CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 13 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención íntegra del rabino David Rosen, consejero del Gran Rabinado de Israel, director del Departamento para los Asuntos Interreligiosos del Comité Judío Estadounidense.
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Hoy la relación entre la Iglesia católica y el pueblo judío vive una bendita transformación de nuestros tiempos, que posiblemente no tiene comparación histórica.
En sus palabras en la gran sinagoga de Roma el pasado mes de enero, el Papa Benedicto XVI, se refirió a las enseñanzas del Concilio Ecuménico Vaticano II como «un punto firme al que referirse constantemente en la actitud y las relaciones con el pueblo judío, marcando una etapa nueva y significativa».
Naturalmente, esta transformación significativa del modo en que el pueblo judío es visto y presentado aún tiene que enfrentarse con la influencia no sólo de siglos, sino de milenios, de la «práctica del desprecio» hacia los judíos y el judaísmo que, obviamente, no se elimina de la noche a la mañana, ni siquiera en cuarenta años. Inevitablemente, el impacto de esta transformación en las relaciones católico-judías varía, de manera considerable, de un contexto a otro, dependiendo de factores sociológicos, educativos e incluso políticos. Posiblemente la interiorización más significativa ha tenido lugar en los Estados Unidos de América, donde judíos y cristianos viven en una sociedad abierta, uno al lado del otro, como vibrantes minorías seguras de sí mismas y comprometidas cívicamente. Como resultado, las relaciones han avanzado hasta llegar a un único punto de cooperación e intercambio entre las comunidades y sus instituciones educativas. Hoy los Estados Unidos se vanaglorian, literalmente, de contar con docenas de instituciones académicas de estudios y relaciones católico-judías, mientras en el resto del mundo si hay tres ya es mucho.
De hecho, hay una percepción difundida entre las comunidades judías en los Estados Unidos de la Iglesia católica como una verdadera amiga, con profundos valores e intereses en común. Es mi privilegio liderar la delegación internacional e interreligiosa del Comité Judío Estadounidense, que ha sido y sigue siendo la organización judía que ha liderado esta notable e histórica transformación.
Sin embargo, hay muchos países donde dichos factores sociales y demográficos no están presentes. En la mayoría de países donde el catolicismo es la fuerza social predominante, las comunidades judías son pequeñas, si es que están presentes, y las relaciones entre la Iglesia y el judaísmo a menudo pasan desapercibidas. Confieso que me ha sorprendido encontrarme con clero católico, y a veces incluso la jerarquía de algunos países, ignorante no sólo sobre el judaísmo contemporáneo sino también sobre Nostra Aetate, los documentos del Vaticano que surgieron de aquí y, por lo tanto, las relevantes enseñanzas del Magisterio sobre los judíos y el judaísmo.
Como he mencionado, la experiencia judía en Estados Unidos ha hecho mucho para paliar las impresiones negativas del trágico pasado; pero todavía hay una ignorancia generalizada sobre los cristianos en el mundo Judío, especialmente donde hay poco o ningún contacto con los cristianos modernos.
En el único estado del mundo donde los judíos son mayoría, el Estado de Israel, este problema se acentúa a causa del contexto político y sociológico. En Oriente Medio, como en otros lugares del mundo, las comunidades tienden a vivir en sus propios entornos lingüísticos, culturales y confesionales, e Israel no es la excepción. Más aún, los árabes cristianos en Israel son una minoría dentro de una minoría – aproximadamente 120.000 dentro de una población árabe de casi un millón y medio que son, prevalentemente, musulmanes y que constituyen casi el veinte por ciento de la población israelí en su totalidad (siete millones y medio aproximadamente).
