CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 10 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el mensaje enviado por Benedicto XVI al presidente de la República de Corea, Lee Myung-bak, en la vigilia del G20 que se inaugurará el jueves 11 de noviembre en Seúl (República de Corea).
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A Su Excelencia Sr. Lee Myung-bak, Presidente de la República de Corea
Señor Presidente,
La inminente reunión, en Seúl, de los Jefes de Estado y de Gobierno de las veintidós mayores economías mundiales, junto con el Secretario General de la ONU, con la Presidencia de la UE y de algunas Organizaciones regionales, como también con los responsables de varias Agencias especializadas, no tiene sólo un alcance global, sino que es también un signo elocuente de la relevancia y de la responsabilidad adquiridas por Asia en el escenario internacional a inicios del siglo XXI. La Presidencia coreana de la Cumbre es un reconocimiento del significativo nivel de desarrollo económico alcanzado por Su país, que es el primero, entre los que no pertenecen al G8, en albergar al G20 y en guiar sus decisiones en el mundo después de la crisis. Se trata de trazar la solución a cuestiones muy complejas, de las que depende el futuro de las próximas generaciones y que, por tanto, necesitan de la colaboración de toda la comunidad internacional, en el reconocimiento, común y concorde entre todos los pueblos, del valor primario y central de la dignidad humana, objetivo final de las propias decisiones.
La Iglesia católica, según su naturaleza específica, se siente implicada y comparte las preocupaciones de los líderes que participarán en la Cumbre de Seúl. Os animo por tanto a afrontar los múltiples y graves problemas que os esperan – y que, en un cierto sentido, hoy están ante toda persona humana – coherentemente con las razones más profundas de la crisis económico-financiera, teniendo adecuadamente en consideración las consecuencias de las medidas que se han adoptado para compensar la propia crisis, y en búsqueda de soluciones duraderas, sostenibles y justas. Al hacer esto auguro que haya viva conciencia de que los instrumentos adoptados, en cuanto tales, funcionarán solo si, en último análisis, serán destinados a la realización de un mismo fin: el progreso auténtico e integral del hombre.
El mundo os observa y espera la adopción de instrumentos adecuados para salir de la crisis, con acuerdos comunes que no privilegien a algunos países a costa de otros. La historia os recuerda además que, aunque sea difícil conciliar las diversas identidades socio-culturales, económicas y políticas hoy coexistentes, dichos instrumentos, para ser eficaces, deberán ser aplicados de modo sinérgico y, sobre todo, respetuoso de la naturaleza del hombre. Para el propio futuro de la humanidad es decisivo demostrar al mundo y a la historia que hoy, también gracias a esta crisis, el hombre ha madurado hasta el punto de reconocer que las civilizaciones y las culturas, al mismo tiempo que los sistemas económicos, sociales y políticos, pueden y deben converger en una visión compartida de la dignidad humana y respetuosa de las leyes y de las exigencias puestas en ella por Dios creador. El G20 responderá a las expectativas puestas en él y entregará al mundo un verdadero éxito si, a partir de problemas diversos e incluso contrastantes que afligen a los pueblos de la tierra, sabrá delinear los rasgos del bien común universal y demostrar la voluntad de cooperar para alcanzarlo.
Con estos sentimientos imploro la bendición de Dios sobre todos los participantes en la Cumbre de Seúl y aprovecho la ocasión para renovarle, Señor Presidente, los sentimientos de mi estima y mi deferente y cordial saludo.
En el Vaticano, 8 de noviembre de 2010
Benedicto XVI
[L’OSSERVATORE ROMANO – Edición diaria – del 11 de noviembre de 2010
Traducción del italiano por Inma Álvarez]