MADRID, lunes 28 de febrero de 2011 (ZENIT.org).- El objetivo de la próxima Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011 no tendrá otro objetivo que anunciar a Jesucristo, a quien los jóvenes esperan “sabiéndolo o no”.
Así lo afirmó el cardenal Antonio María Rouco, arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, hoy durante el discurso de apertura de la 97ª Asamblea Plenaria de los obispos españoles.
El cardenal Rouco, cuya archidiócesis será la anfitriona de la Jornada Mundial de la Juventud, dedicó su intervención a hablar sobre este próximo evento mundial,el próximo mes de agosto.
El purpurado subrayó la actualidad e importancia de las JMJ para la evangelización de los jóvenes de hoy, a pesar de que los jóvenes de hoy hayan cambiado respecto a los de la época de Juan Pablo II.
La Iglesia, subrayó, “no tiene otra cosa que ofrecer a los jóvenes y a todos los hombres de hoy sino a Jesucristo. No hay salvación fuera de Él. Y ellos la necesitan con urgencia”.
En este sentido, afirmó, la Jornada Mundial de la Juventud “es un instrumento providencial al servicio del empeño misionero de la Iglesia en la evangelización de los jóvenes”.
“La clarividencia apostólica de Juan Pablo II, iluminada por su gran amor a Cristo y a los jóvenes, fue el medio del que se valió la Providencia divina para poner en manos de la Iglesia este nuevo procedimiento evangelizador, tan apropiado para las generaciones jóvenes de los últimos decenios del siglo XX y de comienzos del siglo XXI”.
El programa de la próxima JMJ, afirmó, es “una vez más netamente cristológico, centrado en Jesucristo”.
“A algunos esto les parece una obviedad: centrar la misión juvenil en el anuncio completo de Jesucristo. Ellos buscarían enfoques supuestamente más específicos o más adaptados a las necesidades de los jóvenes”.
Sin embargo, afirmó, “después de dos mil años de evangelización, la Iglesia se encuentra hoy con que Jesucristo sigue siendo muy poco conocido y muy poco amado”.
“Algunos, en los países de vieja cristiandad, secundando ciertos movimientos de apostasía implícita o explícita, se han alejado de la fe. Otros muchos, en los países de tradición cristiana más nueva o incluso apenas existente, nunca han conocido a Jesucristo ni siquiera de un modo elemental”.
La propuesta cristiana, reconoció, “es una oferta a contracorriente porque, en medio de un mundo que sufre de incertidumbre y que sin embargo parece disfrutar a menudo con ella, cerrándose a toda propuesta de verdad, la Iglesia quiere ofrecer a los jóvenes la firmeza de la fe que el Señor hace posible”.
Por eso, añadió, “el Papa se dirige a los jóvenes y les dice: Es vital tener raíces y bases sólidas. Esto es verdad especialmente hoy, cuando muchos no tienen puntos de referencia estables para construir su vida, sintiéndose así profundamente inseguros”.
“El relativismo que se ha difundido, y para el que todo da lo mismo y no existe ninguna verdad, ni un punto de referencia absoluto, no genera verdadera libertad, sino inestabilidad, desconcierto y conformismo con las modas del momento”, añadió, citando el mensaje del Papa para la JMJ.
Cambio generacional
Los jóvenes de hoy – de comienzos del siglo XXI – “ya no son exactamente aquellos de hace veinticinco años que respondieron a las primeras convocatorias del Juan Pablo II”, reconoció el purpurado.
“Aquellos, que se calificaban a sí mismos como ‘los jóvenes del 2000’, habían tenido ya tiempo de experimentar la decepción de las utopías fermentadas veinte años antes en el ‘mayo del 68’, y miraban hacia el cambio de milenio como cifra de la deseada realización de ideales más verdaderos”.
En aquella época, recordó el cardenal Rouco, “la caída del muro de Berlín, en 1989, fue el símbolo de todo un proceso de derrumbamiento de las viejas utopías revolucionarias del pasado siglo”.
“Las nuevas generaciones que se habían beneficiado del modo de vida cada vez más holgado que se hizo posible en las democracias surgidas de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, habían establecido una paradójica complicidad con los ideales igualitarios de impronta totalitaria que se imponían al otro lado del telón de acero. Tal complicidad no podía sostenerse por más tiempo”.
“Fue en ese marco espiritual donde resultó tan apropiado el lema de la IV Jornada Mundial de 1989, celebrada en Santiago de Compostela, pocas semanas antes de los acontecimientos históricos a los que nos acabamos de referir”, recordó el cardenal Rouco, que fue entonces el anfitrión también, en la archidiócesis de Santiago, de aquella Jornada.
También fue el momento, añadió, “en el que la renovación conciliar daba sus frutos. Los nuevos impulsos para una nueva evangelización se notaban por doquier y en los ambientes más diversos: entre los sacerdotes, los religiosos y en el mundo seglar”.
