CIUDAD DEL VATICANO, viernes 3 de septiembre de 2010 (ZENIT.org).- A pesar de que los separa casi un siglo de diferencia tienen algo en común: Pío IX y Juan XIII sacaron adelante un concilio ecuménico (Vaticano I y Vaticano II respectivamente), afrontaron momentos difíciles en el orden mundial (movimiento de unificación italiana y la posguerra tras el segundo conflicto mundial) y fueron beatificados por Juan Pablo II un día como hoy hace diez años.
Pío IX, un pontificado largo y fecundo
Es el pontificado más largo del que la historia tenga registrado. Giovanni Maria Mastai Ferretti (nacido en Senigallia, provincia de Ancona el 13 de mayo de 1792) estuvo en la sede de Pedro durante casi 32 años: entre 1846 y 1878.
Con la constitución apostólica Inefabilis Deus proclamó en 1854 el dogma de la Inmaculada Concepción, luego de realizar una consulta con todos los obispos del mundo en la que la gran mayoría (546 de 603 en total), se declararon a favor.
«Más allá del significado doctrinal de aquella definición, este dogma tiene especialmente un valor espiritual», ha explicado a L’ Osservatore Romano en su edición de este viernes, monseñor Walter Brandmüller, quien fue hasta el año pasado presidente del Pontificio Comité de Ciencias.
El prelado alemán aseguró que este hecho «Demuestra especialmente la gran sensibilidad de Pío IX hacia la realidad sobrenatural de la fe con particular atención a la cuestión del pecado y de la gracia». Un discurso que, según él, hoy cobra gran actualidad hoy: «no por casualidad, este es uno de los temas que está particularmente en el corazón de Benedicto XVI», dijo monseñor Brandmüller.
Pío IX fue el papa que convocó al Concilio Vaticano I (1869 – 1870), donde se definió por medio de la constitución dogmática Pastor aeternus, la infalibilidad del Papa para sus pronunciamientos ex cátedra, así como el fortalecimiento del primado romano.
En este concilio se discutió además la relación entre la fe y la razón, tema que quedó consignado en la constitución Dei filius: «En ella se afronta directamente la cuestión de las ideologías y de los movimientos que inquietaban el panorama intelectual y que exigían una respuesta también en el plano teológico», aseguró monseñor Brandmüller.
La vida consagrada fue también uno de los pilares de Pío IX: aprobó canónicamente 160 órdenes religiosas, muchas de ellas femeninas y misioneras. Varias habían nacido en Francia, pese a la persecución religiosa de finales del siglo XVIII. «Esto confirma que buena parte los frutos del pontificado de Pío IX han sido recogidos después de su muerte. Y hoy también se siguen recogiendo», dijo monseñor Brandmüller.
«Su larguísimo pontificado no fue fácil, y tuvo que sufrir mucho para cumplir su misión al servicio del Evangelio», recordó Juan Pablo II hace diez años durante la homilía de su beatificación. «Fue muy amado, pero también odiado y calumniado», aseguró.
Juan XXIII: más que un papa de transición
Angelo Giuseppe Roncalli (1881 – 1963) tenía una profunda devoción hacia su predecesor Pío IX: «Pienso siempre en Pío IX, de santa y gloriosa memoria, e, imitándolo en sus sacrificios, quisiera ser digno de celebrar su canonización», expresó en uno de sus escritos, recopilados en el libro Diario de un alma.
Hoy, miles de fieles visitan su cuerpo incorrupto, que yace en una urna ubicada en la Basílica de San Pedro.
Por su edad avanzada en el momento de su elección como sucesor de Pío XII (casi 77 años), se pensaba inicialmente que su pontificado sería sólo de transición. Sin embargo Juan XXIII convocó al acontecimiento eclesial más importante del siglo XX: el Concilio Vaticano II.
«Gracias también al Papa Juan, en cuyo pecho exultaban las aspiraciones y las iluminaciones de sus antecesores inmediatos, de obispos y de teólogos, de hombres y mujeres iluminados por la palabra revelada, hoy, nosotros sabemos mejor que ayer, quiénes somos y hacia dónde nos dirigimos», dijo a L’ Osservatore Romano monseñor Loris Francesco Capovilla, obispo emérito de Loreto (Italia), quien durante varios años fue secretario del papa Roncalli y quien se ha encargado de recopilar sus escritos para posteriores publicaciones.
El anciano obispo de 95 años recordó el momento del anuncio del Concilio: «El Papa se levantó en la madrugada, dirigiendo su oración matutina con el Angelus que recitó sobre el solemne abrazo de la columnata berniniana».
(…) «En el coche, cuando se dirigía hacia San Pablo extramuros, pronunció pocas palabras» continuó el prelado. «Presidió la misa celebrada por el abad y luego pronunció la homilía. El rito se prolongó más de lo previsto y el Papa cruzó el umbral del aula capitular del monasterio benedictino, poco después del mediodía: la hora en la que terminaba el embargo del anuncio».
«De este modo, la divulgación de la noticia del Concilio por parte de los medios de comunicación tuvo lugar antes de que el Pontífice la hubiera comunicado a los cardenales», recordó el obispo emérito de Loreto. Juan Pablo II definió a Juan XXIII el día de su beatificación como «el Papa que conmovió al mundo por la afabilidad de su trato, que reflejaba la singular bondad de su corazón».
«Los designios divinos han querido que esta beatificación uniera a dos Papas que vivieron en épocas históricas muy diferentes», señaló Juan Pablo II hace 10 años, «pero que están unidos, más allá de las apariencias, por muchas semejanzas en el plano humano y espiritual».
Por Carmen Elena Villa