CIUDAD DEL VATICANO, viernes 10 de diciembre de 2010 (ZENIT.org).- Los tiempos actuales se caracterizan por la desconfianza e incluso por la burla de la idea de que existe una vida después la muerte, y sin embargo, anunciar esto es precisamente una de las claves de la nueva evangelización.
Así lo afirmó el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, durante su intervención este viernes ante el Papa Benedicto XVI y los miembros de la Curia, con motivo del Adviento, en la Capilla Redemptoris Mater.
En esta segunda predicación, el padre Cantalamessa quiso centrarse en el segundo de los tres escollos que, en su opinión, tiene que superar la nueva evangelización de los países de antigua tradición cristiana: el cientificismo, el secularismo y el racionalismo.
El secularismo, como actitud contraria a la fe, “es un sinónimo de temporalismo, de reducción de lo real a una única dimensión terrena”.
Precisamente la fe cristiana “triunfó sobre la idea pagana de la ‘oscuridad después de la muerte’”, con lo que se convirtió en una absoluta novedad.
¿Cómo es posible que esta idea haya decaído?, se pregunta el predicador pontificio. “A diferencia del momento actual en el que el ateísmo se expresa sobre todo en la negación de la existencia de un Creador, en el siglo XIX se expresó preferentemente en la negación de un más allá”.
“Feuerbach y sobre todo Marx combatieron la creencia en una vida después de la muerte, bajo pretexto de que esta aliena del compromiso terreno. A la idea de una supervivencia personal en Dios, se sustituye con la idea de una supervivencia en la especie y en la sociedad del futuro”, explicó.
El materialismo y el consumismo “han hecho el resto en las sociedades opulentas, haciendo incluso que parezca inconveniente que se hable aún de eternidad entre personas cultas y acorde con su tiempo”.
“Todo esto ha tenido una clara repercusión en la fe de los creyentes, que se ha hecho, en esta cuestión, tímida y reticente”, afirmó, añadiendo que “ya no se predica” sobre la vida eterna.
La consecuencia es, afirmó, que “el deseo natural de vivir siempre, distorsionado, se convierte en deseo, o frenesí, de vivir bien, es decir, de forma placentera, incluso a costa de los demás, si es necesario”.
“Caído el horizonte de la eternidad, el sufrimiento humano parece doble e irremediablemente absurdo”, afirmó.
Ante esto, la respuesta más eficaz “no consiste en combatir el error contrario, sino en hacer resplandecer de nuevo ante los hombres la certeza de la vida eterna, aprovechando la fuerza inherente que tiene la verdad cuando es acompañada del testimonio de la vida”, explicó.
El anhelo de eternidad es “el deseo más profundo, aunque reprimido, del corazón humano”. La única respuesta válida a este problema “es la que se funda en la fe en la encarnación de Dios”.
“Hay preguntas que los hombres no dejan de plantearse desde que el mundo es mundo, y los hombres de hoy no son una excepción: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?”.
La fe renovada en la eternidad “no nos sirve solo para la evangelización, es decir, para el anuncio que hay que hacer a los demás; nos sirve, antes aún, para imprimir un nuevo empuje a nuestro camino hacia la santidad”.
“El debilitamiento de la idea de eternidad actúa también sobre los creyentes, disminuyendo en ellos la capacidad de afrontar con valor el sufrimiento y las pruebas de la vida”, afirmó el padre Cantalamessa.