Es cierto que los cristianos árabe-israelíes son una minoría religiosa exitosa en muchos aspectos. Sus estándares económicos y educativos son más altos que los de la media, sus escuelas reciben las calificaciones más altas en los exámenes de fin de año – muchos estudiantes se han destacado en la política y han podido gozar de los beneficios de un sistema democrático del que son parte integrante. Sin embargo, la vida cotidiana de la vasta mayoría de árabes y judíos tiene lugar en sus respectivos contextos. Como resultado, la mayoría de judíos israelíes no se encuentran con los cristianos contemporáneos. Por consiguiente, hasta hace poco la sociedad israelí, en su gran mayoría, no era consciente de los profundos cambios en las relaciones católico-judías. Sin embargo, esta situación empezó a cambiar de manera significativa en la última década y por razones diferentes, de las cuales dos son dignas de ser mencionadas.
La primera de ellas es el impacto que tuvo la visita del anterior Papa, Juan Pablo II, en el año 2000, tras el inicio de las plenas relaciones bilaterales entre Israel y la Santa Sede seis años antes.
Mientras esto último había ya tenido algún efecto en las percepciones en Israel, fue el poder de las imágenes, el significado del cual el Papa Juan Pablo II entendió tan bien, el que reveló claramente a la mayoría de la sociedad israelí la transformación que había tenido lugar en las actitudes y enseñanzas cristianas hacia el pueblo judío, con el que el Papa en persona mantuvo y buscó amistad mutua y respeto. Para los israelíes ver al Papa en el Muro de las Lamentaciones, resto del Segundo Templo, de pie en signo de respeto hacia la tradición judía, introduciendo en él el texto que había escrito para la liturgia del perdón que se había celebrado dos semanas antes aquí, en San Pedro, pidiendo el perdón divino por los pecados cometidos contra los judíos a lo largo de los tiempos, fue sorprendente y conmovedor al mismo tiempo. Los judíos de Israel aún tienen un largo camino por recorrer para sobreponerse al pasado negativo, pero no hay duda que desde dicha visita histórica las actitudes han cambiado. Además, ella condujo a una nueva y extraordinaria posibilidad de diálogo, entendimiento y colaboración, bajo la forma de comisión bilateral del Gran Rabinato de Israel y la Comisión de la Santa Sede para las Relaciones Religiosas con el Judaísmo, creada por iniciativa de Juan Pablo II y elogiada repetidamente por el Papa Benedicto XVI durante su peregrinaje a Tierra Santa al año pasado, y en sus palabras en la Gran Sinagoga de aquí de Roma a principios de este año.
Otro factor mayor es la influencia de otros cristianos que han duplicado la composición demográfica de la Cristiandad en Israel.
Me refiero, antes que nada, a los casi cincuenta mil cristianos practicantes que han emigrado a Israel en las dos últimas décadas, provenientes de la Unión Soviética. Al estar íntimamente en contacto con la sociedad judía a través de lazos familiares y culturales, ellos posiblemente representen la primera minoría cristiana que se considera a sí misma como parte integrante de la mayoría judía, desde la primera comunidad cristiana.
Estos cristianos, así como las comunidades árabe-cristianas, son ciudadanos israelíes que gozan del pleno derecho al sufragio e de igualdad ante la ley. Sin embargo, hay una tercera población cristiana significativa en Israel, cuyas condiciones legales a veces son problemáticas.
Se trata de miles de cristianos practicantes, casi un cuarto de millón de trabajadores emigrantes – de Filipinas, Este de Europa, América Latina y África subsahariana. Muchos de ellos están ilegal y temporalmente en el país y su situación es precaria, legalmente hablando.
Sin embargo, la importante presencia cristiana en esta pobla
ción, mantiene una vida religiosa llena de vitalidad y constituye una tercera dimensión significativa respecto a la realidad cristiana en Israel hoy. Estos factores han contribuido, entre otros, a que en Israel haya una mayor familiaridad con la cristiandad contemporánea. Además, mientras se calculan casi doscientas organizaciones israelíes que promueven el entendimiento y cooperación árabe-judía a nivel general, hay también, literalmente, docenas de organismos promoviendo encuentros, el diálogo y estudios interreligiosos, y la presencia cristiana en éstos es realmente significativa. Esto es obviamente debido a la presencia de instituciones cristianas y su clero, expertos, representantes internacionales de las Iglesias, etc., que contribuyen de manera desproporcionada respecto a su numero, especialmente en el campo de la erudición. Más aún, el hecho de que en el Estado de Israel cristianos, como musulmanes, sean minorías que necesitan ser aceptadas y entendidas por la mayoría judía, sirve también como empuje para lograr un compromiso interreligioso (contrariamente a lo que pasa en otros lugares, donde se da el caso opuesto).
