El Papa se despide de su asistente fallecida, “virgen sabia, prudente”

Durante la misa de sufragio de la Memor Domini, Manuela Camagni

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves 2 de diciembre de 2010  (ZENIT.org).- Con el funeral de Manuela Camagni, «cantamos que los ángeles la acompañaran al Paraíso, la guiamos a la fiesta definitiva, a la gran fiesta de Dios, a las Bodas del Cordero», dijo este jueves en la homilía de misa de sufragio que ofreció el Papa Benedicto XVI por esta asistente personal.

Manuela, de 56 años, una de las cuatro consagradas que servía al Papa en la comunidad de Memores Domini, asociación de laicos que viven en pobreza, castidad y obediencia, siguiendo el carisma de Comunión y Liberación, falleció el pasado 24 de noviembre al ser atropellada por un vehículo en la vía Nomentana, en Roma, luego de salir a cenar con unos amigos.

Benedicto XVI recordó que el 29 de noviembre Manuela hubiera cumplido 30 años de servir en la comunidad de los Memores Domini. Un aniversario que desde hacía varios días había anunciado con alegría. Sin embargo, dicha alegría resultó más bien «una fiesta interior por este camino treintenal hacia el Señor, en la comunión de los amigos del Señor», aseguró el Papa.

«La fiesta, sin embargo, era distinta de la prevista», dijo Benedicto XVI. «Precisamente el 29 de noviembre la hemos llevado al cementerio, cantamos que los ángeles la acompañaran al Paraíso, la guiamos a la fiesta definitiva, a la gran fiesta de Dios, a las Bodas del Cordero».

Y aseguró que Manuela fue una «virgen sabia, prudente», que supo llevar «el aceite en su lámpara, el aceite de la fe, una fe vivida, una fe nutrida por la oración, por el diálogo con el Señor, por la meditación de la Palabra de Dios, por la comunión en la amistad con Cristo».

«Y esta fe era esperanza, sabiduría, era certeza de que la fe abre el verdadero futuro», dijo el Papa. «Y la fe era caridad, era darse por los demás, vivir en el servicio del Señor por los demás».

El obispo de Roma aprovechó también para agradecer por la disponibilidad que Manuela tuvo «de poner todas sus fuerzas en el trabajo en mi casa», un servicio que realizaba «con ese espíritu de caridad, de esperanza que viene de la fe».

«Ha entrado en la fiesta del Señor como virgen prudente y sabia», aseguró, «porque había vivido no en la superficialidad de cuantos olvidan la grandeza de nuestra vocación, sino en la gran visión de la vida eterna, y así estaba preparada a la llegada del Señor».

El pontífice recordó a Manuela como una persona «una persona interiormente penetrada por la alegría», un gozo «que deriva de la memoria de Dios».

Sin embargo, esta memoria muchas veces se encuentra «cubierta por otras memorias superficiales», lo que hace que la alegría «esté oculta, oscurecida».

«Vemos hoy esta búsqueda desesperada de la alegría que se aleja cada vez más de su verdadera fuente, de la verdadera alegría», advirtió el Santo Padre. «Olvido de Dios, olvido de nuestra verdadera memoria».

Sin embargo, Manuela «no era de esos que habían olvidado su memoria» porque ella «vivió precisamente en la memoria viva del Creador, en la alegría de su creación, viendo la transparencia de Dios en todo lo creado, también en los acontecimientos cotidianos de nuestra vida, y supo que de esta memoria – presente y futuro – viene la alegría».

«Dios no es un Dios de muertos, es un Dios de vivos», dijo el Papa «y quien forma parte del nombre de Dios, quien está en la memoria de Dios, está vivo», recordó.

«Nosotros los hombres, con nuestra memoria, podemos conservar sólo, por desgracia, una sombra de las personas que hemos amado», dijo.

«Pero la memoria de Dios no conserva sólo las sombras, es origen de vida: aquí los muertos viven, en su vida y con su vida han entrado en la memoria de Dios, que es vida. Esto nos dice hoy el Señor: Tu estás inscrito en el nombre de Dios, tu vives en Dios con la vida verdadera, vives de la fuente verdadera de la vida», aseguró Benedicto XVI.

Por eso en un momento de tristeza como este «somos consolados» hasta el punto de decir «Aleluya», en una misa de difuntos. «¡Es audaz, esto!», dijo.

«Sentimos sobre todo el dolor de la pérdida, sentimos sobre todo la ausencia, el pasado, pero la liturgia sabe que estamos en el mismo Cuerpo de Cristo y vivimos a partir de la memoria de Dios, que es nuestra memoria», señaló. Una memoria que hace ver que «estamos vivos», concluyó.

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ZENIT Staff

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