ROMA, domingo 17 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Han pasado tres años desde que Myanmar acaparara a diario los titulares con la violenta represión por parte de la junta gubernamental contra las protestas a favor de la democracia encabezadas por monjes budistas.
Ahora, la nación se prepara para vivir unas elecciones nacionales bastante raras el próximo mes, aunque la comunidad internacional no espera que sean precisamente un momento álgido de democracia.
En este contexto, se desempeña la labor de la la hermana Verónica Nwe Ni Moe, junto a sus hermanas salesianas, al servicio de la Iglesia, como ella misma narra en esta entrevista.
–Hermana usted trabaja mucho con jóvenes. Está estudiando en Roma y está centrada en su educación. ¿A qué desafíos se enfrentan los jóvenes en Myanmar?
–Hermana Verónica: Como religiosa salesiana, hay muchas chicas jóvenes que se acercan a nosotras. Tenemos un centro de preparación para chicas de entre 15 y 25 años que vienen de diversas parroquias. Normalmente de grupos étnicos distintos. No tienen futuro ni guía.
–El centro del país es mucho más budista. Las regiones fronterizas son más católicas. ¿Cómo es que su familia es católica en una región de mayoría budista?
—Hermana Verónica: Mi madre es de la tribu Karen de las regiones fronterizas y, en Myanmar, «los tribales» como los llamamos, y son católicos en su mayoría.
–¿Puede explicarnos la situación de las zonas fronterizas?
—Hermana Verónica: No sabemos el verdadero motivo por el que el gobierno ha emprendido la guerra contra las tribus. Lo que podemos decir es que los inocentes, especialmente los jóvenes atrapados en el fuego cruzado, están sufriendo. Se ven forzados a llevar alimentos y armas y están constantemente en movimiento. No hay estabilidad y no existe educación, o no es una prioridad.
Sobre todo en las regiones fronterizas, gentes diversas explotan o abusan de la mayoría de las chicas. No hay futuro para estás jóvenes, y tampoco para los chicos, a pesar de sus talentos. A las chicas que se acercan a nosotras les ofrecemos formación para que sean capaces de usar su creatividad. Cuando me hice religiosa estuve tres años con estas chicas. Mientas estuve con ellas me di cuenta de que yo también había aprendido mucho de ellas.
–¿Por ejemplo?
—Hermana Verónica: A ser sencilla. Estar contenta con lo que tienes. La felicidad no reside en las cosas materiales que posees sino en la vida que vives. Una vida de compromiso y honestidad, que les da esta alegría.
–¿Debe ser doloroso para usted ser testigo de este sufrimiento de las jóvenes?
—Hermana Verónica: Cierto. Sufro. Somos educadoras y nuestra congregación tiene por todo el mundo sus propios colegios, centros para jóvenes, oratorios, y tenemos libertad – pero no es así en Myanmar. Lo que hago es, sobre todo, rezar por ellas y, luego, entregarme a ellas con todo mi corazón para educarlas y enseñarles a ser buenas madres cristianas para puedan transmitir la fe a sus hijos.
–¿Es posible abrir escuelas, aunque sea pequeñas escuelas de aldea en estas zonas?
—Hermana Verónica: Tenemos un jardín de infancia con 100 niños y la mayoría de ellos son budistas. Trabajar con los budistas no es difícil porque son muy pacíficos y los padres, aprecian nuestra labor. Es fácil trabajar con su colaboración.
–Pero, hasta ahora, ustedes sólo han abierto un jardín de infancia. ¿Qué les impide hacer más? ¿La guerra?
—Hermana Verónica: En primer lugar, el número de hermanas salesianas en Birmania. En este momento sólo somos 21, aunque estamos creciendo. Ahora tenemos 16 ó 17 aspirantes, ocho postulantes y nueve novicias. El número nos obstaculiza también porque queremos dar el 100% de nosotras mismas. ¡Y hacerlo bien! Tenemos cuatro casas en Myanmar y las 21 hermanas estamos distribuidas entre estas casas.
–¿Cómo es la relación del día a día entre católicos y budistas?
—Hermana Verónica: Es muy pacífica. Por ejemplo, en la aldea en que yo nací, de las 800 familias, 8 son católicas y son todos parientes míos. Así que todos mis amigos eran la mayoría budistas. Vivimos de forma pacífica y esa es la norma. Los monjes budistas son buenos y compasivos.