Los cristianos en Israel están obviamente en una situación muy diferente a la de sus comunidades hermanas en Tierra Santa, que son parte integrante de la sociedad palestina, luchando por su independencia y que se encuentran diaria e inevitablemente en medio del conflicto árabe israelí. De hecho, la ubicación de algunas de estas comunidades en la frontera entre las jurisdicciones israelí y palestina hace que ellos deban soportar lo peor de las medidas de seguridad, con las que el Estado judío se ve obligado a proteger a sus propios ciudadanos contra la violencia continua dentro de los territorios palestinos. Es justo y adecuado que los cristianos palestinos puedan expresar sus dolores y esperanzas con respecto a la situación. Sin embargo, es lamentable que dichas expresiones no siempre estén en consonancia con la letra y el espíritu del Magisterio concerniente a las relaciones con los judíos y con el judaísmo. Esto podría reflejarse en un contexto geográfico más amplio, donde el impacto del conflicto árabe-israelí representa con frecuencia un malestar para muchos cristianos, con el redescubrimiento por parte de la Iglesia de sus raíces judías y, a veces, una preferencia por el prejuicio histórico.
Sin embargo, la grave situación de los palestinos en general y de los palestinos cristianos en especial debería ser de gran preocupación para los judíos, tanto de Israel como de la Diáspora.
En primer lugar, porque el judaísmo en especial hizo reconocer al mundo entero que cada persona es creada a Imagen Divina; según esto, como enseñan los sabios del Talmud, cualquier acción irrespetuosa hacia una persona es una acción irrespetuosa hacia el Creador. En particular, tenemos una especial responsabilidad hacia los vecinos que sufren. Esta responsabilidad es aún mayor cuando el sufrimiento nace de un conflicto del cual nosotros formamos parte y, ésta es la paradoja, precisamente dónde nosotros tenemos el deber moral y religioso de protegernos y defendernos.
Para mí personalmente, como israelí de Jerusalén, la angustiosa situación de Tierra Santa y el sufrimiento de tantas personas en los diferentes lados de la división política, es una fuente de mucho dolor. Me doy perfecta cuenta que se utiliza y se abusa de esta situación para elevar la tensión, llevándola muy por encima del contexto geográfico del conflicto mismo.
Sin embargo, doy gracias a Dios por la gran cantidad de organizaciones en nuestra sociedad que trabajan para aliviar todo el sufrimiento posible en este contexto tan difícil.
Estoy orgulloso de ser el fundador de una de estas organizaciones, Rabinos por los Derechos Humanos, cuyo director y demás miembros, precisamente como leales ciudadanos de Israel, continúan su lucha para preservar el avance de la dignidad humana de todos, en especial de los más vulnerables. Soy plenamente consciente de las matanzas de nuestro pasado reciente en las calles de nuestras ciudades, y de las actuales amenazas de aquellos que están abiertamente comprometidos con la destrucción y exterminación de Israel. No obstante, debemos luchar con el fin de hacer todo lo que podamos para aliviar la miseria de la situación, en particular la relacionada con las comunidades cristianas en Jerusalén y alrededores.
De hecho, en los últimos meses ha habido una notable mejoría, por ejemplo, en las condiciones que afectan el libre movimiento del clero; también hay indicaciones que apuntan a una mayor comprensión hacia las necesidades de la comunidades cristianas locales por parte de las autoridades, a pesar de los desafíos que impone la seguridad. Continuamos abogando por ello, pues creemos que en última instancia esto nos interesa a todos.
