos y las amenazas que encuentran. Éstos sienten la exigencia de acercarse a los valores auténticos como la centralidad de la persona, la dignidad humana, la paz y la justicia, la tolerancia y la solidaridad. Buscan también, de modos a veces confusos y contradictorios, la espiritualidad y la trascendencia, para encontrar equilibrio y armonía. A respecto de esto, quiero observar que precisamente la música es capaz de abrir las mentes y los corazones a la dimensión del espíritu y conducir a las personas a alzar la mirada hacia lo Alto, a abrirse al Bien y a la Belleza absolutas, que tienen la fuente última en Dios. La alegría del canto y de la música son también una constante invitación a los creyentes y a todos los hombres de buena voluntad a comprometrse para dar a la humanidad un porvenir rico de esperanza. Además, la experiencia de tocar en una orquesta añade también la dimensión colectiva: los continuos ensayos llevados a cabo con paciencia; el ejrcicio de la escucha de los demás músicos; el compromiso de no todar “en solitario”, sino de hacerlo de forma que los diversos “colores orquestales” – aún manteniendo sus propias características – se fundan; la búsqueda común de la mejor expresión, todo esto constituye un “gimnasio” formidable, no sólo en el plano artístico y profesional, sino en el perfil humano global.
Queridos amigos, auguro que la grandeza y la belleza de las piezas musicales magistralmente ejecutadas esta noche puedan puedan dar a todos nueva y continua inspiración para tender a metas cada vez más altas en la vida personal y social. Renuevo al Señor Presidente de la República Italiana, a los organizadores y a todos los presentes la expresión de mi sincera gratitud por este apreciado homenaje. Recordadme en vuestras oraciones, para que al comenzar el sexto año de mi Pontificado, pueda cumplir siempre mi Ministerio como el Señor quiere. Que Él, que es nuestra fuerza y nuestra paz, os bendiga a todos vosotros y a vuestras familias.
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez]