CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 16 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI este domingo al rezar la oración mariana del Regina Caeli junto a unos 200 mil peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro del Vaticano, entre los que se encontraban miembros de asociaciones y movimientos eclesiales procedentes de toda Italia para mostrar al Papa su afecto y apoyo en estos momentos difíciles.
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Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, en Italia y en otros países, se celebra la Ascensión de Jesús al Cielo, que tuvo lugar cuarenta días después de Pascua. En este domingo tiene lugar, además, la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, sobre el tema: «El sacerdote y la pastoral en el mundo digital. Los nuevos medios al servicio de la Palabra». En la liturgia, se narra el episodio del último momento del Señor Jesús con sus discípulos (Cf. Lucas 24, 50-51; Hechos 1, 2.9); pero no se trata de un abandono, pues Él se queda para siempre con ellos, con nosotros, de una forma nueva. San Bernardo de Claraval explica que la ascensión al cielo de Jesús se realiza en tres grados: «el primero es la gloria de la resurrección, el segundo el poder de juzgar, y el tercer consiste en sentarse a la derecha del Padre» (Sermo de Ascensione Domini, 60, 2: Sancti Bernardi Opera, t. VI, 1, 291, 20-21). Este evento está precedido por la bendición de los discípulos, que les prepara para recibir el don del Espíritu Santo para que la salvación sea proclamada por doquier. Jesús mismo les dice: «Vosotros sois testigos de estas cosas. Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre» (Cf. Lucas 24, 47-49).
El Señor atrae la mirada de los apóstoles, y la nuestra, hacia el cielo para indicar cómo hay que recorrer el camino del bien durante la vida terrena. Sin embargo, Él permanece en la trama de la historia humana, está junto a cada uno de nosotros y guía nuestro camino cristiano: es compañero de los perseguidos a causa de la fe; está en el corazón de quienes son marginados; está presente en aquellos a los que se les niega el derecho a la vida. Podemos escuchar, ver y tocar al Señor Jesús en la Iglesia, especialmente a través de la Palabra y de los sacramentos. En este sentido, exhorto a los muchachos y a los jóvenes que en este tiempo pascual reciben el sacramento de la Confirmación a que sean fieles a la Palabra de Dios y a la doctrina aprendida, así como a que se acerquen con asiduidad a la Confesión y a la Eucaristía, conscientes de haber sido escogidos y constituidos para testimoniar la Verdad. Renuevo, además, mi particular invitación a los hermanos en el sacerdocio para que «con su vida y obras, se distingan por un vigoroso testimonio evangélico» (Carta para la convocación del año sacerdotal) y sepan también utilizar con sabiduría los medios de comunicación para dar a conocer la vida de la Iglesia y ayudar a los hombres de hoy a descubrir el rostro de Cristo (Mensaje para la XLIV Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 2010).
Queridos hermanos y hermanas: el Señor, al abrirnos el camino al cielo, nos permite experimentar ya en esta tierra la vida divina. Un autor ruso del siglo XX, en su testamento espiritual, escribía: «Contemplad con más frecuencia las estrellas. Cuando carguéis con un peso en el espíritu, contemplar las estrellas o el azul del cielo. Cuando os sintáis tristes, cuando os ofendan,… pasad un momento… con el cielo. Entonces vuestra alma encontrará el descanso» (N. Valentini – L. Žák,Pavel A. Florenskij. Non dimenticatemi. Le lettere dal gulag del grande matematico, filosofo e sacerdote russo, Milano 2000, p. 418).
Doy gracias a la Virgen María, a quien he podido venerar en el Santuario de Fátima en estos días pasados, por su maternal protección durante la intensa peregrinación a Portugal. A ella, que vela por los testigos de su amado Hijo, dirigimos con confianza nuestra oración.
[Después del Regina Caeli, el Papa añadió hablando en italiano:]
Gracias por vuestra presencia y confianza. ¡Gracias! Hoy mi saludo se dirige a los fieles laicos procedentes de toda Italia y al cardenal Angelo Bagnasco, que les acompaña como presidente de la Conferencia Episcopal. ¡Os doy las gracias de corazón, queridos hermanos y hermanas, por vuestra cálida y numerosa presencia! Respondiendo a la invitación del Consejo Nacional Italiano de las Asociaciones Laicales, habéis adherido con entusiasmo a esta hermosa y espontánea manifestación de fe y de solidaridad, en la que participa también un importante grupo de parlamentarios y de administradores locales. A todos deseo expresar mi más sentido reconocimiento. Saludo también a los miles de inmigrantes, conectados con nosotros desde la Plaza de San Juan de Letrán, junto al cardenal vicario Agostino Vallini, con motivo de la «Fiesta de los Pueblos». Queridos amigos, hoy demostráis el gran afecto y la profunda cercanía de la Iglesia y del pueblo italiano al Papa y a vuestros sacerdotes, que diariamente os atienden, para que en el compromiso de renovación espiritual y moral puedan servir cada vez mejor a la Iglesia, el Pueblo de Dios, y a cuantos se dirigen a nosotros con confianza. El verdadero enemigo que hay que temer y combatir es el pecado, el mal espiritual, que a veces, por desgracia, también contagia a los miembros de la Iglesia. Vivimos en el mundo, dice el Señor, pero no somos del mundo (Cf. Juan 17, 14), aunque tenemos que estar precavidos ante sus seducciones. Por el contrario, debemos tener miedo del pecado y por este motivo estar profundamente arraigados en Dios, siendo solidarios en el bien, en el amor, en el servicio. Es lo que la Iglesia, sus ministros, unidos a sus fieles, han hecho y siguen haciendo con ferviente compromiso por el bien espiritual y material de las personas en todas las partes del mundo. Es lo que especialmente vosotros tratáis de hacer habitualmente en la parroquias, en las asociaciones y en los movimientos: servir a Dios y al hombre en el nombre de Cristo. Continuamos juntos con confianza en este camino, y que las pruebas, que el Señor permite, nos lleven a una mayor radicalidad y coherencia. Es hermoso ver hoy esta multitud en la Plaza de San Pedro, así como ha sido emocionante para mí ver en Fátima la inmensa multitud que, escuchando a María, ha rezado por la conversión de los corazones. Renuevo hoy este llamamiento, alentado por vuestra presencia tan numerosa. ¡Gracias!
[A continuación, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de la parroquia San Luis Gonzaga, de Barcelona. Se celebra este domingo en muchos lugares la fiesta de la Ascensión del Señor. Jesús resucitado vuelve al Padre, abriéndonos el camino a la vida eterna y haciendo posible el don del Espíritu Santo. Como los apóstoles después de la Ascensión, también nosotros nos recogemos en oración y, en unión espiritual con la Virgen María, invocamos la efusión del Espíritu. Que su intercesión obtenga para toda la Iglesia un renovado Pentecostés. Muchas gracias y feliz domingo.
[Traducción del original i
taliano realizada por Jesús Colina
© Libreria Editrice Vaticana]