CIUDAD DEL VATICANO, domingo 10 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación las palabras del Papa Benedicto XVI al introducir la oración mariana del Ángelus, tra presidir la Misa de inauguración de la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para Oriente Medio.
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Queridos hermanos y hermanas
Vengo ahora mismo de la Basílica de San Pedro, donde he presidido la Misa de apertura de la Asamblea Epecial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos. Esta extraordinaria reunión sinodal, que durará dos semanas, ve reunidos en el Vaticano a los Pastores de la Iglesia que vive en la región medioriental, una realidad de lo más variada: en esas tierras, de hecho, la única Iglesia de Cristo se expresa en toda la riqueza de sus antiguas Tradiciones. El tema sobre el que reflexionaremos es el siguiente: “La Iglesia católica en Oriente Medio: comunión y testimonio”. De hecho, en esos países, por desgracia marcados por profundas divisiones y heridos por largos conflictos, la Iglesia está llamada a ser signo e instrumento de unidad y reconciliación, sobre el modelo de la primera comunidad de Jerusalén, en la que “la multitud de los creyentes tenía un solo corazón y una sola alma» (Hch 4,32) como dice san Lucas. Esta tarea es ardua, desde el momento en que los cristianos de Oriente Medio se encuentran a menudo soportando condiciones de vida difíciles, tanto a nivel personal como familiar y de comunidad. Pero ello no debe desanimarnos: es precisamente en ese contexto en el que resuena aún más necesario y urgente el perenne mensjae de Cristo: «Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). En mi reciente visita a Chipre entregué el Instrumento de Trabajo de esta Asamblea sinodal; ahora que ésta ha comenzado, invito a todos a orar invocando de Dios una abundante efusión de los dones del Espíritu Santo.
El mes de octubre es llamado el mes del Rosario. Se trata, por así decirlo, de una “entonación espiritual” dada por la memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María del Rosario, que se celebra el día 7. Somos por tanto invitados a dejarnos guiar por María en esta oración antigua y siempre nueva, que a Ella le es especialmente querida porque nos conduce directamente a Jesús, contemplado en sus misterios de salvación: gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos. Trasd las huellas del Venerable Juan Pablo II (cfr Ct. ap. Rosarium Virginis Mariae), quisiera recordar que el Rosario es oración bíblica, toda entretejida de Sagrada Escritura. Es oración del corazón, en la que la repetición del «Ave María» orienta el pensamiento y el afecto hacia Cristo, y por tanto se hace súplica confiada a la Madre suya y nuestra. Es oración que ayuda a meditar la Palabra de Dios y a asimilar la Comunión eucarística, según el modelo de María que custodiaba en su corazón todo lo que Jesús hacía y decía, y su misma presencia.
Queridos amigos, sabemos cuánto veneran a la Virgen María nuestros hermanos y hermanas de Oriente Medio. Todos la miran a ella como Madre solícita, cercana a todo sufrimiento, y como Estrella de esperanza. A su intercesión confiamos la Asamblea sinodal que hoy se abre, para que los cristianos de esa región se refuercen en la comunión y den a todos testimonios del Evangelio del amor y de la paz.
[Después del Ángelus, dijo en español]
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana, en particular al grupo de la Comunidad y Colegio de Madres Agustinas, de Huelva, en su quinto centenario, así como a los rapresentantes del Colegio Gabriel Taborín, de Córdoba en Argentina. Invito a todos a identificarse cada vez más con Jesucristo, a vivir de su amor, a serle fieles en todo momento, a agradecerle tantos dones como recibimos de su divina bondad y a descubrir su presencia salvadora en medio de las pruebas de la vida. Que en este mes de octubre, la invocación constante del dulce Nombre de la Virgen María, mediante el rezo del santo Rosario, sea para todos fuente de consuelo y esperanza. Feliz Domingo.
[Traducción del original italiano por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]