CIUDAD DEL VATICANO, sábado, 25 diciembre 2010 (ZENIT.org).- En su mensaje de Navidad, Benedicto XVI recalcó el hecho de que el Nacimiento de Jesús es un «acontecimiento», un hecho histórico, y no una bonita historia inventada.
Al dirigirse a los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro, y a los millones de personas que le escuchaban en directo por televisión, radio e Internet desde los cinco continentes, el pontífice aprovechó su felicitación navideña para explicar el misterio más grande del cristianismo.
«Os anuncio con gozo el mensaje de la Navidad –dijo desde el balcón de la fachada de la Basílica Vaticana–: Dios se ha hecho hombre, ha venido a habitar entre nosotros. Dios no está lejano: está cerca, más aún, es el ‘Emmanuel’, el Dios-con-nosotros. No es un desconocido: tiene un rostro, el de Jesús».
Según el Papa, se trata de «un mensaje siempre nuevo, siempre sorprendente, porque supera nuestras más audaces esperanzas».
«Especialmente –subrayó– porque no es sólo un anuncio: es un acontecimiento, un suceso, que testigos fiables han visto, oído y tocado en la persona de Jesús de Nazaret».
«Al estar con Él, observando lo que hace y escuchando sus palabras, han reconocido en Jesús al Mesías; y, viéndolo resucitado después de haber sido crucificado, han tenido la certeza de que Él, verdadero hombre, era al mismo tiempo verdadero Dios, el Hijo unigénito venido del Padre, lleno de gracia y de verdad».
Ante esta revelación, el Papa planteó una pregunta obvia: «¿Cómo es posible? El Verbo y la carne son realidades opuestas; ¿cómo puede convertirse la Palabra eterna y omnipotente en un hombre frágil y mortal?».
Según el pontífice, «no hay más que una respuesta: el Amor. El que ama quiere compartir con el amado, quiere estar unido a él, y la Sagrada Escritura nos presenta precisamente la gran historia del amor de Dios por su pueblo, que culmina en Jesucristo».
«Sólo los que se abren al amor son cubiertos por la luz de la Navidad –aclaró–. Así fue en la noche de Belén, y así también es hoy».
«Si la verdad fuera sólo una fórmula matemática, en cierto sentido se impondría por sí misma. Pero si la Verdad es Amor, pide la fe, el ‘sí’ de nuestro corazón».
Y, en efecto, se preguntó, «¿qué busca nuestro corazón si no una Verdad que sea Amor?». Esta Verdad, aseguró, «es como la levadura de la humanidad: si faltara, desaparecería la fuerza que lleva adelante el verdadero desarrollo, el impulso a colaborar por el bien común, al servicio desinteresado del prójimo, a la lucha pacífica por la justicia».
«Creer en el Dios que ha querido compartir nuestra historia es un constante estímulo a comprometerse en ella, incluso entre sus contradicciones. Es motivo de esperanza para todos aquellos cuya dignidad es ofendida y violada, porque Aquel que ha nacido en Belén ha venido a liberar al hombre de la raíz de toda esclavitud», concluyó.