“No era, pues, extraño que se percibiese entre los jóvenes de la Iglesia como una nueva nostalgia de Dios y un anhelo escondido de encontrarse de nuevo con Jesucristo: con su verdad y con su amor”.
En ese momento, Juan Pablo II, “captando lo que estaba pasando, impulsa las Jornadas Mundiales de la Juventud e invita a toda la Iglesia a abrir un nuevo capítulo de la pastoral juvenil en el surco espiritual y evangelizador abierto por el Concilio Vaticano II”.
Frente a ellos, “los jóvenes del 2011 han tenido también ya tiempo de experimentar el alcance real de las posteriores utopías de la libertad y están a la búsqueda de una libertad verdadera, sólida, que permita construir la casa de la vida”.
Ahora, explicó el purpurado, “el ideal humano de la libertad reconquistada – bien antiguo y bien nuevo en las particulares expresiones de la moderna cultura de la libertad – ha sido propuesto y explorado por mil caminos en los dos últimos decenios”.
Entre esos caminos “adquiere un puesto relevante el del mundo de la cibernética, cuyo desarrollo y popularización ha llegado a crear una nueva situación de intercomunicación globalizada de la que los jóvenes son actores principales”, como lo demuestran “los acontecimientos de las últimas semanas y de ahora mismo en el mundo árabe”.
La red, subrayó, “se ha convertido en un instrumento poderosísimo de información y de comunicación; pero también de propagación de fórmulas de vida de todo tipo, sin excluir las menos acordes con la dignidad humana”.
Por ello, “los jóvenes se encuentran particularmente expuestos a la influencia desorientadora del relativismo, es decir, de una actitud guiada por la indiferencia ante el bien, por el “todo vale” y por la preterición de los bienes verdaderos”.
Además, ante la actual crisis económica, socio-política, cultural y ética “no es extraño que muchos jóvenes, duramente afectados por tal crisis, sientan sus vidas inmersas en la mayor de las incertidumbres”.
Ante esta nueva situación no hay que “abandonar el planteamiento pastoral y evangelizador que ha caracterizado las Jornadas Mundiales de la Juventud”, sino al contrario, “consolidarlo y vivificarlo espiritualmente”.
“No debe quedarnos ninguna duda al respecto: uno de los empeños misioneros más importantes de la Iglesia de comienzos del siglo XXI ha de ser una porfiada evangelización de los jóvenes que les posibilite y facilite vivir enraizados y edificados en Cristo, con una inquebrantable firmeza de fe”, afirmó.
Familia y amor
Por último, aludió a dos temas “de vital importancia para la juventud de hoy”, que serán tratados en esta Plenaria: “la necesaria colaboración entre la familia, la parroquia y la escuela en orden a la educación en la fe de niños y jóvenes; y la cuestión de la verdad del amor hu
mano, como elemento clave de la maduración de los jóvenes como personas”.
Para el cardenal, está cada vez más claro que “el futuro de las nuevas generaciones depende decisivamente de las familias cristianas”.
“Al mismo tiempo, la experiencia pone también de manifiesto que la misión de la escuela resulta seriamente entorpecida y aun imposibilitada cuando no cuenta con la colaboración de los padres y de una vida familiar acorde con la ley natural y divina”.
El Estado, subrayó, “no puede sustituir, ni siquiera suplir, el papel propio de esas dos instituciones básicas para el desarrollo de la persona”.
Por ello, afirmó la necesidad de una sinergia de familia, escuela y parroquia, pues de ella “depende en buena medida el fruto de la acción evangelizadora de la Iglesia en beneficio de los más jóvenes y, en definitiva, de toda la sociedad”.
Respecto a la cuestión del amor humano, anunció que en esta Plenaria se estudiará un borrador preparado por la Subcomisión Episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida sobre este tema.
El desconocimiento de la verdad del amor, afirmó, “está causando mucho sufrimiento y rompiendo muchas vidas”.
“La Iglesia: nuestras familias, escuelas y parroquias, con el aliento muy especial de los Pastores, ha de ayudar a los jóvenes a evitar la ignorancia de una verdad tan decisiva para sus vidas y a paliar la influencia negativa de un ambiente marcado por tantas fuerzas y corrientes desorientadoras”.
“La reducción emotivista e individualista del amor, dominante en la cultura pública actual, ha conducido a una situación crítica que dificulta mucho la educación para el amor y para el matrimonio”, subrayó.
Por ello, concluyó. “anunciar el Evangelio del matrimonio y de la familia es, sin duda, uno de los aspectos más hermosos de la nueva evangelización y de la juventud. Su urgencia, por otro lado, es evidente: nos urge la dolorosa situación aludida, pero nos urge, sobre todo, el amor a Cristo y a los jóvenes”.