ROMA, sábado 30 de abril de 2011 (ZENIT.org).- Las doscientas mil personas que participaron durante la noche de este sábado en la vigilia de preparación para la beatificación de Juan Pablo II descubrieron aspectos desconocidos de su vida, gracias a los testimonios de sus más cercanos colaboradores.
Pero la intervención más esperada, seguida también por canales de televisión de más de cien países, fue la de sor Marie Simon-Pierre, religiosa de las Maternidades Católicas, cuya curación de Parkinson ha sido el fenómeno científicamente inexplicable que permitió el reconocimiento de su beatificación.
«Juan Pablo II os está mirando desde el cielo, y sonríe», dijo la religiosa que narró detalles sobre el sufrimiento que le había provocado la misma enfermedad que vivió Juan Pablo II y confesó: «Me ha impresionado el hecho de que mi experiencia ha contribuido a la beatificación de Juan Pablo II y el que pueda testimoniarlo aquí» (Cf. Marie Simon-Pierre, el milagro de Juan Pablo II).
Navarro-Valls: se confesaba todas las semanas
Joaquín Navarro Valls, quien fue portavoz de Juan Pablo II durante 21 años, explicó que para comprender a Juan Pablo II hay que entender qué es la Divina Misericordia, y reveló que el papa «se confesaba todas las semanas», «pues sabía que nosotros, seres humanos, no podemos hacernos bellos, puros, por nosotros mismos. Tenemos necesidad de la ayuda que procede de Dios a través de los sacramentos».
«Para un cristiano rezar es un deber y también el resultado de una convicción; para él era una necesidad, no podía vivir sin rezar», añadió. «Verle rezar era ver a una persona que está en conversación con Dios».
Navarro-Valls recordó que con frecuencia le veía en su capilla privada, de rodillas, con pedazos de papel, que leía y que después en encomendaba en la oración. Eran intenciones de oración que las personas de todo el mundo le confiaban en sus cartas.
Las dos veces en que se enfadó
Luego le tocó el turno al cardenal Stanisław Dziwisz, arzobispo de Cracovia, quien fue su secretario personal durante más de 40 años.
Tomó la palabra para recordar que los dos amores de su vida fueron «Dios (Jesucristo), y el hombre, sobre todo los jóvenes».
Y luego reveló cuáles son las dos ocasiones en las que vio a Juan Pablo II «verdaderamente enfadado». Aunque matizó: «había un motivo».
La primera vez, dijo, fue en Agrigento, en Sicilia, el 9 de mayo de 1993, cuando «levantó la voz contra la mafia. Y nos asustamos todos», recordó.
La otra ocasión, añadió el secretario de Karol Wojtyla, fue durante el Ángelus, antes de la guerra en Irak, cuando gritó con fuerza: «No a la guerra, la guerra no resuelve nada. Yo he vivido la guerra; sé lo que es la guerra».
«Envió a un cardenal a Washington y otro a Bagdad para decir: ‘¡no tratéis de resolver los problemas con la guerra!’. Y tuvo razón. La guerra existe todavía y no ha resuelto nada».
Al final, el cardenal Dziwisz confesó también la gran satisfacción de su vida: «al inicio le llamaban ‘el papa polaco'», recordó. «Pero después todos le han llamado ‘nuestro papa’, incluso muchos que no son cristianos. Pero mañana le llamaremos: ‘Juan Pablo II, beato'», reconoció conmovido, arrancando aplausos.
Un Rosario mundial
Concluyó así la primera parte de la vigilia, la Celebración de la Memoria a través de los testimonios. La segunda se convirtió en un Rosario mundial, que unió en cada uno de los cinco misterios luminosos a Roma con grandes santuarios de diferentes continentes.
Desde Lagniewniki, en Cracovia, se rezó por la juventud; desde Kawekamo-Bugando (Tanzania) por la familia; desde Nuestra Señora del Líbano-Harissa por la evangelización, desde la basílica de Santa María de Guadalupe, en México, por la paz entre las naciones, y desde Fátima por la Iglesia.
El acto concluyó en torno a las 22.30 con la oración final y bendición que Benedicto XVI impartió desde el Palacio Apostólico del Vaticano gracias a la conexión televisiva.
Por Jesús Colina