Desde luego, la responsabilidad de los judíos de asegurar que las comunidades cristianas crezcan en nuestro medio, respetando el hecho de que Tierra Santa es cuna del nacimiento de la cristiandad y de los Santos Lugares, está fortalecida cada vez más gracias a nuestro redescubrimiento fraterno. Sin embargo, más allá de nuestra relación particular, los cristianos como minoría en ambos contextos, judío e islámico, tienen un papel fundamental para el conjunto de nuestras sociedades. La situación de las minorías es siempre un profundo reflejo de la condición social y moral de una sociedad en su totalidad. El bienestar de las comunidades cristianas de Oriente Medio es nada menos que una especie de barómetro de la condición moral de nuestros países. El grado de derechos civiles y religiosos y de libertad del que gozan los cristianos es testigo de la salud o enfermedad de las respectivas sociedades en Oriente Medio.
Es más, como acabo de indicar, los cristianos juegan un papel desmesurado en la promoción de la comprensión y colaboración interreligiosa en el país. Desde luego, me atrevería a sugerir que ésta es precisamente la labor cristiana, contribuir a la superación del prejuicio y los malentendidos que aquejan a Tierra Santa y que, desde luego, están reforzados en la región en general. Aunque no es justo esperar que estas pequeñas comunidades cristianas locales sean capaces de cargar solas con esta responsabilidad, quizás tengamos la esperanza que, apoyadas en esto por la Iglesia universal y su autoridad central, ellas sean constructoras de paz bendecidas en la ciudad cuyo nombre significa paz y que es de gran significado para nuestras comunidades. Se han podido observar algunos signos en el papel de los líderes católicos locales con el establecimiento, en años recientes, del Consejo de Instituciones Religiosas de Tierra Santa, que reúne al Jefe del Rabinato de Israel, las Cortes de la Shaaria, el Ministerio de Asuntos Religiosos de la Autoridad Palestina y los líderes oficiales cristianos en Tierra Santa. Este Consejo no sólo facilita la comunicación entre las distintas autoridades religiosas, sino que está también comprometido en la lucha contra los desacuerdos, la intolerancia y la instigación, al tiempo que intenta ser una fuerza para la reconciliación y la paz en modo tal que dos naciones y tres religiones puedan vivir en esta tierra en plena dignidad, libertad y tranquilidad.
El Instrumentum laboris de esta Asamblea Especial para Oriente Medio cita al Papa Benedicto XVI en sus declaraciones publicadas en L’Osservatore Romano en su viaje a Tierra Santa como sigue: «Por eso es importante, por una parte, mantener un diálogo bilateral – con los judíos y con el islam – y luego también un diálogo trilateral»(secc. 96). Este año, por primera vez, el Consejo Pontificio para las Relaciones Interreligiosas y la Comisión Pontificia para las Relaciones Religiosas con los Judíos fueron los anfitriones, junto al Comité Judío Internacional para las Consultas Interreligiosas (CJICI) y la Fundación para las Tres Culturas de Sevilla (Españ
a), del primer diálogo trilateral. Esto fue una alegría especial para mí, pues esta propuesta se hizo durante mi presidencia del CJICI y deseo fervorosamente que éste sea sólo el inicio de un diálogo trilateral más extenso que venza la sospecha, el prejuicio y los desacuerdos, en modo tal que seamos capaces de poner de relieve las experiencias comunes en la familia de Abraham, por el bien de toda la humanidad.
Creo que la antes mencionada comisión bilateral, con el Jefe del Rabinato de Israel y el Consejo de las Instituciones Religiosas de Tierra Santa, puede incluso ofrecer una mayor oportunidad y desafío en lo que concierne a esto.