–Entre los evangelizadores de la Iglesia en su país se encuentran los jóvenes llamados «zetemans.» ¿Quiénes son y qué hacen?
—Hermana Verónica: Son jóvenes misioneros católicos, de 18 años en adelante. Ofrecen tres años de su vida a sus diócesis. Van a lugares remotos – montañas, zonas boscosas de sus diócesis – para ofrecer su servicio. Su fin principal es servir y hacer labor caritativa en educación, sanidad, y a los ancianos. No catequizan pero si la gente les pregunta por Jesús y la fe, comparten su fe. En ocasiones, arriesgan sus propias vidas; a veces sucumben a la enfermedad, en sus viajes a través de las junglas. Es un servicio muy importante el que proporcionan porque, a menudo, los religiosos y sacerdotes no pueden visitar estos lugares.
–¿Hasta qué distancia y cuánto tiempo les lleva a estos jóvenes llegar a una aldea de montaña?
—Hermana Verónica: Dos de nuestras hermanas salesianas hicieron este servicio antes de hacerse religiosas; así que su vocación salesiana nació de este servicio de «zeteman». Y, por lo que sé, viajaban hasta lugares distantes, tanto, que incluso en coche, tardaban tres días hasta llegar a su destino, visitando con frecuencia aldeas muy pobres y, en ocasiones, sin alimento. Solían vivir con los aldeanos.
–Hermana, ¿nos puede hablar un poco sobre su vocación?
—Hermana Verónica: Cuando era joven, nunca pensé en hacerme religiosa. Mi ambición era ser médico para cuidar a los enfermos. Intenté estudiar mucho porque en mi país ser doctor exige mucho trabajo. A los 10 años también quise estudiar informática e inglés. Mi padre, en aquel curso 1997-1998, conoció a las hermanas misioneras salesianas. Me preguntó, después de volver a casa de la ciudad, si quería estudiar con ellas. Dije que sí y me acompañó hasta el colegio.
Mientras estaba con ellas comencé a hacerme preguntas y fui testigo de su alegría a pesar de las dificultades. Cuando tenía entre 17 y 18 años buscaba la felicidad verdadera en la vida. Me solía cuestionar por qué ellas estaban siempre tan felices, y yo no lo estaba siempre y, luego, me di cuenta de que su verdadera felicidad estaba en amar a Dios y servir a sus prójimos. Esto lo sé ahora. Buscar la verdadera felicidad me hizo seguir el camino salesiano, tener la alegría de servir y a ayudar a educar a esta juventud.
–Ahora usted está estudiando en Roma. ¿Qué le ha traído aquí?
—Hermana Verónica: En primer lugar la obediencia a mi superiora. Me pidieron que estudiara para prepararme a mi futura misión. Lo segundo es que mi superiora me informó de había recibido una beca de Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN). AIN ha concedido una beca de cinco años. Estoy muy agradecida a AIN. He rezado por todos los que me han apoyado en mis estudios, en mi formación, y siempre intento recordarme a mí misma, y estoy convencida de ello, de que si no sabes nada no puedes compartir nada. Sólo puedo compartir lo que he aprendido. La cosa más importante que podré compartir cuando vuelva es el amor de Dios. Es más valioso que cualquier otra cosa y tenemos mucha necesidad de él.
–Volverá pronto a Myanmar, ¿verdad? Hermana, ¿cuál es su esperanza para la Iglesia en Myanmar?
—Hermana Verónica: Tengo muchas esperanzas. Veo un futuro muy bueno para la Iglesia católica en Birmania. Sobre todo porque hay un aumento en el número de jóvenes que son muy generosos. El otro hecho es que la Iglesia católica es muy conocida po
r su caridad, y por estar muy cerca de los pobres. Queremos seguir con esta fuerza y con este mandamiento: alegría, pobreza y servicio a los pobres. También creo en la gracia de Dios. Dios está trabajando en y a través de nosotros y con nuestra dedicación a los fieles. Creceremos.
Esta entrevista fue realizada para «Dios llora en la Tierra», un programa semanal radiotelevisivo producido por la Catholic Radio and Television Network en colaboración con la organización católica Ayuda a la Iglesia Necesitada.
Más información en www.ain-es.org, www.aischile.cl