Teresa Manganiello, “la sabia analfabeta”, será beatificada este sábado

Entrevista con su postulador, monseñor Luigi Porsi

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BENEVENTO, miércoles 19 de mayo de 2010 (ZENIT.org) Pese a su poca formación era conocida por su gran sabiduría espiritual. Y pese a su corta vida, su fama de santidad sigue cruzando fronteras y haciendo eco hoy, 133 años después de su muerte. Es considerada la “piedra angular” de la comunidad de las Hermanas Franciscanas Inmaculadinas.

Se trata de Teresa Manganiello, quien será beatificada este sábado en la basílica Madonna delle grazie (Santa María de las gracias n.d.t) en Benevento (Italia), en una ceremonia presidida por monseñor Angelo Amato, prefecto para la Congregación de la causa de los santos, en representación del Papa Benedicto XVI.

Teresa nació en un pequeño pueblo llamado Montefusco, en la provincia de Avellino al sur de Italia. Fue la penúltima de 11 hijos.

Nunca asistió a la escuela, y se dedicaba, como muchos niños campesinos de aquella época, a las labores de la casa y del campo. A los 18 años manifestó su deseo de consagrarse a Dios. El 15 de mayo de 1870 a los 21 años, vistió el hábito terciario franciscano y al año siguiente hizo la profesión de los votos tomando el nombre de hermana María Luisa. Recibió dirección espiritual del padre Ludovico Acernese, quien dejó numerosos escritos sobre las virtudes principales de Teresa.

En diálogo con ZENIT; el postulador para su causa de beatificación, monseñor Luigi Porsi dijo que uno de los rasgos más admirables de Teresa fue la “inocencia de la vida, la grande devoción al Señor crucificado con finalidad reparadora de los pecados del mundo en espíritu de penitencia”.

Generosidad desbordante

Con un corazón noble y abnegado y con una capacidad de ponerse en el lugar de los demás, Teresa vivía siempre preocupada por los más pobres, tanto material como espiritualmente: “No negaba nunca ayuda a quien pasara. Repartía panes, vestidos, tenía por iniciativa suya una especie de farmacia rudimentaria con hierbas cultivadas por ella para las pequeñas enfermedades que se difundían en aquel entonces”, dijo su postulador.

“A su puerta llamaban los pobres, los enfermos, los oprimidos de todo tipo y ella los acogía con una sonrisa y con una palabra cálida, dando remedios y amor, consejos, medicinas para la curación del cuerpo y del alma”, dijo la hermana Daniela del Gaudio, miembro de la comunidad de las Hermanas franciscanas inmaculadinas.

Su vida no estuvo exenta de pruebas y sufrimientos como la incomprensión por su estilo de vida tan austero y por el proyecto de la nueva fundación de una comunidad religiosa que no todos aprobaban. Además, Teresa hacía siempre grandes mortificaciones y penitencias físicas.

En la casa madre de esta comunidad se conservan los instrumentos con los que hacía estas penitencias. Ella decía constantemente que practicaba esto “porque me lo pide el Señor”.

Los momentos de oración eran su prioridad sobre cualquier cosa. No importa si llovía, nevaba o el sol de verano golpeaba fuerte, Teresa todos los días caminaba los tres kilómetros que separaban la iglesia más cercana con su casa.

Sabiduría en la ignorancia

Muchos la llamaban “la analfabeta sabia”. Monseñor Porsi escribió su biografía denominada Una contadina maestra di vita, (Una campesina maestra de vida n.d.t) y asegura que pese a su poca formación académica “Era muy sabia teológicamente y muy profunda”.
“No era ingenua, era inocente. No sabía leer ni escribir pero conservaba todo lo que aprendía”, dice su postulador. “Tenía un espíritu de meditación y contemplación y cuando encontraba a la gente se presentaba con sencillez y profundidad y sorprendía a las personas cultas”. Para monseñor Porsi se trata de una “sabiduría sobrenatural”.

Tenía sólo 27 años cuando fue contagiada de tuberculosis. Enfermedad que la llevó a la muerte en 1876 Según la hermana Daniela, Teresa supo transformar “su lecho de muerte en una cátedra de sabiduría, de vida y de amor”.

Cinco años después de su partida, el padre Acernese fundó las hermanas Franciscanas Inmaculadinas, inspirado en la compañía que brindaba a Teresa y sabiendo que ella soñaba con ver nacer y florecer esta comunidad. Por ello, las religiosas de esta orden la llaman “piedra angular” de esta comunidad.

Hoy, estas hermanas viven el carisma de profesar un amor singular y veneración filial a la Virgen Madre en su privilegio de la Inmaculada Concepción, cuyo dogma había sido proclamado 27 años antes de esta fundación.

Trabajan por la educación académica y doctrinal de la juventud, especialmente femenina. También se dedican a la catequesis, la colaboración pastoral y parroquial, las iniciativas, y las misiones. Actualmente, se encuentran presentes en Italia, Brasil, Filipinas, Australia, India e Indonesia.

Por Carmen Elena Villa

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ZENIT Staff

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