El Instrumentum laboris proporciona también nuevas oportunidades para comprender mejor la naturaleza de las relaciones de los cristianos con los musulmanes y con los judíos. Cito las palabras del Papa Benedicto XVI en Colonia en Agosto de 2005, cuando describe la relación con el Islam como «una necesidad vital, de la cual depende en gran parte nuestro futuro» (secc. 95). Obviamente esto en Oriente Medio es un tópico. Sea que uno entienda el concepto de «dar El Islam» sólo en un contexto geográfico/cultural o en uno teológico, la cuestión crítica del futuro de nuestras respectivas comunidades es si nuestros hermanos musulmanes pueden ver o no la presencia cristiana o judía como una parte plenamente legítima e integral de la región en su totalidad. Verdaderamente, la necesidad de plantear esta cuestión es nada menos que «una necesidad vital, de la cual depende en gran parte nuestro futuro».Y esto nos lleva a la cuestión fundamental que está a la «raíz» del conflicto árabe-israelí. Los que claman que la «ocupación» es la «causa fundamental» del conflicto son, en el mejor de los casos, poco sinceros.
Este conflicto tiene lugar desde hace décadas, desde mucho antes de la Guerra de los Seis Días de 1967 como resultado de la cual la Ribera Occidental y Gaza pasaron bajo control israelí. De hecho, la «ocupación»es una consecuencia del conflicto; la verdadera «causa primordial» del mismo es, precisamente, saber si el mundo árabe puede tolerar una soberanía no-árabe en su medio.
Sin embargo, el Intrumentum laboris comentando el Dei Verbum, describe el diálogo de la Iglesia «con sus hermanos mayores» no sólo necesario, sino «esencial» (sec. 87). De hecho, en su visita este año a la gran sinagoga de esta ciudad, el Papa Benedicto XVI citó el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 839): «Escrutando su misterio, la Iglesia, pueblo de Dios de la Nueva Alianza, descubre su propio vínculo profundo con los judíos, elegidos por el Señor los primeros entre todos para acoger su palabra», y añade: «A diferencia de las otras religiones no cristianas, la fe judía ya es una respuesta a la revelación de Dios en la Antigua Alianza».
Estas palabras son eco de las palabras del Papa Juan Pablo II quien, en su histórica visita a la misma sede judía de adoración de esta ciudad, en 1986, declaró: «la religión judía no es extrínseca a nosotros, en cierto sentido es intrínseca a nuestra propia religión. Por lo tanto, con el judaísmo tenemos una relación que no tenemos con ninguna otra religión». Además, en su exhortación apostólica del 28 de junio de 2003, él describió «el diálogo y la colaboración con los creyentes de religión judía» como de «importancia fundamental para la conciencia cristiana en sí misma», manteniendo la llamada del Sínodo para «reconocer las raíces comunes existentes entre el cristianismo y el pueblo judío, llamado por Dios a una alianza que sigue siendo irrevocable» (n.56).
Como he observado, la realidad política en Oriente Medio no facilita a los cristianos de la región que reconozcan, y aún menos abracen, estas exhortaciones. De todas formas, rezo para que el milagro al que Juan Pablo II se refería como «el florecimiento de una nueva primavera de relaciones mutuas» sea cada vez más evidente, tanto en Oriente Medio como en todo el mundo.
A este fin, dediquémonos de manera más devota, a través de la oración y del trabajo, para la paz y la dignidad de todos. Recemos con las palabras del Papa Juan Pablo II en el Muro de las Lamentaciones en Jerusalén, con las cuales el Papa Benedicto XVI concluyó su presentación en la Gran Sinagoga de Roma: «Derrama tu paz sobre Tierra Santa, sobre Oriente Medio, sobre toda la familia humana; despierta el corazón de todos los que invocan tu nombre, para caminar humildemente por la senda de la justicia y la compasión.»
Y permítanme, como alguien que viene a ustedes desde la ciudad que es santa y querida por todos nosotros, concluir con las palabras del Salmista: «¡Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida!» (Salmo 128, 5).
[Traducción distribuida por la Secretaría General del Sínodo de los Obispos]