“La biodiversidad está siendo aniquilada irreversiblemente”

Simposio latinoamericano y caribeño: “Espiritualidad cristiana de la ecología”

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BUENOS AIRES, miércoles 1 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- Participantes de 16 países de América, Alemania e Indonesia, asistieron del 21 al 24 de agosto, en Buenos Aires, al Simposio “Espiritualidad cristiana de la ecología”, convocados por el Departamento de Justicia y Solidaridad del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). En su declaración final, los participantes advierten que “la biodiversidad está siendo aniquilada irreversiblemente”.

Los asistentes señalan en su declaración final –enviada a ZENIT por el Departamento de Justicia y Solidaridad del CELAM- que les interpela “el proceso creciente de concentración de la propiedad de la tierra en pocas manos, amenazando los territorios de los pueblos”.

Parte de esta amenaza, añaden, “se debe al avance del uso por industrias extractivas y de producción de agrocombustibles, entre otras, porque prevalece una lógica económica del mero interés o beneficio, en desmedro del vivir bien de los pueblos”. En este sentido, expresan su preocupación por “la ocurrencia frecuente de actos corruptos en el proceso de concesión de territorios y sin la consulta debida a los pueblos que los habitan”.

Según los participantes, “la enorme biodiversidad de América Latina y El Caribe ofrece servicios ambientales para todo el planeta, hecho que trasciende la significación mercantilista actual y que brinda verdaderos beneficios”. “Esta biodiversidad –subrayan- está siendo aniquilada irreversiblemente: solamente en Amazonía, poco más del 17% de la selva ha desaparecido y la tasa de extinción de especies llega a ser mil veces superior a la histórica”.

“Asistimos –subrayan- a una creciente destrucción ambiental por deforestación, contaminación debido a residuos industriales y urbanos, minería a cielo abierto, monocultivo extensivo, el avance de la desertificación, extracción de hidrocarburos, entre otros, que afectan asimismo recursos vitales para los pueblos, como son el agua dulce y provisión natural de alimentos, especialmente entre los más pobres”.

Los participantes en el Seminario señalan que “los estilos de vida predominantes en una parcela de la humanidad, de consumo desmedido, conllevan a un desequilibrio entre la creciente demanda de recursos naturales, renovables y no renovables, y la disponibilidad de la tierra —junto al riesgo de aniquilación de la biodiversidad— así como también, el agotamiento de energías de bajo costo que amenazan el desarrollo de las sociedades en el medio plazo”.

Y afirman que “diversas catástrofes ambientales sobre el planeta, tanto naturales como antropogénicas, en las últimas décadas dan prueba de ello” y “provocan numerosos desplazados y refugiados ambientales, lo que genera aún más pobreza”.

Unido a ello, afirman, “la actividad económica predominante en las culturas tecnológicamente desarrolladas, bajo la lógica de la eficiencia, maximización de la ganancia en pocas manos y socialización de la pérdida, se caracteriza por el olvido de la dimensión sagrada y espiritual de la naturaleza –como parte de la creación amorosa de Dios fuente de Vida- y de la gratuidad de los bienes y servicios ofrecidos por ella” (Cf. CIV 37).

“Se evidencia la falta de responsabilidad en el manejo de las fuentes de energía y recursos naturales que se van agotando bajo patrones de producción y consumo insustentables que no asumen los costos ambientales presentes que terminan siendo pagados por los pobres y ponen en peligro la supervivencia de generaciones presentes y futuras”, añadem.

Frente a esta realidad, los participantes reafirman su fe “en un Dios Creador amoroso de todo lo existente, que es el único Señor de la tierra. Él ha encomendado esta creación a los seres humanos, semblantes de las cualidades de su Creador, para su guarda y su cultivo. En esto se sustenta el principio del destino universal de los bienes”.

“De ello se deriva la lógica del don y la gratuidad que ha de regir las relaciones y actividades humanas, entre ellas, la económica, bajo la forma de un uso responsable de los ambientes con el fin de promover y garantizar el bien común para todos los seres humanos así como la Belleza, la Bondad y la Verdad presentes por doquier en el don de la Creación (CIV50, 51)”.

Por ello se sienten impelidos “a la preservación de las cualidades que garantizan la prolongación vital y la riqueza de la biodiversidad en la tierra”. Para ello todas sus tareas eclesiales, catequesis, predicación, celebraciones y demás actividades pastorales, técnicas, académicas y profesionales, “deben orientarse a privilegiar la conversión ecológica como dimensión integral de la fe”.

Asimismo “se deben favorecer experiencias de la fraternidad cósmica en contacto con Dios Creador, en la dinámica que animó a San Francisco de Asís, patrono de la ecología. La espiritualidad popular, la oración personal y comunitaria, las celebraciones litúrgicas inculturadas, y la profunda vivencia de los sacramentos en clave ecológica, son lugares privilegiados para experimentar la acción del Espíritu de Dios y la iniciativa gratuita de su Amor (Cf. DA 263)”.

En este sentido, constatan “la necesidad de conocer mejor y acoger la sabiduría milenaria de los pueblos indígenas de nuestro continente; sobre todo de su experiencia de fe que nos permite aprender de su relación de armonía y comunión con Dios, los seres humanos, la naturaleza y los demás seres de la creación. Esto supone cultivar la actitud contemplativa frente a los bienes de la creación como don de Dios”.

Como Iglesia profética, consideran que “es urgente priorizar una economía de las necesidades humanas que sea justa, solidaria y recíproca (Cf. CIV 35), y de políticas de desarrollo humano integral que respeten el derecho de los pueblos y preserven las cualidades vitales de los ambientes naturales”.

Para ello “es necesario denunciar el impacto negativo de los megaproyectos económicos y de infraestructura, así como promover y exigir el monitoreo empresarial, estatal y civil, esclareciendo las situaciones ilegales e inmorales. Nos urge encontrar mecanismos de incidencia en los poderes públicos nacionales e internacionales en defensa de los derechos humanos”.

Tanto en las comunidades locales, dentro del marco de la misión continental de la Iglesia en América Latina y El Caribe, y especialmente en la familia, iglesia doméstica, afirman, “es tarea promover una cultura de la austeridad/sobriedad, sencillez y alegría como alternativa saludable, ecológica, tanto individual como colectiva, a través de la producción orgánica, eco-amigable, y el consumo responsable, el reciclado, el uso adecuadamente aprovechado de bienes, y la educación por el respeto de la naturaleza que posibilite condiciones presentes de justicia social y la vida de las generaciones futuras (Cf. CIV 51)”.

Por Nieves San Martín

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ZENIT Staff

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