OVIEDO, sábado, 30 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha escrito monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y Jaca con motivo de la visita de Benedicto XVI a Santiago ye Compostela y Barcelona, que tendrá lugar entre el 6 y el 7 de noviembre.
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Queridos hermanos y amigos: paz y bien.
Son muchos los peregrinos que se allegan a Santiago de Compostela. Los caminos diversos ven pasar año tras año, y de modo creciente, miles de personas en su mayoría jóvenes, que deciden hacer esta ruta cristiana que tiene meta: Jesucristo. Que tiene viaje de ida y que tiene viaje de vuelta también. Son innumerables los preciosos testimonios de personas que han visto transformarse sus vidas cuando las búsquedas sinceras de sus corazones se han puesto en marcha por los caminos que Dios frecuenta, y como sucediera con aquellos peregrinos fugitivos de Jerusalén hacia Emaús, también el Señor se hace encontradizo, respetuoso y eficaz, para abrir los ojos con la luz verdadera y para encender la entraña con la lumbre de Dios.
Así va nuestro querido Santo Padre como un peregrino más en este año jubilar jacobeo. Y así le esperamos en nuestra tierra una vez más que nos visita, siendo peregrinos junto a él. Santiago de Compostela significa no sólo el fin del camino de conversión que se hace andando los cristianos, sino también una parábola de nueva evangelización.
Allí resonó aquel grito de padre, cuando el Papa Juan Pablo II dijo a Europa: vuelve a tus raíces cristianas. Y ese grito que es plegaria, recordatorio, programa también, ha sido bellamente recordado por Benedicto XVI cuando en su reciente viaje apostólico al Reino Unido, ha expresado su convicción de que esta Europa que a veces atraviesa momentos de confusión, de pérdida de identidad, de complejo, sigue teniendo un alma cristiana: «quise hablar al corazón de todos los habitantes del Reino Unido, sin excluir a nadie, de la verdadera realidad del hombre, de sus necesidades más profundas y de su destino último. Al dirigirme a los ciudadanos de ese país, encrucijada de la cultura y de la economía mundial, tuve presente a todo Occidente, dialogando con las razones de esta civilización y comunicando la imperecedera novedad del Evangelio, del cual está impregnada. Este viaje apostólico ha confirmado en mí una profunda convicción: las antiguas naciones de Europa tienen un alma cristiana, que constituye una sola cosa con el «genio» y la historia de los respectivos pueblos, y la Iglesia no cesa de trabajar por mantener continuamente despierta esta tradición espiritual y cultural».
Lo decía con audacia Will Durant, que «una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro». Esta frase, que como alguien ha dicho tiene una lucidez que espanta, sirve de diagnóstico para nuestra época. No quisiéramos ser conquistados por nadie, y por el contrario queremos y podemos dialogar con todos, no en un encuentro vacío de compromiso y de traición a la propia identidad, sino desde el leal deseo de ofrecer nuestra perspectiva católica en la vida pública, como quien comparte lo que a nosotros se nos ha concedido inmerecidamente de parte de Dios, cuya herencia y patrimonio, la Iglesia custodia, defiende, celebra y anuncia con fidelidad creativa y con apasionada pasión.
Después de Compostela, el Papa continuará su viaje a Barcelona donde consagrará ese emblemático y bellísimo templo dedicado a la Sagrada Familia, según el proyecto que quedó inconcluso y que ahora se corona felizmente, del gran arquitecto y artista cristiano Antonio Gaudí. Allí el Papa nos hablará de la familia, verdadero corazón de una sociedad y de la humanidad según el diseño del Señor para sus hijos. Somos imagen y semejanza de ese Dios amor, comunión de un Padre que quiere al Hijo en el Amor. Necesitamos volver a las fuentes de nuestra fe y de nuestro ser, especialmente en momentos de rebaja y ninguneo, de ataque y disolución a la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, en comunidad de amor fiel y abiertos a la vida. Es el proyecto de Dios. Una buena noticia que también gozaremos poder volver a escuchar. Recibid mi afecto y mi bendición.