CIUDAD DEL VATICANO, jueves 14 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió hoy al nuevo Patriarca maronita, monseñor Béchara Boutros Raï, a quien recibió en la Sala Clementina, junto con su séquito, con ocasión de la concesión de la Ecclesiastica Communio.
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Esta primera visita al Sucesor de Pedro después de su elección a la Sede Patriarcal de Antioquía de los Maronitas, es un momento privilegiado para la Iglesia universal. Me alegro de recibirle aquí, junto a los obispos maronitas, los sacerdotes, las personas consagradas y los fieles, para solemnizar la Ecclesiastica Communio que le manifesté por carta el pasado 24 de marzo. Su elección, que ha tenido lugar unos días después de la clausura del Año Santo promulgado para celebrar el decimo sexto centenario de la muerte de san Marón, aparece como el fruto más importante de las numerosas gracias que él ha obtenido para su Iglesia.
Os saludo cordialmente a todos los que habéis venido para estar junto a vuestro Patriarca en este gran momento de comunión fraterna y de indefectible unidad de la Iglesia maronita con la Iglesia de Roma, subrayando así la importancia de la unidad visible de la Iglesia en su catolicidad. En ausencia del cardenal Nasrallah Pierre Sfeir, me permito expresarle mi afecto y mi agradecimiento por haber dedicado veinticinco años de su vida a guiar como Patriarca a la Iglesia maronita entre las turbulencias de la historia.
Dentro de no mucho, esta comunión eclesiástica encontrará su expresión más auténtica en la Divina Liturgia, donde será compartido en único Cuerpo y Sangre de Cristo. Es allí donde se manifiesta la plenitud de la comunión entre el Sucesor del Príncipe de los Apóstoles y el septuagésimo séptimo sucesor de san Marón, Padre y Cabeza de la Iglesia de Antioquía de los Maronitas, Sede Apostólica muy prestigiosa donde los fieles de Cristo recibieron por primera vez el nombre de “cristianos”. Vuestra Iglesia patriarcal y su rica tradición espiritual, litúrgica y teológica, de tradición antioquena, adornan siempre a toda la Iglesia con este tesoro.
Dado que estáis en el corazón de Oriente Medio, tenéis una misión inmensa entre los hombres, a los cuales el Amor de Cristo impulsa a anunciar la Buena Noticia de la Salvación. Durante el Sínodo que convoqué en octubre de 2010, se recordó muchas veces la urgencia de proponer nuevamente el Evangelio a las personas que lo conocen poco o que se han alejado de la Iglesia.
Con todas las fuerzas vivas presentes en el Líbano y en Oriente Medio, sé, Beatitud, que llevará en el corazón anunciar, dar testimonio y vivir en la comunión esta palabra de vida con el fin de volver a encontrar el ardor de los primeros fieles que “se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hch 2, 42).
Esta región del mundo que los patriarcas, los profetas, los apóstoles y el propio Cristo bendijeron con su presencia y con su predicación, aspira a esa paz duradera que la Palabra de verdad, acogida y vivida, tiene la capacidad de establecer.
Conseguiréis este objetivo a través de una educación humana y espiritual, moral e intelectual de los jóvenes gracias a vuestra red escolar y catequética, de la que conozco su calidad. Auguro ardientemente que vuestro papel en la formación sea cada vez más reconocido por la sociedad, para que los valores fundamentales sean transmitidos sin discriminaciones.
Que de esta forma los jóvenes de hoy se conviertan en hombres y mujeres responsables en sus familias y en la sociedad, para construir una solidaridad y una fraternidad más grandes entre todos los componentes de la nación. Transmitid a los jóvenes toda mi estima y mi afecto, recordándoles que la Iglesia y la sociedad necesitan su entusiasmo y su esperanza. Con este fin os invito a intensificar la formación de los sacerdotes y de los numerosos jóvenes a los que el Señor llama en vuestras Eparquías y en vuestras congregaciones religiosas. Que, mediante su enseñanza y su vida, sean auténticos testigos del Verbo de Dios para ayudar a los fieles a arraigar su vida y su misión en Cristo!
Beatitud, le formulo votos fraternos para que el Espíritu Santo le asista en el ejercicio de su mandato. ¡Que le consuele en las dificultades y le de la alegría de ver crecer en fervor y en número a su Iglesia! En el alba de su ministerio, quiero repetirle las palabras de Cristo a los discípulos: “No temas, pequeño Rebaño, porque vuestro Padre ha querido daros el Reino” (Lc 12, 32). Mientras dirijo a todo el pueblo libanés mis cordiales saludos, le confío de manera particular a la intercesión de Nuestra Señora del Líbano, dado que usted, Beatitud, es hijo de la Orden Maronita de la Beata Virgen María, y también a la intercesión de san Marón y de todos los santos y beatos libaneses. Le imparto de todo corazón la Bendición apostólica, que extiendo a los obispos, a los sacerdotes. A los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles de su Patriarcado.
[Traducción del original en francés por Inma Álvarez
©Libreria Editrice Vaticana]