CÓRDOBA (Argentina), miércoles, 1 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Hay que hacer redescubrir la cotribución que la Iglesia melquita está llamada a ofrecer, particularmente con motivo del Sínodo de Oriente Medio, que se celebrará en el Vaticano en octubre. Este es el consejo que ha dejado el cardenal Leonardo Sandri, prefecto de la Congregación para las Iglesias Orientales, a los obispos melquitas católicos de la diáspora presentes en Argentina.
La invitación resonó en la celebración eucarística que se llevó a cabo el 31 de agosto en Córdoba, con la presencia del Patriarca de Antioquía de los greco-melquitas, Su Beatitud Gregorios III Laham; de monseñor Abdo Arbach, exarca apostólico de los melquitas de la Argentina; y del arzobispo de Córdoba, monseñor Carlos José Ñáñez.
La Iglesia greco-católica melquita, es una iglesia oriental católica de rito bizantino (en su variante griega), es decir, es una iglesia particular (sui iuris) de la Iglesia católica que goza de autonomía y está en plena comunión con el Papa.
La Iglesia melquita tiene su origen en Medio Oriente, pero hoy los católicos melquitas se han dispersado también por otros continentes, contando en la actualidad con 1.500.000 fieles. Sus fieles son originalmente de lengua árabe.La sede del patriarca se encuentra en Damasco.
«Ya llegaron aportes de relieve de parte de la Iglesia Melquita en la fase de preparación –dijo el purpurado– y han sido incluidos en el Instrumentum laboris. El tema, que es el verdadero objetivo del Sínodo, debe ser constantemente tenido en cuenta: «…La multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma». Es claro que este es el compromiso de cada comunidad cristiana, en cada lugar y en cada tiempo de la historia cristiana. Pero no debe darse por descontado. Debe más bien representar un estímulo al cual no podemos ser ajenos.
El cardenal insistió en que es indispensable la comunión para sostener la misión evangélica. «Un solo corazón y una sola alma» –agregó el purpurado argentino– deben tratar de ser siempre los sínodos episcopales a fin de que lo sean cada una de la comunidades en torno a su propio obispo y a sus parroquias y a sus sacerdotes. Es una responsabilidad muy delicada que les confío con espíritu de episcopal fraternidad y colegialidad. Nosotros los obispos ante nuestros fieles, por la adhesión que día a día se nos pide de renovar a Cristo Pastor, no podemos sustraernos a este mandato: el mandato de la comunión interna a la Iglesia, para que ella se expanda siempre más decididamente».
El cardenal señaló que la unidad parte siempre de Cristo, pero «exige nuestra personal conversión a la unidad. La conversión a la comunión es una cotidiana cruz que hay que llevar para que la Iglesia sea fermento de unidad para todo el género humano.
Tras recordar que falta poco más de un mes para la apertura del Sínodo, el cardenal prefecto subrayó que los melquitas católicos «están muy radicados en el mundo oriental pero también «tradicionalmente» unidos a la Sede de Pedro, a la cual reconocen la responsabilidad que le es propia: la de la comunión».
El purpurado invitó después a los obispos melquitas católicos a mantener viva la fisonomía de la Iglesia en la diáspora, a fin de que no se olviden de sus raíces espirituales. «Pienso en el esfuerzo espiritual que se pidió –dijo– para mantener a la segunda y tercera generación melquita en América en la auténtica identidad oriental, especialmente en el ámbito de la liturgia, sin por eso dejar de adoptar, al mismo tiempo, la necesaria apertura al nuevo contexto eclesial y social. Es por eso urgente la renovación de las pastorales familiar, juvenil y vocacional, aun en el seno de vuestra Iglesia». Se trata de sectores -precisó el cardenal Sandri- «que hay que afrontar conjuntamente, también con una catequesis incisiva, completa, atenta a la situación real de los fieles.
Este compromiso para una catequesis más eficaz es urgente sobre todo «para hacer frente al problema grave de las sectas y de algunas formas de religiosidad», pero va unido a la formación adecuada de los sacerdotes, «como educadores del pueblo de Dios, para que tengan adecuado conocimiento doctrinal y estén sostenidos por una sólida espiritualidad y por una buena madurez humana. El discernimiento vocacional, la formación de los candidatos a las órdenes sagradas, y la formación permanente de los presbíteros, constituyen en todo lugar una prioridad indeclinable.
El purpurado puso de relieve la fraternidad con la que el pueblo y la Iglesia en la Argentina recibieron a los melquitas católicos presentes en el país. La solidaridad demostrada por los fieles es indispensable para construir un futuro de esperanza para quienes abandonaron la madre patria en busca de seguridad y dignidad material y espiritual. "Los desafíos de nuestro tiempo -afirmó el cardenal- necesitan de la solidaridad de todos los componentes de la comunidad católica y la de los otros cristianos, como también la de las otras religiones, para incidir en el tejido social, que conoce cambios tan evidentes en la misma patria argentina».
«No quiero ahondar en este ámbito particularmente delicado –reconoció–. Pero no puedo dejar de pedir a la Iglesia melquita y a los orientales católicos, tan convencidos del bien supremo constituido por la familia -primera célula de la sociedad y de la Iglesia- de seguir dando un eficaz aporte para que ella sea respetada y para que la unión del hombre y de la mujer, con el vínculo sagrado del matrimonio sacramental, sea defendida, especialmente cuando se la hiere gravemente».
El cardenal Sandri concluyó recordando a la Iglesia melquita católica la vocación de mantenerse como puente de comunión entre Oriente y Occidente. La oración por el Medio Oriente y por el sínodo había sido también pedida en Altagracia, en la parroquia de Nuestra Señora de los Dolores, donde se celebró la tradicional fiesta de Santa Rosa de Lima.